Opinión

El ‘monumento’ a la (contra) reforma energética

Mario Maldonado

La caída en desgracia de Lozoya acabó también con el sueño llamado MUNET, al menos como se tenía pensado: un monumento a la reforma energética, producto del Pacto por México

El error que llevó a Emilio Lozoya a convertirse en un ícono de la corrupción del gobierno de Enrique Peña Nieto fue siempre su obsesión por vivir en la opulencia. Todos sus proyectos, encargos y hasta relaciones personales estuvieron marcados por una búsqueda incansable de riquezas y de grandeza.

Tan profundo era su deseo de dejar huella que en sus años de poder planeó edificar una especie de monumento a la reforma energética, la misma que presuntamente había ayudado a impulsar con los millones de dólares que le entregó la brasileña Odebrecht, y la que hoy parece vivir una reconversión radical con el cambio de política que impulsa en el Congreso de la Unión el presidente Andrés Manuel López Obrador.

Durante su paso por la dirección general de Pemex, por allá de 2015, Lozoya puso como prioridad la creación del Museo Nacional de Energía y Tecnología, mejor conocido como MUNET. Era un proyecto que costaría 200 millones de dólares y que sería financiado hasta en 49% con fondos públicos, provenientes del Fondo Nacional de Infraestructura de Banobras.

El resto de los recursos para la obra magna de Lozoya, unos 100 millones de dólares, se cubriría con generosas donaciones privadas captadas a través del Fideicomiso privado F/744942, constituido en Banorte en 2013 bajo el nombre de Fimunet, y presidido en ese entonces por Carlos Ruiz Sacristán, exsecretario de Comunicaciones y Transportes en el sexenio de Ernesto Zedillo.

No sería complicado hallar donadores para el museo desde la dirección de Pemex, pues Lozoya tenía el poder para entregar o rescindir multimillonarios contratos. A este proyecto se sumaron, o por lo menos se comprometieron de palabra a realizar aportaciones, empresas como OHL, Sempra, Diavaz, Mexichem, Cameron y Lukoil, esta última con un total de 10 millones de dólares.

Se buscó también obtener donaciones de magnates como Rogelio Zambrano, de Cemex; Larry Fink, de BlackRock, y muchos más, además de integrar al comité de administración del fideicomiso a personajes como Carlos Peralta, de Grupo IUSA; Alberto Santos Boesch, de Ingenios Santos; Bernardo Quintana, de ICA, y hasta al polémico dueño de Hidrosina y amigo de Lozoya, William Karam Kassab.

Acostumbrado a dar órdenes a sus subordinados y a participar en negocios de alta rentabilidad, Lozoya siguió al pie de la letra en el proyecto del MUNET las indicaciones de Mariana Borrego Hoffman, quien se desempeñaba entonces como asesora de la dirección general de Pemex.

Se percibía en Emilio una cercanía hacia “M” –como la solía llamar en sus comunicaciones–, quien es hija del exfuncionario salinista y exgobernador de Zacatecas, Genaro Borrego Estrada, y quien solicitó las donaciones.

La caída en desgracia de Lozoya acabó también con el sueño llamado MUNET, al menos como se tenía pensado: como un monumento a la reforma energética, producto del Pacto por México. El proyecto, sin embargo, no está del todo muerto, pues la iniciativa privada y el gobierno de la 4T le han invertido 25% de los recursos estimados originalmente para sacarlo adelante.

Lo cierto es que ya no será un ‘monumento’ para celebrar la reforma energética, sino muy probablemente uno que celebre la contrarreforma que alistan el presidente López Obrador y sus partidos aliados.

Las vueltas que da la vida.
 

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