“Me gustaría trabajar en alguno de esos programas de gobierno que ayudan a las personas, para ayudar a mi pueblo”, dice Gerardo con voz melancólica.

Foto: Edwin Hernández
El poco dinero también es causa de que varias familias vivan en un mismo espacio, pues aunque hay tierras, no hay con qué pagar la construcción de viviendas.
Florencia Zacarías, madre de dos niños, vive con la familia de su cuñado y los abuelos de su esposo en un espacio de dos cuartos de dos metros cuadrados, facilitado por el gobierno federal.
“En estas fechas, ellos se enferman porque el frío entra por todos los orificios”, explica, mientras le lloran los ojos por la gripe que le dio hace unos días; también enfermaron sus hijos y la abuela de su esposo.
“Acá no hay trabajo, pero le echamos ganas cosiendo balones y otros haciendo sombreros. Es difícil, pero tratamos de hacer mucho por los niños; ahora que los tengo enfermos es más complicado”, narra.
Igual que el resto de los 15 municipios más pobres del país (12 de los cuales están en Oaxaca), todos indígenas, presenta al menos una de las seis carencias sociales: alimentación, seguridad social, servicios básicos de la vivienda, calidad y espacios de la vivienda, rezago educativo y salud.
Por cada balón tejido a mano, que a cada persona le toma un día de trabajo, reciben 15 pesos de pago. Para completar, Gerardo distribuye los moldes; gracias a ello gana dos pesos más; a la semana recibe 300.
Cuando era pequeño, recuerda, a su padre le pagaban 12 pesos por balón; 15 años después, la remuneración sólo ha crecido tres pesos. No obstante, ese balón será vendido hasta en 250.
“Hay unos que saben hacer sombreros, pero yo no, así que hago puros balones. También mi cuñada hace balones; no hay otro trabajo que hacer”, dice Lucina, de 47 años, cuyo rostro aparenta mayor edad.

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“Me acabo uno y medio o hasta dos balones al día. Un señor nos viene a dejar y los hacemos. Nos pagan 15 pesos y pues no nos alcanza”, dice.
A eso agrega que dejó de recibir apoyo del gobierno, porque ya sólo se entregan a personas con hijos.
Florencia Zacarías coincide en que el dinero que obtiene por su trabajo no alcanza para vivir: “A la semana llego a ganar 150 pesos por 10 balones. ¿Usted cree que eso alcanza para cuatro niños, más los adultos que viven en esta casa?”.
Benita Ignacia es abuela del esposo de Florencia, comenzó a tejer sombreros a temprana edad por necesidad, “un tiempo pedía comida en las casas, pero luego aprendió a tejer y desde entonces lo hace”, traduce Florencia, porque la mujer sólo habla tu´un savi.
Ignacia se despierta a las seis de la mañana todos los días para tejer sombreros, porque a esa hora, por la temperatura ambiental, no se quiebra la palma. Otra vecina tejedora explica que el oficio no es redituable, pero no hay otros trabajos.

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“A veces oferta sus sombreros hasta en 10 pesos, para que se vendan”, dice doña Antonia de 54 años, a través de una joven que le ayuda a traducir.
En nueve de cada 10 municipios indígenas, más de 60% de la población estaba en situación de pobreza en 2020, según el Coneval.
“Sembramos maíz, también un poco de frijol, pero no nos alcanza”, expone Lucila. Detalla que un costal de maíz sólo les alcanza de cinco a ocho días.
Florencia Zacarías cuida a una sobrina y un sobrino, porque sus padres se fueron a trabajar a la Ciudad de México.
San Simón también es el municipio con el mayor número de jóvenes que no asisten a la escuela en la región Mixteca, según el censo.
Entre los municipios con menor grado de escolaridad de la población de 15 años y más, San Simón Zahuatlán se ubica con un promedio de 4.1.

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Aunque la carretera rural que comunica a San Simón Zahuatlán con el exterior está por concluir, hace falta más que una obra para hacer ceder a la pobreza.
Desentonando con el entorno, en el municipio más pobre del país, un gran auditorio municipal construido con 8 millones 892 mil pesos se erige sobre las casas de lámina en las que, hacinadas, las personas siguen tejiendo balones y sombreros, sin tiempo ni motivos para celebrar.

Foto: Edwin Hernández