
Al llegar a la cabecera municipal, rodeada de cerros rojizos, pinceladas de modernidad enmascaran la miseria. Las cuadras principales lucen recién pavimentadas y de los techos de tabicón se sostienen antenas de televisión por cable. A primera vista, la pobreza se oculta.
De entre su ropa se asoman los raspones de las constantes caídas provocadas por la falta de un sostén adecuado para desplazarse, también se distinguen las cicatrices de una fractura expuesta de apenas hace unos meses, cuando rodó cuesta abajo del cerro; los rastros de la lesión, que fue atendida por un huesero, están cubiertos de polvo.

Él hace su mejor esfuerzo apoyado en dos muletas improvisadas, hechas de carrizo. La distrofia en ambas piernas, condición con la que nació, no le impide jugar.
Vive intentando ser autosuficiente con lo que aprende sobre la marcha, pues su padecimiento nunca ha sido tratado por un doctor.
La comunidad tiene un centro de salud; sin embargo, la ausencia constante del personal médico dificultan la atención.
Mientras tanto, Lalo se queda al cuidado de una de sus tías, madre de un niño prematuro que nació con parálisis cerebral y quien recibe atención en la capital del país.
A través de su tía, Anatalia Regino, explica que en varias ocasiones se ha negado a viajar a la capital del país, porque teme que con el cambio de clima pueda enfermarse o perderse, pues le han dicho que la ciudad es muy grande.

Los padres de Lalo son parte del 95% de la población obligada a emigrar ante la falta de empleo.
“La falta de trabajo es la más grande carencia de la comunidad”, sostiene el edil. Por ello, la gente económicamente activa viaja por temporadas a la CDMX, Guadalajara y Chiapas, allí se dedican principalmente al comercio ambulante y la albañilería.
El munícipe expone que la cifra poblacional es variable, la gente que va a otros estados a buscar empleos para mejorar su economía vive únicamente por temporadas en el municipio, donde los frutos del trabajo les han permitido tener casas de concreto.
Nadie sabe cuántos años tiene, también desconocen sus apellidos, sólo advierten que el tiempo y la pobreza han sido implacables con ella. No puede caminar y casi no habla.
Desde hace años quedó a cargo de sus ahijados, quienes en próximos días se verán obligados a abandonarla, porque necesitan viajar para emplearse en el ambulantaje y regresar con dinero para subsistir. Sus ganancias equivalen a un salario mínimo.

“Nos preocupa la abuelita, antes podía comer, valerse por sí misma. Sus hijas no quieren hacerse cargo de ella, y ahora ¿quién le va a dar de comer?”, se cuestionan.
Recostada en medio del patio, para que le toquen los rayos del sol, María Juana contempla a su familia, quienes poco a poco se ha quedado sin provisiones para el día a día.
“Las casas están hechas de material, pero nos hace falta mucho”, dice el presidente municipal, Alberto Martínez Estrada. Explica que hasta hace unos días no conocían las cifras del Coneval, y aunque ignora el momento preciso en que la pobreza aumentó en su localidad, afirma que el olvido de las autoridades y la falta de recursos contribuyen a que los habitantes no tengan una vida digna.
Sostiene que en diversas ocasiones ha acudido ante el gobierno del estado para pedir apoyos para la comunidad, incorporaciones a programas y mejoras en educación y salud, pero no ha tenido respuesta.
Desde 2014, no ha habido programa de empleo temporal para coadyuvar con la economía de las familias. “Hemos solicitado todo tipo de programas, pero los trámites son engorrosos y las autoridades sólo dan largas, no hay apoyos concretos”, lamenta el alcalde.
Comenta que tras los sismos de septiembre, se registraron daños en el templo de la población y en algunos muros de contención del jardín de niños, que aunque no significa un riesgo, es costoso de reparar.
En Yucuná sólo hay un jardín de niños, una primaria y una telesecundaria. Es el nivel educativo el que impide que la población aspire a mejores empleos, y quienes han seguido estudiando tienen que mudarse a Chiapas; en el pueblo, quienes no migran se dedican al campo, pues es la tierra la que les da lo necesario para vivir.
La crisis se agrava porque el agua es insuficiente y ello impide que funcionen las tuberías. Las casas se construyeron en inclinaciones, por lo que el agua del drenaje afectaría a las viviendas de más abajo.
El acceso a la comunidad es prioritario para las autoridades locales, quienes señalan que algunos habitantes que han tenido que ser trasladados a hospitales por diversas razones han vivido situaciones de peligro debido al mal estado en que se encuentra esa vía.