Mientras las familias esperan su retorno o reubicación, los que pudieron construyeron un pequeño cuarto de dos metros cuatros de la corteza de madera y lamina; el resto aún duerme en el auditorio.
“Cada quien tuvo esa necesidad de hacerlo y lo hizo. Y ya nos separamos, pero hay gente todavía adentro durmiendo, porque no tienen la posibilidad de hacerse una casita”, cuenta Alvarado, a más de un año del desplazamiento forzado interno de cientos de familias de Guerrero Grande, Mier y Terán, y Ndoyonoyuji, quienes huyeron de las balas y de sus viviendas incendiadas.

A don Ranulfo Hernández y su esposa les quemaron su casa y junto con otras 15 familias de Ndoyonuyuji perdieron todos sus bienes. Ahora sobreviven con lo que pueden, en condiciones de vulnerabilidad.
Algunas personas que pudieron se construyeron un cuarto con desperdicios de madera, otros acondicionaron los viejos edificios a punto de caerse, usando corteza de madera y lámina de cartón, pues solo para eso les alcanzó.
Poco a poco compraron algunos pollos, un par de borregos y dos puercos, que alimentan con la poca comida que les sobra, porque tampoco hay para desperdiciar. “Acá comemos solo lo necesario, el INPI, el único que nos ha facilitado alimentos nos da no lo suficiente sino apenas para pasarla”, exclama Cielo Alvarado.
Otra de las familias compró un par de conejos porque en su comunidad tenían varios, comentan los vecinos, mientras comparten una olla de ponche con algunas frutas y uno que otro pedazo de caña.
Ilse es sobreviviente de la misma violencia que le arrebató la colección de flores al muchacho; antes de huir de su hogar, cuando era pequeña, vio cómo su padre fue encarcelado por defender el bosque.

“Estoy aprovechando para trabajar, pizcar mazorca. Hoy fui a pizcar y eso es lo que estoy haciendo, me pagan 200 pesos, pero es algo a nada, me llevo mi niño al trabajo y mis dos niñas van a la escuela y así, así ando”, cuenta con desánimo Leticia, una de las mujeres desplazadas.
En tanto que las familias esperan si los próximos diálogos entre autoridades y grupos involucrados en el desplazamiento forzado se llevan a cabo, para que permitan el retorno a su comunidad o la reubicación, las personas tienen que buscar trabajo que les ayude a sobrellevar sus días.
Desde antes de las 6:00 de la mañana, un grupo de personas se alista y desayuna antes de salir, por ahora trabajan en la pizca de mazorca, ejotes y labores que tienen que ver con el campo, porque solo saben hacer este trabajo.
“Las personas trabajan en el campo porque es lo que saben hacer, en nuestro pueblo a estas fechas vamos a levantar la cosecha.
Estando acá también tratamos de buscar trabajar en lo mismo, porque no sabemos hacer otros trabajos”, narra Adriana, mientras echa unas tortillas al comal, junto a otra de las mujeres del albergue.

Cielo, quien se dedica a los tejidos y a la venta de artesanías, agrega que los trabajos son temporales porque no siempre hay cosechas, tampoco la siembra y el cultivo son continuos.
Juana Bautista, de más de 75 años de edad, pudo sembrar milpa en un reducido espacio, pero ahora permanece acostada por una enfermedad que contrajo hace poco y que no le permite hacer otras actividades.
“Desde hace unas semanas comenzamos a consumir frijoles y arroz, donde más nos pega es en los alimentos, sobre todo los niños que no comen lo suficiente, también hay abuelos que no comen lo suficiente”, insiste Cielo Alvarado, madre de dos menores. Lo que más urgen, dice, son verduras, frutas y un poco de carne.
Mientras millones de familias cenaron en Nochebuena y seguirán festejando hasta recibir al nuevo año, las personas desplazadas en el albergue del INPI en Tlaxiaco apenas si lograrán poner un ponche sobre la mesa: “Si estuviéramos en nuestras casas no estaríamos sufriendo de comida porque el campo nos alimenta, pero acá hacemos lo que podemos”, dicen las mujeres casi en coro.
