“La correspondencia es sagrada”
Poncho habla de su entrada al Servicio Postal como si hablara de la fecha de nacimiento de uno de sus tres hijos.
A los seis años, Gerardo Alfonso Núñez Martínez repartió su primera correspondencia. Lo hizo junto a un tío y desde entonces supo que quería ser cartero. Ahora, 28 años después, 13 de ellos como cartero, cuando le preguntan qué significa trabajar en el Servicio Postal Mexicano, Poncho, como le dicen en su trabajo, contesta orgulloso: “dar servicio, significa servidor público”.
“Es para muchos algo muy sagrado y para uno como cartero lo es, porque día con día uno trata de resguardar su correspondencia lo más que se puede”, comenta.
Dice que lo que reparte no es un simple papel; el contenido, agrega, a veces es tan importante que no duda en protegerla. “Siempre debe ser prioridad la correspondencia”, recalca.
Poncho refiere que ser cartero lo lleva en la sangre y quizá por eso habla con tanto orgullo colgando del labio. Su abuelo José fue cartero y cuando se iba a jubilar, la madre de Poncho le pidió que si le podía hacer el favor de meter a su hijo. El abuelo tuvo que trabajar 18 años más para ayudar a su nieto.
Sus tíos también eran carteros y Poncho narra que cuando niño siempre fue emocionante entregar las cartas; el ver a la gente salir por ellas. “Desde que tengo uso de razón siempre fue el entusiasmo hacia el trabajo del servicio postal. Siempre fue un orgullo a la familia”, añade. Pero no siempre tuvo suerte. A los 18 años presentó su primer examen y no logró entrar al servicio.
Detalla que el examen abarca desde el tema de las cartas, cómo narrar una, los códigos postales, cómo se mide la distancia de una ciudad a otra. Dice también que te dan un mapa y cartas ficticias para que entreguen, como cualquier cartero.
Pasaron dos años y el 7 de octubre de 2005 pudo ingresar. Poncho habla de su entrada al Servicio Postal como si hablara de la fecha de nacimiento de uno de sus tres hijos.
“No conocía la ciudad me tocaron buenos jefes y empezaron a capacitar, hasta que un día me dicen ‘a repartir, aquí está el mapa las cartas y a echarle ganas’”, recuerda.
El primer día se extravió en el centro de la ciudad y un señor que buscaba un domicilio le regaló un mapa que a la fecha conserva. Hoy, Poncho presume conocer el 95% de la ciudad, con calles, números y códigos postales.
Internet nos ha dado trabajo
Contrario a lo que la gente cree, el cartero Poncho asegura que su trabajo no está en peligro de extinción. “Tenemos mucho trabajo, no sé si más o menos. Pero de los 13 años que llevo todos los días hay trabajo, nunca ha fallado. Siempre es abundante”, platica.
Cuenta que habrá carteros que trabajen menos, pero es por el barrio que les toca. Sin embargo, refiere que actualmente entregan muchos paquetes chinos. Precisa que hay días que entrega hasta 300 piezas chinas.
“No sé lo que tenga, pero la gente platica que son cosas que compran en internet. El auge del internet nos ha dado trabajo”, aclara.
Hasta 500 piezas en un día
El punto cero de una ciudad, explica el cartero Poncho Núñez, se mide de catedral a catedral. Explica que esa es la distancia verdadera de una ciudad a otra. Actualmente, Poncho cubre la ruta 33 que abarca tres colonias: Alamedas, Palmas San Isidro y el Tajito. Lleva dos años en ella. Antes estuvo ocho años en Las Dalias. Llega antes de las ocho de la mañana a las oficinas. A las nueve distribuyen correspondencia, después carga su motocicleta, firma, checa bitácoras y sale en ruta.
En promedio, cada día Poncho entrega 500 piezas casa por casa. Cuando llega al domicilio Poncho toca su silbato para que sepan que llegó el cartero. Lo ideal, dice, es entregar la correspondencia en mano, pero si no en el buzón, por debajo de la puerta o incrustado en el barandal.
En una ocasión una señora le pidió que no pasara por su banqueta, pues Poncho suele repartir por las banquetas para facilitar la entrega. El cartero hizo caso, pero un día cuando llegó a repartir a la vivienda, salió la hija y se cayó. Poncho se bajó a ayudarle y levantarla. Otro día la señora que antes lo había regañado, le mandó hablar cuando pasaba y le entregó un lonche hecho por ella.
“Me gusta la gente porque siempre es amable, la gente lagunera es lo mejor, te arropan, te cobijan con su entusiasmo, su ánimo. Platicas con la gente, un saludo, una sonrisa, te cambia el día. Llegas a un punto donde te tienen confianza, te llegan a apreciar, te dan regalos, estímulos”, refiere el cartero. Aunque también ha tenido malas experiencias como cuando metió la mano para dejar una correspondencia en un buzón, y no se dio cuenta que un pastor alemán estaba dormido y lo mordió.