"Nadie duerme aquí; el frío atraviesa todo", dice damnificada de Juchitán
El viento no tiene compasión de las casas azules de nylon que el gobierno chino obsequió al pueblo zapoteca, las ráfagas de más de 170 kilómetros por hora las perfora hasta destruirlas
El silbido del viento es largo y fuerte. No tiene compasión de las casas azules de nylon que el gobierno chino obsequió al pueblo zapoteca, las ráfagas de más de 170 kilómetros por hora las perfora hasta destruirlas; así son inservibles para las familias que buscan resguardarse del frío, uno que cala hasta los huesos de los habitantes acostumbrados a temperaturas arriba de los 35 grados centígrados.
Rosalinda Felipe Orozco, anciana de 75 años de la Quinta Sección de Juchitán, fue de las afortunadas en obtener una de las “casitas chinas” que el gobierno estatal distribuyó en las primeras semanas después del sismo del 7 de septiembre. Al principio eran la mejor opción para resguardarse de la lluvia y el sol, hoy no, no resistieron los primeros golpes de la temporada de fuertes vientos, lo que las ancianas llaman en zapoteco Bii yoxho (viento viejo).
Rosalinda perdió sus dos casas la noche del terremoto. Sólo conserva la mitad de una y, aunque no tiene paredes, las sustituyó con lonas que también le donaron; sin embargo, no han logrado resistir mucho, se rompen a cada rato, así que el frío y polvo entran sin permiso a la habitación, entre trastos, santos y restos de sus muebles.
De la casa, sólo mueve la cabeza en señal de decepción. No resistieron nada, a la primera se rompieron, ella no pudo ni dormir adentro. Se la dio a su yerno para resguardarse, pero en los días que la temperatura llegó a 17 grados con una sensación de 10 grados por las rachas de los vientos, que Protección Civil comparó a la de los huracanes categoría 2, él tampoco resistió y buscó un lugar más cálido para dormir.
“El viento viejo mueve la casita a su antojo. Mis hijos la amarraron bien al suelo, pero no aguantó. El sábado y domingo que el viento chiflaba con ganas se empezó a romper por todos lados; nadie duerme ahí porque el frío atraviesa todo. En uno de esos días, el viento se la va a llevar y quién sabe dónde la va a tirar, ¿qué vamos a hacer?, pues nada, esperar que pase esta desgracia”, comenta sentada en su mecedora abrigada con su chal más grueso.
Una cerca de malla ciclónica resguarda la casita azul de Rosalinda sujetada con mecates al piso donde alguna vez estuvo una casa de teja. El viento sigue sin tener compasión; cada golpe la levanta con ganas de volarla como papalote. También juega con los demás espacios de lonas en Juchitán y que para muchos son la única opción de resguardo del frío.