Opinión

La invención de la vejez

Arnoldo Kraus

 

En defensa de la UNAM, mi casa, nuestra casa.

 

El título del artículo plantea preguntas y admite disensos. Quizás, incluso, sea incorrecto. Podría ser incorrecto por un simple hecho: la inmensa mayoría de la población prefiere vivir “muchos” años. Podría también ser incorrecto porque una de las grandes conquistas de la humanidad, gracias a la ciencia, o más bien, a las ciencias, ha sido incrementar décadas de vida, no siempre acompañadas por calidad. He aquí la gran paradoja: vivir, durante la vejez, con calidad debe ser la apuesta y la obligación de las naciones. Calidad implica muchos incisos: contar con medios económicos suficientes para costear la vida cada vez más incosteable, vivir en una atmósfera segura, tener servicios básicos como salud. Amén de lo anterior, contar con compañía es fundamental. Sin ella, sin personas cercanas, la vejez suele transcurrir sin alegría, sin felicidad, yerma, con miedos.

El concepto de salud difiere conforme transcurre la vida. Ignoro porque la Organización Mundial de la Salud no ha corregido ni ahondado en la definición. No es lo mismo ser sano a los 20 años que a los 80; incluso son necesarias algunas adendas dependiendo del sexo, sobre todo en tiempos LGBTQ+. La definición de salud de la OMS debe replantearse: “La salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones y enfermedades”. La cita procede del Preámbulo de la Constitución de la Organización Mundial de la Salud adoptada en 1946. Después de casi ocho décadas sorprende la inmovilidad de los dirigentes de la OMS; muy pocos salubristas, médicos, sociólogos y/o economistas validarán hoy dicho concepto. En la actualidad esa idea es obsoleta y lo es más en el contexto del tema de la vejez.

En el mundo hay cerca de 750 millones de personas mayores de 65 años; dicha población equivale al 10% de los habitantes del mundo; además, por primera vez, este grupo etario supera en cantidad a los niños menores de 5 años. Según los expertos, el número de viejos seguirá aumentando en los próximos años. De acuerdo a las Naciones Unidas para 2050 una de cada cuatro personas tendrá más de 65 años. Los números alarman, no mienten. Alarman, inter alia, por dos rubros.

El primero es a nivel macro; aunque los problemas son mayores en naciones pobres debido a los apoyos sociales exiguos —ver renglones arriba la definición de la OMS— en algunas naciones ricas la falta de ayuda social en la antes llamada Tercera Edad también es real. El segundo es el aislamiento social y el abandono familiar, más visible en los países desarrollados. En el fenómeno de la vejez hay, por lo tanto, una relación inversa: el abandono social —el Estado es el culpable— es más frecuente en los países pobres, mientras que, en los ricos, los viejos sufren por el descuido de los seres cercanos, sobre todo, de los hijos.

La vejez es un fenómeno contemporáneo. Décadas atrás la población fenecía en la quinta o sexta década de vida. Para quienes han buscado, con buena voluntad y con la suma de esfuerzos científicos y sociales los caminos para que la población envejezca, las preguntas obligadas son obvias, ¿cuántos viejos en naciones ricas tienen vidas dignas?; ¿cuántos son “felices”? En las naciones pobres no es menester inquirir: cuando no se cuenta con recursos sociales, es imposible pensar, siguiendo la definición de la OMS en un… “estado de completo (¿?) bienestar físico”…

Al releer la definición afloran otras incomodidades. En la actualidad los viejos padecen enfermedades crónicas, la mayoría incurables, muchas veces dolorosas y que con frecuencia atentan contra la dignidad. La invención de la vejez ha sido una gran empresa. Sin embargo, como toda invención, muchas aristas deben afinarse.

Médico y escritor

 

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