Poca comida y fuera de casa: así viven desplazados de la Mixteca de Oaxaca las fiestas decembrinas

Una decena de familias de Ndoyonuyuji, del municipio de San Esteban Atatlahuca, desde octubre del 2021 están refugiadas en dos edificios del albergue del Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas (INPI) en la ciudad de Tlaxiaco

Poca comida y fuera de casa: así viven desplazados de la Mixteca de Oaxaca las fiestas decembrinas
Foto: Juana García
Municipios 25/12/2022 11:59 Juana García Actualizada 11:59

Tlaxiaco. – En un cuarto con techo de lámina, paredes de concreto y madera con grandes orificios por los que penetra el frío de invierno cocina una comisión de mujeres que se levanta muy temprano para moler la masa de las tortillas y preparar los alimentos para el consumo de aquéllas y aquéllos que salen a trabajar antes de las 7:00 horas.

Es el quehacer diario de una decena de familias de Ndoyonuyuji, del municipio de San Esteban Atatlahuca en la Mixteca de Oaxaca, quienes desde octubre del 2021 están refugiadas en dos edificios del albergue del Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas (INPI) en la ciudad de Tlaxiaco. Para ellos, en estas fechas no hay celebración.

Mientras las familias esperan su retorno o reubicación, los que pudieron construyeron un pequeño cuarto de dos metros cuatros de la corteza de madera y lamina; el resto aún duerme en el auditorio.

“Esas casitas las hicimos cada familia, hubo la necesidad de hacerlo, porque pues la mera verdad aquí ya se estaba perdiendo quién es quién, las familias ya como que se estaban rompiendo, entonces nosotros mismos los hicimos, nosotros mismos corrimos con esos gastos”, narra a EL UNIVERSAL Cielo Alvarado, desde uno de los cuartos de madera.

“Cada quien tuvo esa necesidad de hacerlo y lo hizo. Y ya nos separamos, pero hay gente todavía adentro durmiendo, porque no tienen la posibilidad de hacerse una casita”, cuenta Alvarado, a más de un año del desplazamiento forzado interno de cientos de familias de Guerrero Grande, Mier y Terán, y Ndoyonoyuji, quienes huyeron de las balas y de sus viviendas incendiadas.

De acuerdo con un informe presentado por el Centro Mexicano de Derecho Ambiental (Cemda), San Esteban Atatlahuca se convirtió en el municipio que mayor número de agresiones acumuló en el 2021 en contra de las y los defensores del medio ambiente, la tierra y el territorio en México.

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Adaptarse a lo urbano

 

A don Ranulfo Hernández y su esposa les quemaron su casa y junto con otras 15 familias de Ndoyonuyuji perdieron todos sus bienes. Ahora sobreviven con lo que pueden, en condiciones de vulnerabilidad.

Algunas personas que pudieron se construyeron un cuarto con desperdicios de madera, otros acondicionaron los viejos edificios a punto de caerse, usando corteza de madera y lámina de cartón, pues solo para eso les alcanzó.

Poco a poco compraron algunos pollos, un par de borregos y dos puercos, que alimentan con la poca comida que les sobra, porque tampoco hay para desperdiciar. “Acá comemos solo lo necesario, el INPI, el único que nos ha facilitado alimentos nos da no lo suficiente sino apenas para pasarla”, exclama Cielo Alvarado.

 

Otra de las familias compró un par de conejos porque en su comunidad tenían varios, comentan los vecinos, mientras comparten una olla de ponche con algunas frutas y uno que otro pedazo de caña.

La joven Ilse, quien acompaña a EL UNIVERSAL por un recorrido por el albergue, señala unas orquídeas que reposan sobre un durazno: “esas flores las pegó un muchacho que le gustan mucho las flores, él tenía muchas en su casa, le gustaba coleccionarlas; ahora pegó esas, creo que las compró o se las regalaron”, dice.

Ilse es sobreviviente de la misma violencia que le arrebató la colección de flores al muchacho; antes de huir de su hogar, cuando era pequeña, vio cómo su padre fue encarcelado por defender el bosque.

 

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Según la Comisión Mexicana de Defensa y Promoción de los Derechos Humanos (CMDPDH), Oaxaca ocupa el tercer lugar nacional con mayor número de víctimas de desplazamiento forzado interno, con mil 328 personas.


 Trabajar en la pizca del maíz

 

“Estoy aprovechando para trabajar, pizcar mazorca. Hoy fui a pizcar y eso es lo que estoy haciendo, me pagan 200 pesos, pero es algo a nada, me llevo mi niño al trabajo y mis dos niñas van a la escuela y así, así ando”, cuenta con desánimo Leticia, una de las mujeres desplazadas.

En tanto que las familias esperan si los próximos diálogos entre autoridades y grupos involucrados en el desplazamiento forzado se llevan a cabo, para que permitan el retorno a su comunidad o la reubicación, las personas tienen que buscar trabajo que les ayude a sobrellevar sus días.

 

Desde antes de las 6:00 de la mañana, un grupo de personas se alista y desayuna antes de salir, por ahora trabajan en la pizca de mazorca, ejotes y labores que tienen que ver con el campo, porque solo saben hacer este trabajo.

“Las personas trabajan en el campo porque es lo que saben hacer, en nuestro pueblo a estas fechas vamos a levantar la cosecha.

Estando acá también tratamos de buscar trabajar en lo mismo, porque no sabemos hacer otros trabajos”, narra Adriana, mientras echa unas tortillas al comal, junto a otra de las mujeres del albergue.

 

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Cielo, quien se dedica a los tejidos y a la venta de artesanías, agrega que los trabajos son temporales porque no siempre hay cosechas, tampoco la siembra y el cultivo son continuos.

Juana Bautista, de más de 75 años de edad, pudo sembrar milpa en un reducido espacio, pero ahora permanece acostada por una enfermedad que contrajo hace poco y que no le permite hacer otras actividades.

 

Sin alimentos, ni apoyos ante medidas cautelares

 

Pese a que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) dictó medidas cautelares para las familias desplazadas de Ndoyonuyuji desde diciembre 2021, las víctimas afirman que los gobiernos no han cumplido, pues hasta el momento no cuentan con suficientes alimentos, atención médica o psicológica.

 

“Desde hace unas semanas comenzamos a consumir frijoles y arroz, donde más nos pega es en los alimentos, sobre todo los niños que no comen lo suficiente, también hay abuelos que no comen lo suficiente”, insiste Cielo Alvarado, madre de dos menores. Lo que más urgen, dice, son verduras, frutas y un poco de carne.

Mientras millones de familias cenaron en Nochebuena y seguirán festejando hasta recibir al nuevo año, las personas desplazadas en el albergue del INPI en Tlaxiaco apenas si lograrán poner un ponche sobre la mesa: “Si estuviéramos en nuestras casas no estaríamos sufriendo de comida porque el campo nos alimenta, pero acá hacemos lo que podemos”, dicen las mujeres casi en coro.

 

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