Entre los extraños estaba Héctor Ochoa —quien más tarde se daría a conocer como subcomandante Pedro—, un médico michoacano que hablaba con los campesinos e indígenas sobre las posibilidad de cambiar el olvido en que vivían los habitantes de las comunidades de la selva.
Los mandos organizaron a los lugareños en dos grupos, los hombres mayores de edad y mujeres con niños, conformarían las bases de apoyo, mientras que los jóvenes y adultos serían los insurgentes, quienes comenzaron a recibir adiestramiento militar en el campamento ubicado en la comunidad Chun Cerro, del municipio de Ocosingo, en los límites con Las Margaritas, a donde pertenece La Realidad. Los responsables eran los encargados de recabar la información de los pueblos.
El entrenamiento para esos jóvenes “era muy duro”, pero lo más difícil era cuando permanecían varios meses en la montaña, donde dejaban de comer hasta por tres días. Cuando llegaba el alimento, tenían derecho a una cucharada de frijoles y dos tostadas.
A principios de 1993, cuando Bertín alcanzó el grado de sargento, recibió la orden del subcomandante Pedro (a quien considera “un legítimo guerrillero”, por su amor hacia los indígenas) para que se trasladara al campamento de Las Calabazas, en Ocosingo, uno de los 28 municipios que había en la selva, a fin de continuar con el entrenamiento.
Dice que la guerra duró unos días, después la gente regresó a sus comunidades, pero había la advertencia del EZLN de que no deberían salir para buscar trabajo, eso incrementó la pobreza de la población de la selva.
En 1998, Guillermo decidió “desertar” del grupo armado y contacta a funcionarios de la Secretaría de Desarrollo Social (Sedesol), que entonces les ofrecían grandes cantidades de dinero para mejorar los poblados. Él recibió 370 mil pesos, para un proyecto que abarcó a 45 personas de La Realidad. El dinero sirvió para remodelar viviendas, comprar ganado y fertilizantes y, pese a ello, se ganó el señalamiento de los zapatistas de ser un desertor y traidor.
A 25 años del alzamiento, Bertín está agradecido con Dios por haber sobrevivido, a pesar de que en dos ocasiones estuvo a punto de caer por las balas del Ejército, cuando lo persiguieron con otros insurgentes en La Realidad y hacia el camino a Guadalupe Tepeyac.
“Hasta ahorita le doy gracias a Dios por estar vivo, porque Dios me ha dado vida. No me pasó nada”, dice. Afirma que los 45 beneficiarios se despidieron del grupo zapatista “amistosamente”, sin rencores y dieron las gracias “de lo que pudimos hacer y de lo que no pudimos hacer. Así es como desertamos de las filas del EZLN”.