La mexicana empezó a dar clases en Sheffield, otra universidad de ese país. En un curso pidió a sus estudiantes desarrollar un proyecto para ayudar a Kiron, un niño de 11 años con parálisis cerebral. “No podía hablar, moverse o escribir. Los muchachos se apasionaron muchísimo para ayudarlo y desarrollaron un prototipo para que pudiera realizar esas actividades”.
Posteriormente, trabajaron con el hospital de niños de esa ciudad, ayudando a los pacientes con “huesos de cristal”: “Mis alumnos diseñaron un aparato para ayudar a que los niños pudieran caminar. Lo aprobaron médicamente y ya está en las instituciones médicas de Estados Unidos”.
Professor Rodríguez Falcón, como le dicen en Inglaterra, creció en una familia tradicional de los años 70, en Monterrey. Su mamá era ama de casa y su papá trabajaba como ayudante en un departamento de compras.
Cuando Elena salió de la universidad empezó a buscar trabajo, pero pronto se dio cuenta de que en muchas empresas preferían trabajadores varones: “El anuncio decía: ‘buscamos ingeniero mexicano, género: masculino’. Recuerdo que tenía una furia en el estómago”.
La ingeniera no desistió y mandó su currículo: “Me dieron el trabajo porque demostré que tenía las mismas capacidades”. Por eso, para ella es muy importante que en su nueva universidad haya igualdad. “Queremos tener 50% mujeres y 50% hombres”.
Al principio, le ofrecieron un trabajo temporal, por un año: “Pensé que iba a estar bien para mi CV. Después de unas semanas, mi jefe me dice: ‘una profesora va a dejar una clase, ¿tú la puedes dar?’.
“Empecé a dar clases como me las habían dado en Monterrey, pero me di cuenta de que a pesar de haber sido una buena estudiante, me sentí un ingeniero hasta que entré a la industria”, por eso, la mexicana se acercó a los hospitales y buscó clientes que requirieran servicios de sus estudiantes.
Elena dice que ella nunca buscó aprender a enseñar, sino aprender a aprender. Por esa razón, su alma mater, la Universidad Autónoma de Nuevo León, le otorgó el doctorado Honoris Causa en Ingeniería. La profesora forma parte del consejo de esta institución y estaba de visita cuando recibió la noticia de que había sido seleccionada para presidir la nueva escuela de Hereford.
“Yo no tenía un plan. Sólo estaba disfrutando del trabajo que estaba haciendo. Yo no me consideraba una académica como los británicos. Me considero una educadora”.
Para Elena, la diversidad es algo natural, y se enorgullece de crear una escuela que rompe con los paradigmas de las aulas tradicionales. Estuvo casada por ocho años, antes de “salir del clóset”: “Concluimos que no estaba bien para ninguno de los dos, y tuve la oportunidad de ser yo misma”. Aunque Elena enfatiza que creció en una familia en la que siempre tuvo apoyo: “Crecí en una familia muy normal mexicana”.
Cuando le contó a su padre sobre su orientación sexual lo primero que le dijo fue: “¿Qué van a decir tus compañeros? Te va a afectar en tu trabajo”. Sin embargo, Elena cuenta que ella nunca ha sido discriminada: “Pensé que iba a haber discriminación como mexicana, y no fue. Como gay, y no fue. Como mujer en la ingeniería, y no fue”.
Cerca de 56% de las personas esconden su preferencia sexual en el ámbito laboral, muchas veces por recomendación de sus jefes, de acuerdo con la Encuesta Diversidad y Talento LGBT en México publicada por la ADIL.
Por el momento, la mexicana, que también da charlas sobre sexualidad y diversidad en Reino Unido, está buscando patrocinadores para hacer crecer su escuela.