En Santiago Jamiltepec, la muerte cayó del cielo
Familias pasaban la noche en autos por miedo a las réplicas. “No tenían por qué morir así”: lamentan vecinos de las víctimas
¿Para qué venían?, ¡a lucirse nada más!”, “No entiendo qué venían a hacer a esa hora los del gobierno, mire, nada más lo que vinieron a ocasionar”. Esos son los reclamos de los familiares de las 13 víctimas mortales que dejó el desplome de un helicóptero de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena).
Son las nueve de la noche. Han pasado más de tres horas desde que la tierra crujió con una fuerza de 7.2 grados y sacudió toda la Costa de Oaxaca. Para huir de los cientos de réplicas del sismo, familias de Santiago Jamiltepec han decidió instalar un campamento en campo abierto.
Su idea es pasar la noche fuera para sacudirse el miedo de que el suelo vuelva a cimbrarse y sus casas no resistan. Con temor, niñas, mujeres, hombres y un bebé de cuatro meses intentan descansar dentro de cuatro autos cerca de sus hogares. Dentro de una hora y media la muerte, que no llegó con el sismo, caerá monstruosa desde el cielo y se llevará a 13 de ellos.
Son las 10:30 de la noche. Un helicóptero militar atraviesa los cielos de Jamiltepec. En la aeronave viajan el secretario de Gobernación, Alfonso Navarrete Prida, el gobernador oaxaqueño Alejandro Murat Hinojosa, y otras nueve personas más. Todos ellos acuden a la población para verificar las afectaciones del sismo.
El helicóptero pretende descender en un terreno utilizado como pista, en la colonia Aviación, en cuyos alrededores habitan cientos de personas en casas de adobe o madera. Pero momentos antes de tocar tierra algo sale mal y la unidad militar se desploma a unos metros del suelo, aplastando con todo su peso a los que huían para seguir viviendo. El choque del metal y la tierra se lleva en ese instante a 12, uno más morirá después. Los tripulantes apenas salen lesionados.
“No tenían que morir así”
— ¡Gobernador, gobernador!, ¿está usted bien?
Las voces que se escuchan son de los sobrevivientes que viajaban en la aeronave, quienes son auxiliados por elementos del Ejército Mexicano y puestos en resguardo pues familiares y vecinos se acercan presas de una desesperación y un furia que se desborda.
Los minutos que siguen al desplome se llenan de llanto y dolor, pero sobre todo de preguntas y reclamos que nadie atiende.
La premura por revisar los daños del sismo ha quedado atrás y el gobernador es retirado del lugar para llevarlo a Puerto Escondido.
En el campo de tierra donde cayó la muerte, paramédicos rescatan a otras 16 personas que resultaron heridas y las trasladan a hospitales de la región para que sean atendidos. Entre los sobrevivientes están seis menores de edad de cuyo estado nadie sabe informar.
La Sedena acordona el área destrozada, en el piso están tendidos quienes hace unas horas fueron un bebé, dos niñas, cinco mujeres y cuatro hombres, y cuyos vecinos, hermanos y familiares coinciden entre tanta furia que “no tenían por qué morir así”.
Han pasado más de ocho horas desde que una delgada cinta amarilla de restricción separa a las familias costeñas que un helicóptero rompió. No se mueven de aquí porque en medio de la oscuridad y cobijas llenas de polvo y sangre esperan con desconsuelo los restos de los suyos.
Alrededor de la zona predomina la imponente presencia del Ejército, del llanto de familias, de gritos entre la misma población que no encuentra la forma de calmar un dolor que crece, pues no hay autoridad que quiera informar el saldo final de toda esa muerte.
Son las cuatro de la mañana y empieza la entrega de los cuerpos, quienes les sobreviven los velarán y sepultarán en las próximas horas. Los féretros serán llevados a los hogares y ahí las familias se desgarrarán en llanto y en reclamos.
Familias rotas
“No entiendo qué venía a hacer a esa hora alguien del gobierno, mire, nada más lo que vino a ocasionar”, dice Eleuterio Mendoza, hermano de Adriana Mendoza Pérez, quien murió junto con su bebé de cuatro meses en el accidente.
Entre llanto, este hombre roto se lamenta y recuerda, “no se me hizo normal, porque cuando una aeronave va a aterrizar, se para en el aire y va lo hace poco a poco”.
En el mismo hogar, mujeres descalzas lloran. “Ay Diosito lindo”, dice una de ellas, de avanzada edad, mientras desprende del tendedero la ropa azul del bebé que hace unas horas murió en el accidente.
No hay consuelo, los pésames de los vecinos desvelados no son suficientes para contener aunque sea por un instante el sufrimiento.
En el patio está Herminia Flores, de 60 años. Ella es tía de las víctimas y es quien a prisa ha puesto la leña para cocinar el nixtamal y los frijoles que se ofrecerán durante el velorio. “Aquí se acabó una familia, aquí otra, ya se acabó. Todos se murieron”, dice con coraje mientras señala los tres hogares.
Son las 17:00 horas del sábado. Los féretros han sido llevados al patio de la parroquia de Santiago Apóstol, fracturada por el temblor. El sacerdote, Álvaro Sánchez Martínez, expresa sus condolencias con palabras que pocos oyen.
“Son situaciones muy difíciles pero juntos compartimos el dolor, pedir en este momento la fortaleza a Dios, el sentir su cercanía con una actitud de amor”, les dice.
Luego, un cortejo que no se acaba atravesará las calles de Jamiltepec y nueve féretros se abrirán paso entre la gente. El resto tendrá que aguardar por la sepultura.