Temblores no dan tregua a Oaxaca

Juchitán y Asunción Ixtaltepec, entre los más afectados; las vialidades se transforman en refugio para las familias

Cada movimiento de la tierra del sábado pasado hacía presa del miedo a los habitantes del Istmo, quienes abrazaban a sus seres queridos para reconfortarlos y no caerse durante la sacudida (FOTOS: ARTURO MARTÍNEZ. EL UNIVERSAL)
Nación 24/09/2017 09:27 Alberto López Morales / Corresponsal Juchitán Actualizada 09:27

El miedo pasa lista en los rostros de las familias juchitecas que no quieren regresar a sus hogares, en medio de una sucesión interminable de sismos. Todo es pánico y terror desde las 05:38 am del sábado, cuando la tierra volvió a rugir con un sismo de 5.8 grados Richter, con epicentro en Salina Cruz.

De inmediato, el recuerdo del terremoto del jueves 7. Crujieron las casas. Las mujeres despertaron gritando y después vino una aparente calma.

Cuando apenas reiniciaban las labores del día, la tranquilidad se interrumpió bruscamente, con una nueva y enorme sacudida provocada por un temblor de 6.1 grados, con epicentro en la población zapoteca de Unión Hidalgo. La tierra brincó de manera abrupta. Las personas se tambaleaban y viviendas dañadas por el terremoto del jueves terminaron por desplomarse. A las 07:52 horas del sábado sobrevino el golpe certero.

Desde ese instante, las calles abrieron sus entrañas y se convirtieron en el espacio para abrigar a los vecinos. Bajo plásticos de todos los colores, rojos, azules, amarillos, verdes, los vecinos colocaron mesas y sillas; armaron los fogones con carbón para preparar café caliente.

“No para de temblar. Dios mío, ¿cuándo pararán estos temblores?”, preguntó Ana María con el dolor pintado en su rostro. Durante las primeras horas del sábado y pasadas las ocho, los sismos continuaron. Poco más de 20 viviendas y locales comerciales se desplomaron tan sólo en la ciudad de Juchitán. La gran mayoría de las vialidades se transformaron en el refugio de las familias, que a cada movimiento de la tierra agitaban sus cuerpos abrazados entre sí. “No se paren. Quédense sentadas”, pedía don David Girón a sus familiares.

El miedo en su expresión máxima no toca fondo, se acrecienta frente al flap, flap producido por los helicópteros que sobrevuelan a baja altura. El ulular de las ambulancias que traslada a las personas lesionadas o con crisis nerviosas no cesa. El llanto de las sirenas golpea los sentimientos de los juchitecas, que entre murmullos recuerdan que ya no funciona el hospital civil, construido a fines de los años 80, y que colapsó con el terremoto del 7 de septiembre.

Las patrullas de la Policía Federal, los enormes vehículos que transportan a las tropas militares y las camionetas que llevan a policías estatales se abren paso con grandes dificultades.

Las calles que no están cerradas por los vecinos están obstruidas por escombros de ladrillos, bloques de cemento y tierra. Los trabajos de demolición de las viviendas colapsadas quedaron suspendidos.

Con los ojos enrojecidos, doña Claudia cuida a su nieto de un año de edad. Ella y sus hijas, como todas las familias juchitecas, no quieren regresar a su vivienda que crujió con el sismo de las 07:52 horas. “Mis hijas están atemorizadas. No quieren volver a la casa”, comentó mientras ayudaba a sus comadres, Rosa y Juana, a cortar en trozos delgados la carne de cerdo, que por la mañana una empresa local distribuyó entre las familias.

“Estábamos en la fila para recibir la carne cuando tembló. Vi cómo se movían las casas y no podía sostenerme”, comentó aterrada doña Rosa.

La incertidumbre se unió al temor conforme pasaron las horas, con el desplome de la telefonía celular, los cortes de energía eléctrica y los primeros reportes de daños en las otras poblaciones aledañas a Juchitán, como Unión Hidalgo, Asunción Ixtaltepec, Tehuantepec, Salina Cruz, Ciudad Ixtepec. El puente que une Ixtaltepec con Ixtepec se colapsó, reportaron.

“¿Por qué, Dios mío?”, preguntaba llorosa y con el temblor en sus manos doña Lourdes. “Esto ya no es vida”, agregó. Ella y sus dos pequeñas hijas todavía no superan el miedo que las atrapó la noche del jueves 7 y de nueva cuenta el pánico la invade. No quiere regresar a su modesta vivienda cuarteada por los sismos y sus réplicas. “No para de temblar. No se va el miedo que tienen mis hijas”, añadió al negarse a desayunar.

El estruendo que hizo crujir las viviendas provocó la estampida. Como pudieron, las personas salieron en tropel de sus casas para ponerse a salvo mientras caían los techos y las paredes. “La tierra no sólo se movía. También brincaba y no nos permitía caminar”, comentó Raúl, un adolescente que ayudó a su abuela a alcanzar la calle. “Apenas estábamos comprendiendo la magnitud del terremoto del pasado 7 y ahora otra vez el golpe”, dijo.

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