"Reacción a la agresión, sin riesgo a civiles”

Nación 06/05/2018 13:20 Ricardo Moya Reynosa, Tamaulipas Actualizada 13:20

El tiempo se vuelve lento, con uniformados resguardando, un ataque puede ocurrir en cualquier momento, aseguran

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 “¡Una agresión! ¡Una agresión! Es el mensaje que llega a los militares que han salido hacia la Colonia Los Almendros, en Reynosa, Tamaulipas, a realizar un recorrido nocturno de vigilancia. Piden la ubicación, no hay respuesta. “¡Sigue la agresión! ¡Sigue la agresión! Se escucha en repetidas ocasiones el mensaje que envían sus compañeros, después de que han pasado 20 segundos.

El convoy se detiene; un oficial vuelve a pedir por el radio la ubicación, otro revisa su celular, manda un mensaje y pide la misma información, mientras el coronel Gómez exige rapidez y exactitud, la respuesta tarda varios minutos.

“En la Juárez, es en la Juárez”, se escucha de pronto, pero el capitán Carlos corrige de inmediato y reporta que es en la Colonia Pedro J. Méndez, “¿pero en qué calles?”, pregunta de nuevo el coronel, mientras da instrucciones al conductor para dar vuelta, dejar la ruta planeada y enfilarse sobre el Viaducto Reynosa, para después girar hacia la carretera a San Fernando, ya que es la ruta más rápida que marca el GPS.

Con el altavoz, los militares piden el paso a los autos, a las camionetas, a las motocicletas y advierten a los peatones: “¡Cedan el paso! ¡cedan el paso!”, pero pocos conductores obedecen las indicaciones. “Rebasa, rebasa con precaución, no esperes tanto, hay quien ya no hace caso, necesitamos llegar pronto”, dice el coronel, mientras pide que vayan ubicando las calles donde ocurrió el ataque.

Los integrantes de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) trataran de recorrer los casi siete kilómetros de distancia entre la colonia los Almendros y la colonia Pedro J. Méndez en el menor tiempo posible, aunque no serán menos de 15 minutos; en el trayecto les informan que hay dos soldados heridos; se le pide al conductor apresurar el paso, aunque por dentro saben que no podrán ir a más de 60 kilómetros en esa zona.

Después de girar sobre la avenida Margarita Maza, las grandes arterias y bien iluminadas desaparecen de a poco, las calles empiezan a ser angostas, los topes y los baches dificultan el paso del Sancadt que encabeza el convoy, y que al ser blindado con un peso de al menos ocho toneladas, se le dificultan las maniobras; el comandante aprovecha el momento para preguntar a uno de los soldados cuál es la ruta más adecuada a partir de ese punto.

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“Este tipo de agresiones se dan en instantes, no tardan mucho, diría yo que segundos, duran muy poco”, comenta el soldado Jonathan, encargado de las transmisiones, mientras trata de obtener información extra.

Para llegar es necesario cruzar las colonias Satélite y Esperanza, con calles de terracería que tras la oscuridad se descubren en realidad como callejones sin salida y las vueltas son cada vez más difíciles. La señal del GPS comienza a fallar, el tiempo pasa y la velocidad del convoy se reduce, y antes de saber en dónde es necesario dar vuelta el conductor se ha pasado; hace una pausa, indica a los conductores que vienen detrás que hagan los mismo y comienzan a dar vuelta para regresar un par de calles por el camino andado.

Para ese entonces, casi 20 minutos después de la agresión, se les informó que la Fuerza de Reacción, la unidad siempre lista en la base para salir en apoyo, fue la primera en llegar al auxilio y reportó que dos compañeros estaban heridos; sin esperar una ambulancia, ellos mismos los trasladaron hacia un hospital.

Aún así, es necesario llegar, comentan los soldados, ya que deberán hacer el reporte de lo sucedido y ayudar en las labores de resguardo; una vez que la ruta volvió a ser trazada hacia el cruce de la calle 18 de marzo y Manuel Cavazos Lerma el coronel pregunta cómo están los compañeros y se tranquiliza al saber que no sufrieron heridas graves.

El enfrentamiento

“Los ‘topamos’ de frente, nos ve una camioneta, trata de regresarse y cuando se dan vuelta nos disparan”, dijo uno de los soldados en cuanto llegó su superior y muestra el lote baldío en donde quedó estrellada la Pathfinder color vino en la que viajaban los agresores y después el sitio de la camioneta militar atacada, ambas con las huellas de los disparos en la carrocería y en los cristales.

“De acuerdo con el procedimiento, ante un ataque, lo que se nos enseñan es a cubrirnos, a descubrir el lugar del ataque,  a reaccionar a la agresión sin poner en riesgo a los civiles y, en caso contrario, tener que retirarse”, relata el capitán Carlos, quien además reconoce que ese es uno de los riesgos durante su labor, encontrarse en el camino con civiles y que puedan sufrir algún daño, siempre es un riesgo.

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En pocos minutos, un grupo de al menos 50 soldados resguarda la zona del ataque, vigilan las calles oscuras y ‘peinan’ los alrededores, tratando de localizar a los probables agresores, tres hombres y una mujer, según alcanzaron a ver los militares cuando escapaban.

“No han de haber ido muy lejos, alguno de ellos resultó lesionado por la cantidad de disparos que se hicieron”, sin que algún vecino se hubiera atrevido a salir, para informar algo, ya sea por miedo o tal vez por complicidad,  dice un soldado mientras revisa el interior de la camioneta y localiza un par de cuernos de chivo.

A partir de ese momento los soldados están obligados a ser los primeros respondientes, sobre todo porque “toda autoridad que sepa de un acto delictivo debe cumplir con esa obligación”, asegura el asesor jurídico de la Octava Zona Militar, que abarca todo el estado de Tamaulipas, aunque los militares no se sienten muy convencidos de hacerlo.

El tiempo se vuelve lento, con uniformados resguardando, observando, impidiendo el paso a los pocos habitantes que se aproximan, y a los que les piden que den la vuelta, no hacen comentarios. Sólo observan y esperan,  pero no saben que tendrán que esperar; en tanto sus superiores van y vienen, se les muestra el lugar, los vehículos, preguntan, reportan, tienen dudas, vuelven a preguntar y vuelven a reportar.

La diligencia dura hasta la madrugada, y mientras esperaban a que se realizara el peritaje, la búsqueda de los sospechosos continuó por las calles cercanas, sin pistas, sin ayuda de los vecinos, entre calles solitarias, mal iluminadas, desconocidas, en las que el silencio se rompe con los murmullos de los soldados, sus pisadas y el golpeteo de sus armas.

Un vecino se aproxima, tratan de alejarlo, pero pronto se dan cuenta de que llega a pedir ayuda; unos hombres entraron a su casa, están ocultos en uno de los cuartos; han pasado un par de horas y es hasta ese momento que los militares tuvieron una pista real sobre los probables agresores.

Con apoyo de agentes de la procuraduría estatal rodean el lugar, con las armas preparadas se acercan de a poco, esperan a que todos tomen posición y entran, son tres hombres, uno está herido, no hay resistencia, los someten y piden apoyo de una ambulancia. mientras los otros sujetos son asegurados para después trasladarlos a la agencia del Ministerio Público; de la supuesta mujer no se supo nada.

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La vida sigue en el cuartel

A las 5:30 de la mañana del día siguiente, encabezados por el comandante, los soldados que han dormido poco, comienzan una nueva jornada con una carrera matutina, toman un baño, se preparan, desayunan, realizan el pase de lista y esperan a que se den los resultados del concurso de bandas de guerra del noreste correspondiente a 2018.

Porque como dicen todos en el cuartel, la vida sigue al otro día; las heridas que sufrieron sus compañeros no fueron graves y en 15 días podrán estar de regreso. Como recuerda el sargento Óscar, “ya me ha pasado, he visto morir a más de un compañero, en una de esas ocasiones yo no estaba, y cuando llegue con los demás al apoyo estaba muerto, me llevaba bien con él y hasta conocía a su familia”, recuerda el sargento.

La noche anterior nadie murió, pero saben que puede ocurrir en cualquier momento un deceso de cualquiera de ellos o ser heridos y quedar discapacitados para la labor, como le ocurrió a uno de sus compañeros, quien quedó cuadrapléjico tras un enfrentamiento.

Recostados, en bata azul, cada uno de los heridos recuerda la agresión, de la noche anterior; uno de ellos fue el conductor de una camioneta, el otro iba en la batea; ninguno quiere que sus familias se enteren, “se van a preocupar y van a querer que me salga (del Ejército)”, dicen, aunque saben que tarde o temprano se enteraran; ambos podrán volver a sus labores en al menos 15 días.

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