Opinión

Contra la guerra de la desinformación

Sabina Berman

Estamos en una época electoral que de golpe se ha vuelto sucia y peligrosa, gracias a los estrategas del Frente irónicamente llamado Fuerza y Corazón por México.

Los indicios no apuntan a la DEA como cabeza de la campaña sucia de la Derecha.

Más bien apuntan a un pequeño comité, de 3 o 4 personas, que coordinan las acciones de la desinformación y para hacerlo disponen de abundante dinero y conexiones.

Así, desde un comité coordinador secreto y de contadas personas, se operaron otras campañas semejantes. La campaña que orilló a los británicos a votar por el Brexit. La que desplomó la candidatura de Pablo Iglesias en España. La que tumbó a Pedro Castillo en Perú. Para mencionar solo a 3.

Otra vez: solo 3 o 4 conspiradores tienen el plan total de la guerra sucia y lo operan; y cada acción la ejecutan idiotas útiles, que no conocen el plan total, y a menudo ni siquiera se sospechan parte de él.

Hasta ahora estos han sido los embates más exitosos de esta guerra sucia que padecemos en México:

La DEA rescató la acusación de un testigo protegido –según él, le entregó a AMLO en el año 2006, 2 millones de dólares–, una acusación desechada por falta de pruebas –y la filtró a 3 periodistas que la publicaron en un mismo día en 3 medios extranjeros.

¿Sabía cada periodista que otros 2 publicarían el mismo material el mismo día?

Solo sabemos lo declarado por el New York Times: la fecha de publicación sí fue pactada con la DEA.

Días más tarde, 2 “corresponsales” de Latinus se “encontraron casualmente en la sierra” a un hombre encapuchado que declaró ser “el líder de los Ardillos” y que confirmó ante la cámara la vieja acusación.

A decir del encapuchado, él personalmente le entregó a AMLO a nombre del cártel de los Zetas esos 2 millones de dólares.

Mientras ocurría lo anterior, durante todo un mes y a diario, en las redes sociales fluía la marea de tuits con los hashtags #NarcoPresidente y #NarcoCandidata.

Una marea cuya mitad del flujo se originó, a decir de los expertos, en granjas de bots localizadas en Argentina y España, y que por su tamaño y duración calculan viene costando hasta el día de hoy por arriba de 400 millones de dólares.

¿Quién dispone de 400 millones de dólares para tiznar al Presidente y a la candidata de la Izquierda?

Queda la pregunta para el lector, la lectora.

¿Y qué relación tiene esta guerra encubierta con la campaña por la presidencia de la Derecha?

Hasta antes de esta semana parecía no tenerla. Parecía una campaña dedicada de forma exclusiva a desprestigiar al Presidente y a la candidata de la Izquierda.

Entonces en la primera hora de este viernes recién pasado, vino el primer discurso de campaña de Xóchitl Gálvez, ya como candidata formal del Frente Fuerza y Corazón, y el misterio se desvaneció.

La candidata pidió un minuto de silencio por las víctimas del Narco. Y luego declaró que su prioridad como Presidenta sería combatir al Narco y caracterizó de forma abierta al Presidente actual y a la candidata de la Izquierda como aliados del Narco.

Es decir, se transparentó esta primera parte del plan de la guerra sucia: los desinformadores habían ido calentado el tema del Narco en la conversación pública durante un mes para que su candidata lo colocara como el eje de su oferta presidencial.

La coordinación se ha vuelto evidente y es de suponerse que en adelante sea más estrecha y su contenido se vuelva más estridente y amenazante.

Atendiendo a campañas semejantes en otras latitudes, podría incluir montajes de incidentes violentos. Incendios. Explosiones. Ataques de encapuchados.

En eso estamos hoy: en una época electoral que de golpe se ha vuelto sucia y peligrosa, gracias a los estrategas del Frente irónicamente llamado Fuerza y Corazón por México.

¿Cómo desarmar esta campaña de desinformación?

Por lo pronto hay que hacer notar otra vez la experiencia internacional que indica que la única defensa ante la desinformación es la insistencia en la Verdad.

Hacer notar como las conjeturas, las hipérboles o las mentiras se vuelven aseveraciones en la narrativa desinformadora; negarse a repetirlas y oponerles la realidad; y desemascarar a los operadores que las difunden.

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