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“A veces el dinero no nos alcanzaba, porque no podíamos trabajar y lo que nos daban nuestros papás no era suficiente. Entrábamos a las 7:00 de la mañana a clases y a veces estábamos hasta las 11 de la noche en el laboratorio. Era feo porque comíamos o pagábamos el pasaje”, comenta Gregorio.
“Yo vendí dulces —añade su colega Héctor Martínez Sánchez, director de Diseño de la empresa— e incluso aún me dicen Dulces en la FES”.
Además de esto, Héctor, de 27 años, trabajó en un call center y fue con esos empleos con los que se dio cuenta de que quería tener un negocio propio. Después de estudiar, trabajó en una cementera y ahorró para comprar una cortadora láser semiindustrial y poner su estudio de diseño llamado Estudio 1.61. Desde que comenzó a colaborar con Gregorio, él elabora los moldes para realizar las pruebas del concreto.
Antes de ser director de Producción en la compañía, Javier Sánchez Ochoa, de 27 años, trabajó en cadenas empresariales como Cinepolis, Applebee’s y en un ciber café. “Después de trabajar ahí me di cuenta de que la mayoría no se atreve a innovar y permanece estancada” y, dice, por eso considera que el proyecto que tiene con sus amigos puede crecer.
Actualmente los tres ayudan a los estudiantes a seguir innovando con cursos y clases en la FES Aragón, como retribución a la Universidad por los conocimientos y el apoyo. Con la experiencia adquirida esperan lograr que la escuela participe en competencias europeas.
Apolinar Valencia López, estudiante de sexto semestre de Ingeniería, recuerda cuando Gregorio y sus compañeros recaudaron fondos para participar en un concurso organizado por el Instituto Americano del Concreto. Apolinar se ofreció para preparar mezclas, limpiar el laboratorio y trasladar material. “Un ingeniero nos dijo ‘uno nunca sabe en dónde va a estar en algunos años’ y efectivamente, ese día decidí apoyarlos sin saber que hoy estaría en su lugar”.

Participar en un concurso internacional no es fácil, porque “no es llegar e inscribirse, antes se tiene que ganar prestigio nacional y tener patrocinadores”, comenta Héctor, quien empezó a participar en certámenes locales en 2011.
Durante su estancia en la universidad, lo más lejos que Héctor y sus compañeros salieron a competir fue en Mérida, pero las siguientes generaciones viajaron a Estados Unidos. Gregorio y su equipo nunca habían salido del país, pero gracias a otros concursos conocieron Filadelfia, Denver y Detroit, donde destacaron por obtener primeros lugares.
“Enfrentar a países que cuentan con más recursos para innovaciones, como Estados Unidos, Turquía, Costa Rica e India, y posicionarnos, habla bien de la formación que nos da la Universidad, porque tenemos las herramientas y la capacidad de escuelas [que están] en países de primer mundo”, explica Javier.
Uno de los mayores retos para Gregorio y su equipo fue creer que su proyecto podía ser exitoso más allá de los laboratorios y los concursos. Cuando comenzaron a ser reconocidos en competencias, sus profesores y familiares los animaron a seguir adelante.
La Universidad les ayuda con Innova UNAM, una incubadora de proyectos que enseña a trasladar propuestas académicas al campo laboral. “Nuestra formación como ingenieros no nos proporciona los conocimientos y habilidades para administrar el proyecto al momento de vender, entonces la incubadora nos orienta en la parte comercial”, dice Javier.
El gerente de la incubadora Innova UNAM, Omar Erick Valdéz Flores, afirma que “los emprendedores se enfrentan a recursos muy limitados, son ellos quienes son dedicados con sus proyectos y es gracias a eso que pueden seguir adelante.
“No hemos recibido apoyo gubernamental todavía porque es complicado y a pesar de ser seguro es tan lento que no conviene”, comentan los directores de Ingenia Concretos, por ese motivo han recaudado fondos con amigos, familiares y patrocinadores para continuar.