Los alumnos de esta escuela, cuya población es mayormente de origen rarámuri, dormían en un aula y una vivienda sin ningún tipo de comodidades, soportando temperaturas por debajo de los cero grados, recuerda Arianel, una de las beneficiarias de los nuevos dormitorios y el comedor recién equipado.
“Tengo cuatro años en el albergue, el espacio era muy pequeño, no teníamos regaderas y todos los días teníamos que calentar agua en ollas y bañarnos en los sanitarios de la escuela”, recuerda.
Para la celebración, las jóvenes lucen sus vestidos más coloridos, los hombres portan pantalón negro y sombrero. Todos se suman al yúmari, un baile ritual original de los rarámuris.
Esperaron dos décadas. La alegría también es evidente entre los matachines en Corarayvo, Guazapares, una de las zonas más intrincadas de la Sierra, al inaugurar las nuevas instalaciones del albergue indígena que llevaba ya más de 20 años funcionando en condiciones precarias.
Un centenar de niñas y niños viven ahí de lunes a viernes, pues los que vienen de las comunidades más alejadas tendrían que caminar hasta ocho horas para llegar a la escuela, explica Juliana Nevárez Cruz, jefa del albergue que recibe a estudiantes tanto de primaria como de secundaria.
“Muchos vienen de pueblitos muy alejados que no tienen camino para carros, y caminando harían como ocho horas, a esos los recibimos aquí los domingos en la tarde y a los que viven más cerca, el lunes en la mañana; todos se quedan aquí de lunes a viernes, les damos desayuno, comida y cena, dónde dormir y agua caliente para bañarse”, explicó Juliana.