El Manicomio: el picadero más grande de Tijuana

Al lugar diario llegan unas 500 personas en busca de marihuana, cocaína y/o heroína: los que compran, los que consumen, los que viven ahí. Llegan solos o en grupo

El Manicomio es un edificio de cinco pisos casi desecho, entre las calles Décima y Novena, del centro de Tijuana, para llegar hasta el lugar donde se consigue alguna droga hay que sortear ratas y basura. (Foto: JOEBETH TERRÍQUEZ)
Nación 21/01/2018 13:48 Gabriela Martínez Tijuana, Baja California Actualizada 13:50

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Más que miedo sentía curiosidad. Había una alfombra de ratas y basura que cubría el suelo de concreto. Un poco de mierda y grafiti eran parte de la decoración, pero a José no le importó y comenzó a fotografiar. Mientras se paseaba por el cuarto con olor a marihuana algo llamó su atención, también la de su guía, ambos clavaron su mirada en ese espacio, donde un hombre violaba a un joven inconsciente, eso les dio una bofetada de realidad: estaban en El Manicomio, el picadero más grande de Tijuana.

No tenía más de 20 años, su boca entreabierta y los ojos en blanco, descubrían que no tenía noción de lo que pasaba; sin ninguna resistencia, lo violaban y no lo sabía.

El Manicomio es uno de los picaderos que engrosan la cifra negra de las corporaciones locales, porque a pesar del hedor a crystal —como plástico quemado—, aparentemente ninguno de los oficiales de policía  que patrullan todos los días  sabe que ahí no sólo consumen marihuana, cocaína, heroína, sino que  hasta por 50 pesos se consigue un cóctel de alucinaciones, sino que también la venden.

Sólo durante 2017, la Secretaría de Seguridad Pública de Baja California destruyó 113 picaderos, casi la mitad concentrados en Tijuana, 47 en total. La corporación reconoce que ese número no es real, pues hoteles, casas abandonadas o terrenos al aire libre sirven como sitios de consumo.

Pero a diferencia de esos sitios pequeños, El Manicomio es grande. Es un edificio de cinco pisos casi desecho, en el centro de Tijuana, donde los rayos de luz apenas se cuelan entre unos pedazos de madera podrida colocados entre los ventanales y las puertas para bloquear el paso. 

Aquí nadie entra por casualidad. Aunque para ingresar hay que mover los tablones que se atraviesan por el camino. Las escaleras que dan al segundo piso también están selladas, uno se abre paso como puede entre las ratas, la basura y los desperdicios en el piso. Del olor nadie escapa.

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Saico, amo del lugar

En el segundo nivel de  El Manicomio vive El Saico. Tiene unos 35 años, pero dice que desde hace 10 conoce el lugar, en donde ha consumido prácticamente cualquier droga; hoy, lo que más corre entre sus venas es el crystal y la heroína. No luce como se podría imaginar a alguien que pertenece al lugar, viste ropa limpia y tiene dientes perfectos que lucen con una sonrisa eterna. Se pasea por el lugar porque dice es que es su casa.

Aquí todo está conectado. ¿Ves el edificio de enfrente?, pregunta mientras apunta hacia el área de juegos de un Carl’s Junior y una cuartería que también tiene cinco pisos. Si prendo algún foco saben que viene la policía o que necesito mercancía.

El Saico dice que solamente a ese lugar diario llegan unas 500 personas. A veces en grupos, otras solos. Los que sólo compran, los que consumen, los que viven ahí, pero también los que se mueren entre los escombros.

Reciente fue publicada la Encuesta de Consumo de Alcohol, Drogas y Tabaco 2016-2017 que posicionó a Baja California como el primer lugar de consumo de anfetaminasTijuana es la capital de este negocio.

“Aquí viene de todo. Los niños bonitos y los indigentes, de todo. Todos cabemos en la mansión, hasta tenemos cabañitas ¿Las quieres ver?

Las cabañas son pedazos de madera apilada como si fueran refugios, usados por indigentes para resguardarse del frío y de la lluvia. Todas construidas en el último piso del edificio, el único que no tiene techo.

Félix, El Saico y El Caras, los cuidadores del lugar tienen un privado, en el sótano del edificio. Ahí hay de cualquier droga, galones de Tonayan —un mezcal barato—, jeringas, aluminio, gallos, focos rotos y encendedores; un arma y una pala. Aquí se arman buenas fiestas, dice El Saico.  Casi de inmediato se escucha el sonido de unas sirenas, es una patrulla; todos huyen y se pierden entre las calles del centro de la ciudad, en medio de la noche, sin decir adiós.

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