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No tenía más de 20 años, su boca entreabierta y los ojos en blanco, descubrían que no tenía noción de lo que pasaba; sin ninguna resistencia, lo violaban y no lo sabía.
El Manicomio es uno de los picaderos que engrosan la cifra negra de las corporaciones locales, porque a pesar del hedor a crystal —como plástico quemado—, aparentemente ninguno de los oficiales de policía que patrullan todos los días sabe que ahí no sólo consumen marihuana, cocaína, heroína, sino que hasta por 50 pesos se consigue un cóctel de alucinaciones, sino que también la venden.
Aquí nadie entra por casualidad. Aunque para ingresar hay que mover los tablones que se atraviesan por el camino. Las escaleras que dan al segundo piso también están selladas, uno se abre paso como puede entre las ratas, la basura y los desperdicios en el piso. Del olor nadie escapa.

En el segundo nivel de El Manicomio vive El Saico. Tiene unos 35 años, pero dice que desde hace 10 conoce el lugar, en donde ha consumido prácticamente cualquier droga; hoy, lo que más corre entre sus venas es el crystal y la heroína. No luce como se podría imaginar a alguien que pertenece al lugar, viste ropa limpia y tiene dientes perfectos que lucen con una sonrisa eterna. Se pasea por el lugar porque dice es que es su casa.
Aquí todo está conectado. ¿Ves el edificio de enfrente?, pregunta mientras apunta hacia el área de juegos de un Carl’s Junior y una cuartería que también tiene cinco pisos. Si prendo algún foco saben que viene la policía o que necesito mercancía.
El Saico dice que solamente a ese lugar diario llegan unas 500 personas. A veces en grupos, otras solos. Los que sólo compran, los que consumen, los que viven ahí, pero también los que se mueren entre los escombros.
“Aquí viene de todo. Los niños bonitos y los indigentes, de todo. Todos cabemos en la mansión, hasta tenemos cabañitas ¿Las quieres ver?
Las cabañas son pedazos de madera apilada como si fueran refugios, usados por indigentes para resguardarse del frío y de la lluvia. Todas construidas en el último piso del edificio, el único que no tiene techo.