Analfabetismo y medicina
Al terminar la primaria, un porcentaje no despreciable de niñas y niños mexicanos, leen con dificultad o apenas leen. La actual secretaria de Educación Pública, Leticia Ramírez, que sustituyó a Delfina Gómez Álvarez el 15 de agosto, o en su defecto Esteban Moctezuma Barragán, quien dejó la Secretaría el 15 de febrero del 2021, deben saber si es real o no la afirmación que da inicio a este artículo. Deberían también responder cuántos niños o adultos han sido alfabetizados a partir de la asunción de López Obrador como mandatario de nuestro país y como jefe de los tres. La opinión de Esteban es necesaria: después de 26 meses de trabajo en Educación, ¿cuáles fueron sus logros?
Leer y escribir son bienes fundamentales. A partir de la lectura y la escritura florecen educación y conocimiento, y, con suerte, autonomía. Las palabras previas son preámbulo obligado: AMLO y sus ministros de Salud, Economía, Educación, etcétera, prometieron al inicio del sexenio mucho; una de sus metas, maravillosa de haberse cumplido en un dos por ciento, era que nuestra nación contaría con un sistema de salud similar al de Finlandia, Inglaterra o Suecia. Hoy, la distancia en salud, no en kilómetros, con las naciones europeas se ha incrementado. Lo que mal nace con el tiempo empeora. Así lo nuestro. Sin educación suficiente y analfabetismo —hay de analfabetismos a analfabetismos, léase Trump o Bolsonaro— es imposible pensar en salud, en salud mínima, aquella cuyo eje radica en la persona dotada de letras y palabras como fuente para decidir. La persona alfabetizada debe comprender lo que lee. Hacerlo le otorga la posibilidad de aceptar o refutar, de analizar y concluir. En salud, esas condiciones son imprescindibles. En México, la alfabetización incompleta, es un lastre cuya carga impide protestar y exigir.
Basta el ejemplo de la mayoría de los hospitales gubernamentales, sobre todo, los más pobres, donde los médicos, debido a la inmensa carga de trabajo, en incontables casos, ni saben el nombre del paciente ni los revisan ni le proveen la información adecuada, lo cual impide que los enfermos se adueñen de su caso y ejerzan ese magnífico bien, la autonomía (paréntesis obligado: No culpo a los doctores, la presión de trabajo y la falta de insumos impide laborar como se debe).
Paolo Freire, pedagogo y filósofo brasileño, ilustra. Bien haría Leticia Ramírez en leerlo. El inicio y el fin de la educación, donde incluyó el concepto de salud, es un proceso cuyo leitmotiv radica en capacitar a la persona para formular y llevar a cabo su propio proyecto de vida. Freire proponía, como parte de una “Educación Liberadora”, que “los seres humanos aprendieran a leer no solamente `la palabra´ sino también leer ´su mundo”. La educación —alfabetización— en salud es pilar para el individuo, la sociedad y el Estado. Prevenir enfermedades cuesta menos que curarlas. A partir del conocimiento crítico —saber leer— afloran bienes como la auto reflexión, cuyo eje permite cuestionar la situación social, individual y comunitaria e interpretar la realidad. Salud requiere seres humanos críticos y reflexivos.
México es la segunda economía de Latinoamérica. Informes diversos, entre ellos el del Instituto Nacional de Estadística y Geografía, calculan que en el país hay cerca de cinco millones de analfabetas, en su mayoría indígenas y mujeres. Nuestra nación tiene obligaciones históricas con la educación. Si tanto Esteban como Delfina y Leticia portan con orgullo la camiseta de la Cuarta Transformación, deberían sentarse con los alumnos de sexto primaria y explorar su capacidad de lectura. La medicina se ejerce mejor cuando las personas entienden lo que leen.