El padre de familia tenía 35 años, combinó su carrera como ingeniero electromecánico con el beisbol, era también coach del equipo Marlins de la categoría Pony, con niños de 13 a 16 años. Además formaba parte del equipo de beisbol del taller mecánico del complejo petroquímico de Cosoleacaque.
Carlos Fernández, cronista deportivo de Minatitlán, recuerda a César como un hombre alegre y disciplinado, un joven con mucho futuro como entrenador de la Liga Pequeña, porque se formó en el sistema beisbolero; fue seleccionado siete veces para equipos de Puebla, Mazatlán, Nuevo Laredo, Los Mochis y Culiacán, de los cinco a los 14 años, actividad que luego abandonó para estudiar.
César era conocido como El Volvo, como los poderosos acumuladores de vehículos; sus amigos también le decían Apá, por utilizar la frase para todo. Él era seguidor de los Medias Rojas de Boston y era la figura admirada de Marcos Davis, su primo hermano, otro de los jóvenes beisbolistas que estaban en la fiesta y quien salió herido, por lo que hoy lucha por su vida en un hospital.
Davis es fanático de los Yankees de NY y ha seguido los pasos de su primo, no lo ha podido evitar, el beisbol es también marca familiar: su madre Irma Barrera Álvarez —quien también murió en el ataque a la palapa— fue secretaria de Liga Pequeña en los años 80. Marcos comenzó a los cuatro años y se convirtió en catcher de un equipo de Jaltipan de la liga semiprofesional, además de ser petrolero transitorio del taller de mantenimiento de la Refinería Lázaro Cárdenas.
“Estamos consternados por la tragedia, porque no podemos llamarlo de otra forma, no sólo por César y Marcos, sino por todas las víctimas. Han muerto beisbolistas que nos han dolido, pero han sido por accidentes o enfermedades, pero no así, no de manera inhumana, dolorosa. Estamos de luto, el beisbol en general está llorando a sus hijos”, comenta Carlos mientras muestra una fotografía de César en una liga infantil.
La tumba de Santiaguito y César es la última del panteón del Ejido Tacoteno, las coronas de flores aún lucen frescas y con dos cruces de madera con sus nombres grabados, padre e hijo descansan en un mismo ataúd, así como siempre anduvieron en vida, juntos en la casa, en las fiestas y en el campo beisbolero.