A este pueblo de Hidalgo no se llega por gusto

Villa Ocaranza es un hospital siquiátrico moderno que busca la reinserción de los pacientes, donde conviven un interno con penthouse en Polanco, un sobreviviente del albergue de Mamá Rosa y una química con doctorado

Foto: EL UNIVERSAL
Nación 20/04/2019 16:00 Dinorath Mota Tolcayuca, Hidalgo.- Actualizada 16:03

Dicen que si las paredes de un edificio hablaran, cuántas historias contarían. ¿Qué narrarían las de un siquiátrico? El de Villa Ocaranza quizá reseñaría que las enfermedades mentales no distinguen edad, condición ni posición social.

Aquí conviven un interno con un penthouse en Polanco, un sobreviviente del albergue de Mamá Rosa y una química con doctorado en España.

Este siquiátrico tiene un antes y un después, uno que cuenta la historia negra entre 1968 y el año 2000 en lo que se conoció como el manicomio Doctor Fernando Ocaranza; el después, del 2000 a la fecha con las Villas Ocaranza, bajo el llamado modelo Hidalgo.

El director de la institución, Octavio Ibarra León, explica que en el nuevo modelo prevalece el respeto a los derechos y el trato humano al paciente. Así, Villa Ocaranza es un pequeño pueblo con 10 viviendas rodeadas de jardines, con bancas y un kiosco.

El movimiento comienza a las 7:00 de la mañana. Poco a poco las puertas de las villas —con nombre de flores, como magnolias, azucenas o jazmín— empiezan a abrirse; a las 8:30 los pacientes se concentran para realizar ejercicio. Enfermeras, médicos y personal de limpieza, ya están en sus puestos. A los adultos mayores se les ayuda a bañarse, vestirse y peinarse.

Villa Ocaranza es un pequeño pueblo con 10 viviendas rodeadas de jardines, con bancas y un kiosco, donde conviven de manera familiar 12 pacientes, en total son 82, entre 28 y 80 años de edad. El desayuno se sirve a las 9:30 de la mañana.

Tras los alimentos, los pacientes salen de sus casas; algunos acuden a consulta, otros intentan ayudar con los quehaceres y la cocina. De 11:00 de la mañana a 1:00 de la tarde acuden al área de taller ocupacional, un lugar donde se les enseñan manualidades con materiales como unicel y bolsas de papel con adornos.

Durante el día también se les transmite alguna película, ven televisión o escuchan el radio. Muy pocos tienen visita, la mayoría están en situación de abandono, pero los días que algún familiar llega al hospital son especiales para los pacientes, quienes se arreglan lo mejor que pueden.

La vida por lo general transcurre tranquila, algunos se sientan en las bancas a ver pasar el día, otros recorren el camino del siquiátrico en busca de clientes para sus manualidades, dinero que utilizarán después para comprar golosinas en una pequeña tienda que hay en el interior.

Los alimentos

La comida es la hora más importante del día, ya que el apetito es una característica del paciente siquiátrico. Pero las luces se apagan temprano, a las 19:30 ya deben estar en sus villas para la cena .

Las puertas se cierran y la quietud prevalece. Hoy es viernes, un día soleado; el calor es un detonante del mal humor en la clínica, algunos internos se estresan y pelean con sus compañeros, se escuchan gritos y el cuerpo se altera. Las villas tienen cocina, baño, dos habitaciones, sala y cuarto de gobierno para enfermeras, pero no cuentan con aire acondicionado.

Aquí no hay adornos, cuando los hubo fueron arrancados por los pacientes en tiempos de crisis. El silencio lo rompen autobuses de los que bajan estudiantes de Medicina, una ambulancia de la policía que lleva a consulta a los presos con desorden mental; sin embargo, el ruido no distrae a los pacientes en su constante ir y venir por los terrenos que alberga este hospital.

Roberto, el niño rico

En Villa Ocaranza se encuentra Roberto Alfonso Barbosa Vivanco, de 31 años, está diagnosticado con retraso mental. Su madre fue María de los Ángeles Barbosa Vivanco, quien estuvo al frente de la dirección general del Instituto Nacional de Rehabilitación, ella ya falleció.

Roberto habla inglés. De niño tenía a su disposición una nana y maestros particulares, viajes por todo el mundo. Conserva un patrimonio que incluye un penthouse en Polanco.

Hace 10 años llegó a las Villas Ocaranza luego de que su conducta se saliera de control. Estaba por dejar el hospital cuando su madre falleció, por lo que se quedó en la clínica bajo la tutela de sus tíos.

La dirección de la clínica informa que Roberto está dado de alta, pero sus familiares no han autorizado su salida. Tanto su tutela como sus bienes son manejados por sus tíos. “Yo ya me quiero ir, pero mis tíos no me quieren. El 4 de abril será mi cumpleaños y tal vez sólo me inviten a comer”, comenta Roberto.

De un encierro a otro

Aquí también vive José Luis. Él llegó en 2014 luego de que el gobierno cerrara la casa hogar La Gran Familia de Zamora, Michoacán, ese lugar era manejado por Rosa Verduzco, quien sometía a los menores a su cargo a mendicidad, trata de personas y golpes. José Luis la recuerda como una viejita que lo golpeaba y no le daba de comer.

Entró en muy mal estado, comenta Ibarra León, con desnutrición, heridas por golpes y conducta agresiva.

El diagnóstico: retraso mental. En su inicio fue necesario medicarlo para la depresión y control de sus impulsos que lo llevaban a golpear a sus compañeros. De él poco se sabe, sólo que su vida ha sido de sufrimiento, que creció dentro del seno de La Gran Familia. “Él, al igual que Roberto tampoco debería estar en un siquiátrico.

Al momento que nos lo vinieron a dejar yo les dije que no era un paciente para este lugar, que debía de estar en otro sitio, con personas de su edad y aprender a leer y escribir como ha sido su sueño.

Durante meses se luchó para que el DIF nacional pusiera atención en su caso sin que hubiera una respuesta, por lo que José Luis tendrá que seguir aquí”, dice el director de la clínica, Octavio Ibarra.

A veces el talento termina aquí

Paty es otro caso de entre los 82 pacientes, es alta y delgada, con cabello corto y piel clara. Es coqueta, siempre busca estar presentable, con maquillaje discreto polvo y los labios pintados. Este día espera ansiosa a su hija, recibirá su visita, Pregunta por la hora y los minutos se le hacen eternos.

Ella es química con un doctorado en España, pero su hija decidió que el siquiátrico era el mejor lugar para estar por su problema de bipolaridad, que bastaba con sólo medicación en su domicilio.

En su caso, al igual que con Roberto hay un conflicto de bienes y herencias. Si las paredes de las villas hablaran dirían que este modelo ha funcionado, pero también ha sido abandonado y se nota en el deterioro, pero aun así recibe visitas de varios países interesados en replicar el sistema.

De manicomio a siquiátrico

Si hablaran las paredes del casco de una vieja hacienda donde estaba el manicomio Doctor Fernando Ocaranza —desde 1968 hasta fines de los 90— dirían que ahí hubo escenas de terror, un hacinamiento de hasta 500 enfermos, personal que era rebasado por la cantidad de pacientes que deambulaban por los pasillos.

Que imperaba el hambre, el maltrato y donde los internos desnudos veían pasar los días, sin más espera que la de morir. Fueron los años en que se denunciaron las malas condiciones de los manicomios, La Castañeda en la Ciudad de México y el Fernando Ocaranza en Hidalgo, con sus historias de crueldad. Entonces el viejo edificio con paredes imponentes, Doctor Fernando Ocaranza, cerró.

En la puerta de dos hojas de madera fue colocada una gruesa cadena y un candado. El modelo Hidalgo inauguraba en el 2000 una nueva forma de tratamiento siquiátrico basado en el trato humano.

Este concepto traído de Italia buscaba la reinserción de los pacientes a su entorno familiar, por ello también se construyeron dos casas de medio camino, adonde se tenía previsto luego de una evaluación enviar a los pacientes que tuvieran un mayor avance para que de manera progresiva se reincorporaran al entorno social. Sin embargo, estas casas no cumplieron con el objetivo inicial de ser la antesala de la libertad.

La falta de compromiso de los familiares de los internos es la parte más débil del modelo, si hubiera el interés de que pudieran vivir en un ámbito familiar se completaría el círculo, pero eso no existe, lamenta el director de la clínica.

Usualmente los pacientes son ingresados y abandonados, no tienen otro lugar adonde ir, ni más familia que la que encuentran en el siquiátrico. De las dos casas de medio camino, sólo funciona una, pero el concepto es el mismo de las villas, ahí se encuentran los enfermos porque no tienen otro lugar donde hacerlo.

El modelo Hidalgo fue puesto en marcha por la Fundación Mexicana para la Rehabilitación del Enfermo Mental, encabezada por Virginia González Torres, durante la administración del exgobernador Manuel Ángel Núñez Soto, en el año 2000 Octavio Ibarra León señala que se cuenta con 10 villas construidas en 200 metros cuadrados donde conviven de manera familiar 12 pacientes, en total son 82, entre 28 y 80 años de edad. Hay también consulta externa y un área de internamiento para casos de urgencias.

La rehabilitación del paciente se basa en un tratamiento médico, pero también en el trato humano. Atrás quedó el viejo e imponente edificio, corredores que cerraron sus puertas, salones y una arquitectura que impresiona no sólo por su belleza, sino también por su negra historia.

Ahora en las Villas, dice Octavio Ibarra, diariamente se otorgan 60 consultas externas principalmente por problemas de depresión, bipolaridad y esquizofrenia. Un 25% son en niños y adolescentes con intento de suicidio.

Por ello resalta se debe de perder el miedo al siquiátrico para poder atender y diagnosticar. Una persona sana es más agresiva que un enfermo mental, sentencia.

 

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