Como muchas zapotecas, Milady Cabrera Martínez comenzó a comercializar en la niñez por cuenta propia, no por obligación. A los seis años,vendía casa por casa pasteles, flores o chocolates.
Su taller es pequeño, del tamaño de un cuarto y, sí, es su cuarto. Debido a la demanda de su empresa Marymar, su cuarto también funge como tienda. Aunque dice que lo usa de manera temporal hasta conseguir otro espacio para su taller; mientras, martilla los huaraches en el piso.
Todo inició hace cuatro años, cuando prendió el oficio de talabartería de su padre, un profesor de educación indígena, quien lo aprendió como terapia después de un accidente, aunque nunca lo vio como negocio, pero ella sí y así comenzó por confeccionar huaraches pequeños de telas bordadas.
Con las ventas comenzó a pagar sus estudios, la talabartería le dio independencia económica.
La elaboración de un par de huaraches le lleva a la joven alrededor de cuatro horas, así que elabora hasta cuatro pares al día. Dependiendo del modelo es el precio, los más elaborados de piel de chivo con forro de gamuza llegan a venderse a 400 pesos.
El material que utiliza son suelas recicladas y compactadas, piel de chivo que ella curte y telas que ella misma borda dándole su propio toque.
“La gente a veces piensa que es muy caro, pero es un producto artesanal que se hace con amor y paciencia... lo artesanal se menosprecia por nuestra propia gente, pero las personas de fuera o extranjeros son los que más lo valoran”, señala.
Su mercado, además de la tienda en línea, son las ferias artesanales fuera de Oaxaca.
Milady se ve dentro de varios años conjuntando su carrera y su oficio, sueña con un taller profesional y con muchas artesanas elaborando sus modelos.