La vida en el municipio más pobre
Coneval ubica a Santos Reyes Yucuná, Oaxaca, como el municipio más pobre del país. Sus habitantes migran a la CDMX, Guadalajara o Chiapas para dedicarse al ambulantaje o a la albañilería y llevar dinero a sus familias
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Es domingo y en esta comunidad de la Mixteca, a más de 217 kilómetros de la capital oaxaqueña, la vida se escurre entre la necesidad y el intenso frío. Se trata del municipio más pobre de México, con el 99% de sus habitantes en esa condición, de acuerdo con el informe Medición de la pobreza municipal 2015, realizado por el Consejo Nacional de la Política de Desarrollo Social (Coneval)
Al llegar a la cabecera municipal, rodeada de cerros rojizos, pinceladas de modernidad enmascaran la miseria. Las cuadras principales lucen recién pavimentadas y de los techos de tabicón se sostienen antenas de televisión por cable. A primera vista, la pobreza se oculta.
Vivir sin atención médica
A pesar de las bajas temperaturas, a Lalo no le hace falta un suéter, una vieja playera y un pantalón roto son su atuendo habitual. “No tengo frío”, asevera mientras sonríe. Sin embargo, el gélido clima ha hecho mella en su clara piel, al dejar quemaduras en el cuello y rostro.
De entre su ropa se asoman los raspones de las constantes caídas provocadas por la falta de un sostén adecuado para desplazarse, también se distinguen las cicatrices de una fractura expuesta de apenas hace unos meses, cuando rodó cuesta abajo del cerro; los rastros de la lesión, que fue atendida por un huesero, están cubiertos de polvo.
A la orilla de la población, en la calle Isabel La Católica, ubicada en la parte más alta del pueblo, el niño de ocho años juega a las carreras con sus dos primas más pequeñas, quienes le llevan la delantera.
Él hace su mejor esfuerzo apoyado en dos muletas improvisadas, hechas de carrizo. La distrofia en ambas piernas, condición con la que nació, no le impide jugar.
Vive intentando ser autosuficiente con lo que aprende sobre la marcha, pues su padecimiento nunca ha sido tratado por un doctor.
La comunidad tiene un centro de salud; sin embargo, la ausencia constante del personal médico dificultan la atención.
En febrero el único médico residente que prestaba sus servicios culminó su estadía y fue hasta septiembre que otro ocupó la plaza. Los habitantes deben viajar hasta Tonalá, Chiapas, cuando se enferman.
El pequeño es hijo de dos comerciantes, ambos radican en la Ciudad de México, donde, al igual que la mayoría de sus paisanos, venden botanas para llevar el sustento familiar.
Mientras tanto, Lalo se queda al cuidado de una de sus tías, madre de un niño prematuro que nació con parálisis cerebral y quien recibe atención en la capital del país.
Lalo no habla español. Al igual que aproximadamente mil habitantes de los mil 600, es hablante de mixteco. Y mientras su rostro dibuja una sonrisa, confiesa que no le interesa aprender español, tampoco ir a la escuela y no le importa no saber leer ni escribir.
A través de su tía, Anatalia Regino, explica que en varias ocasiones se ha negado a viajar a la capital del país, porque teme que con el cambio de clima pueda enfermarse o perderse, pues le han dicho que la ciudad es muy grande.
Los padres de Lalo son parte del 95% de la población obligada a emigrar ante la falta de empleo.
“La falta de trabajo es la más grande carencia de la comunidad”, sostiene el edil. Por ello, la gente económicamente activa viaja por temporadas a la CDMX, Guadalajara y Chiapas, allí se dedican principalmente al comercio ambulante y la albañilería.
El munícipe expone que la cifra poblacional es variable, la gente que va a otros estados a buscar empleos para mejorar su economía vive únicamente por temporadas en el municipio, donde los frutos del trabajo les han permitido tener casas de concreto.
El ir y venir a la pobreza
A pocas casas de donde vive Lalo, habita la señora María Juana. En su vivienda, de tabique y piso de tierra, hay un cuarto que le costó 7 mil pesos, lo construyeron a través de la Cruzada Nacional Contra el Hambre de 2013 a 2015, pues el apoyo les fue dado en varias emisiones y ante la insistencia de los beneficiarios.
Nadie sabe cuántos años tiene, también desconocen sus apellidos, sólo advierten que el tiempo y la pobreza han sido implacables con ella. No puede caminar y casi no habla.
Desde hace años quedó a cargo de sus ahijados, quienes en próximos días se verán obligados a abandonarla, porque necesitan viajar para emplearse en el ambulantaje y regresar con dinero para subsistir. Sus ganancias equivalen a un salario mínimo.
“Nos preocupa la abuelita, antes podía comer, valerse por sí misma. Sus hijas no quieren hacerse cargo de ella, y ahora ¿quién le va a dar de comer?”, se cuestionan.
Recostada en medio del patio, para que le toquen los rayos del sol, María Juana contempla a su familia, quienes poco a poco se ha quedado sin provisiones para el día a día.
María Juana es parte de los 77 adultos mayores que están en el padrón de la Secretaría de Desarrollo Social (Sedesol), que recibe un apoyo de 950 pesos bimestrales; sin embargo, en este año, no les han sido entregados.
Burocracia, un obstáculo
“Las casas están hechas de material, pero nos hace falta mucho”, dice el presidente municipal, Alberto Martínez Estrada. Explica que hasta hace unos días no conocían las cifras del Coneval, y aunque ignora el momento preciso en que la pobreza aumentó en su localidad, afirma que el olvido de las autoridades y la falta de recursos contribuyen a que los habitantes no tengan una vida digna.
Sostiene que en diversas ocasiones ha acudido ante el gobierno del estado para pedir apoyos para la comunidad, incorporaciones a programas y mejoras en educación y salud, pero no ha tenido respuesta.
Desde 2014, no ha habido programa de empleo temporal para coadyuvar con la economía de las familias. “Hemos solicitado todo tipo de programas, pero los trámites son engorrosos y las autoridades sólo dan largas, no hay apoyos concretos”, lamenta el alcalde.
Comenta que tras los sismos de septiembre, se registraron daños en el templo de la población y en algunos muros de contención del jardín de niños, que aunque no significa un riesgo, es costoso de reparar.
En Yucuná sólo hay un jardín de niños, una primaria y una telesecundaria. Es el nivel educativo el que impide que la población aspire a mejores empleos, y quienes han seguido estudiando tienen que mudarse a Chiapas; en el pueblo, quienes no migran se dedican al campo, pues es la tierra la que les da lo necesario para vivir.
La crisis se agrava porque el agua es insuficiente y ello impide que funcionen las tuberías. Las casas se construyeron en inclinaciones, por lo que el agua del drenaje afectaría a las viviendas de más abajo.
El presupuesto anual que recibe el municipio asciende a 3 millones de pesos, éstos se reparten entre la cabecera y las cinco rancherías, en obras de alumbrado público y el constante remozamiento de la carretera.
El acceso a la comunidad es prioritario para las autoridades locales, quienes señalan que algunos habitantes que han tenido que ser trasladados a hospitales por diversas razones han vivido situaciones de peligro debido al mal estado en que se encuentra esa vía.
Yucuná fue considerado entre los municipios que beneficiaría el Fideicomiso Fondo de Desastres Naturales (Fonden), no obstante, desde la primera visita, un par de días después del sismo del 7 de septiembre, los representantes del gobierno federal no han vuelto al lugar, ni destinado recursos a la localidad.