Opinión

Es acerca de Ucrania, pero no es solo acerca de Ucrania

Mauricio Meschoulam

Hay ya más de cien mil tropas rusas cerca de tres fronteras de Rusia con Ucrania. Esta semana hubo negociaciones entre Moscú y Washington, la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE), pero esas negociaciones no lograron destrabar la situación. Como resultado, Rusia está movilizando incluso más tropas desde distintas zonas de su territorio hacia el oeste, en teoría, para alistarlas ante una potencial invasión a territorio ucraniano, cosa que por supuesto, el Kremlin niega que vaya a llevar a cabo. Pero, ¿cómo llegamos a este punto? ¿Qué es lo que busca Putin? ¿Por qué ahora? ¿Es una intervención militar frontal y total la única alternativa con la que cuenta?

Primero, como ya lo hemos descrito en distintos textos, la cuestión de Ucrania no es nueva en absoluto. Un cuidadoso seguimiento a ese tema desde el final de la Guerra Fría, luego, en la primera década del siglo actual, y posteriormente desde 2013 y 2014 a la fecha, revela cómo es que se trata de uno de los asuntos más vitales para Moscú. Ucrania no es ni siquiera una “zona de influencia” rusa, sino su espacio más inmediato de seguridad. Por tanto, cada vez que el Kremlin siente que el territorio ucraniano está siendo empleado por parte de sus rivales para poner en riesgo su seguridad o coartar de alguna forma su órbita de poder, las tensiones se elevan.

Segundo, el tema no es solo acerca de Ucrania. A partir de distintos discursos, declaraciones y artículos que él mismo ha escrito, Putin ha expresado desde hace mucho tiempo que, en su visión, la Guerra Fría terminó con una serie de pactos que han sido cabalmente violados por Estados Unidos y sus aliados. La alianza que fuera rival de la URSS, la OTAN, no debía haberse expandido como lo hizo, y mucho menos, absorber a países que formaban parte de la órbita soviética, o que eran parte integral de la URSS. El acuerdo, según Putin, era que se iba a poner fin al conflicto de Moscú con Washington y sus aliados, pero que la seguridad rusa no debía ponerse en riesgo en ningún momento como se ha hecho. En cambio, la OTAN ha integrado a lo largo de los años a países como Bulgaria, Polonia, República Checa, Hungría, Polonia o Eslovaquia, o bien, a exrepúblicas soviéticas como Lituania, Letonia y Estonia. Asuntos como el despliegue de escudos antimisiles en algunos de estos países han sido cruciales en moldear la percepción de Putin y de un importante sector en las élites rusas, en el sentido de que durante muchos años se sacó provecho de la debilidad rusa producto del desmembramiento de la URSS, con el fin de ir cerrando y achicando su círculo más próximo de seguridad e influencia.

Por tanto, había que empujar de regreso. La invasión rusa a Georgia, en 2008, fue uno de los casos en que ello pudo verse con claridad. Siria, mucho más alejada, fue sin embargo considerada una zona de influencia clave mediante la cual Putin, desde 2011 en adelante, demostró hasta donde estaba dispuesto a desplegar su fuerza para defender los intereses geoestratégicos de Rusia ante lo que él percibía como la injerencia occidental.

Tercero, en ese contexto, el tema ucraniano ha sido fundamental. Ucrania fue en 2014, a todas luces, una línea roja que desde la óptica de Putin había sido cruzada. En sus objetivos expansivos, la OTAN venía coqueteando con ese país desde varios años atrás. También la Unión Europea. Por tanto, las protestas en Kiev del 2013 y 2014, y el subsecuente derrocamiento del presidente prorruso Yanukovich, detonó en Moscú una cadena de acciones que desde entonces no se ha detenido. Esto incluyó una intervención sigilosa—mediante tropas sin insignia ni bandera—y posterior anexión de la península de Crimea (oficialmente parte de Ucrania, pero de facto controlada desde entonces por Rusia) y el apoyo a una rebelión separatista en el este ucraniano.

Cuarto, lo que hemos visto a lo largo de los años, no obstante, es que más allá de la importancia estratégica específica de Ucrania, en realidad las tensiones al respecto de lo que ahí sucede, bajan o suben dependiendo del estado de las relaciones entre Moscú y sus contrapartes occidentales. Ha habido negociaciones, acuerdos y ceses al fuego que relativamente funcionan mientras las tensiones entre el Kremlin, Washington y Europa se encuentran estables. En cambio, cuando esas tensiones se elevan por diversas causas, la cuestión ucraniana se enciende. Por tanto, si en este momento estamos hablando del riesgo de una intervención militar rusa en Ucrania, debemos asumir que no hay uno, sino varios puntos de contención, y que lo que busca Putin tiene que ver con Ucrania, pero no solo con ese país.

Para entender a qué nos referimos con tensiones elevadas, considere esta combinación de hechos en distintos ámbitos, todos ocurridos en unos pocos días en la última recta del año pasado: el uso por vez primera de un dron turco (Turquía es miembro de la OTAN), el Bayraktar TB2, por parte de Kiev para atacar a los separatistas prorrusos del este ucraniano, una prueba antisatélite rusa que creó una masa de escombros espaciales que obligaron a la tripulación de la Estación Espacial Internacional a refugiarse en cápsulas para protegerse, el arribo de buques de guerra estadounidenses al Mar Negro, el anuncio de la embajada de EU en Moscú de que pronto podría dejar de funcionar, las acusaciones del Kremlin de que EU llevó a cabo una simulación de un ataque nuclear contra Rusia, Putin afirmando que Occidente ha tomado demasiado a la ligera sus advertencias de no cruzar ciertas líneas rojas y, mientras tanto, en el Congreso estadounidense, una iniciativa bipartidista para retirar su reconocimiento a Putin si éste permanece en el poder después de 2024. Estas son apenas algunas de las señales.

Quinto, como resultado del contexto actual, las demandas de Rusia tienen que ver esencialmente con garantías escritas y firmadas de que su círculo de seguridad será respetado sin intervención de la OTAN. La alianza no deberá buscar incorporar a países como Ucrania, pero también se deberá comprometer a no armarle, a no entrenar a su ejército y en general, no emplear esos espacios como plataformas para amenazar a Moscú. Hay otros temas que también han sido incluidos en las negociaciones como el control de armas o los ejercicios militares y navales por parte de Estados Unidos o la OTAN. De su lado, en cambio, Washington y sus aliados afirman que cada país soberano puede elegir a qué alianzas se suma, y que la OTAN, de ninguna manera, efectuará compromisos que puedan limitar su esfera de acción. Esto tiene, por tanto, a las negociaciones en un punto muerto.

Sexto, lo anterior no implica que Rusia necesariamente vaya a llevar a cabo una invasión frontal, empleando a 100 mil o 175 mil tropas como se ha llegado a afirmar. Esto, por supuesto, no puede descartarse. Pero Occidente ha comunicado con claridad cuáles serían las consecuencias económicas y diplomáticas si es que Rusia decide invadir y existe una probabilidad de que Putin elija alguna de las otras muchas alternativas que tiene para seguir elevando el termómetro de las tensiones en Ucrania sin tener que pagar los costos que implicarían esas sanciones. Por ejemplo, el Kremlin podría atizar las llamas de la rebelión separatista de prorrusos en el este ucraniano, aportando más armas, más personal de élite, o bien, como lo vimos en Crimea en 2014 e incluso en la propia región del este ucraniano, Rusia podría enviar a Ucrania, alguna cantidad mayor de tropas sin insignia o bandera. Esto, en el pasado, ha permitido a Moscú negar su involucramiento en los hechos. Y la verdad es que ello también ha permitido a algunos países europeos e incluso en ciertos momentos a Washington, esquivar un enfrentamiento más directo con Putin. Otra alternativa sería una invasión abierta, pero muy limitada: solo ocupar determinadas zonas fronterizas del territorio ucraniano en apoyo a la rebelión separatista, y de alguna manera seguir jugando con el impulso a esa separación, a la declaración de independencia de ciertos territorios y su potencial reconocimiento como sucedió en 2008 en Georgia. En medio de esos escenarios existe a la vez una serie de opciones alternativas o híbridas que el Kremlin podría elegir en las semanas que siguen.

En suma, lo que Putin decida hacer—si seguir negociando, si llevar a cabo una intervención militar frontal y masiva o bien, alguna de las opciones híbridas que señalo—dependerá no solo de lo que suceda con Ucrania, sino, en general de lo que él perciba que está ocurriendo en sus relaciones con Occidente. De su lado, el juego consiste en mostrar que no está dispuesto a bajar la guardia hasta no conseguir una buena parte de las concesiones que demanda. Del lado de Biden y sus aliados, el juego consiste en mostrar que ya no estamos en 2014, y que los tibios costos que el Kremlin tuvo que pagar por sus acciones de entonces, no tienen nada que ver con lo que esta vez sucedería si se toma la decisión de invadir. Sin embargo, hasta ahora, éste último mensaje no está permeando lo suficiente. La lectura que Putin pudiera estar haciendo de las negociaciones y los eventos, no parece indicar que las amenazas de sanciones le harían titubear al respecto de cualquiera de las decisiones que decida tomar. Habrá que estar pendientes.
 

Twitter: @maurimm

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