Opinión

Negar, y después de negar, volver a negar

Arnoldo Kraus

Una de las frases más repetidas del Manifiesto del Partido Comunista, “Un fantasma recorre Europa. El fantasma del comunismo”, ha dado pie a infinidad de comentarios. Esa idea, obsoleta y enmohecida, no implica la sepultura de diversos postulados marxistas, algunas vigentes: basta radiografiar el mundo. El mundo enfermo podría ser un poco más habitable si Stalin, ahora vuelto a nacer debido a Putin, no hubiese ejercido el poder como lo hizo y si el marxismo, “bien aplicado”, hubiese contado con otras oportunidades. Las desigualdades actuales son la madre de numerosos fantasmas, incontables males y creencias desafortunadas.

Uno de los fantasmas que hoy ponen en jaque al mundo es el del creacionismo, doctrina en ascenso y sin visos de cura, amén de ser la carta de presentación de algunas sociedades incultas y alienadas, afincadas en Estados Unidos, China, Israel, Polonia, Brasil, México. Mérito innegable del creacionismo es su fe, fe ciega. Atenerse incondicionalmente a cualquier fe, política, religiosa o gamberresca, impide dudar o cuestionar.

La frase de Marx debe reescribirse, “Un nuevo fantasma recorre el mundo, es el fantasma del creacionismo”: Negar por negar; negar para convencer; negar para vender; negar para incrementar el poder; negar para excluir. El creacionismo, i.e., “creencia religiosa basada en la idea de que tanto el universo como la vida se originaron a partir de la creación divina”, es una forma de vida y una filosofía de cómo se debe ser. Sus acólitos oscilan entre el fanatismo y el dogmatismo; a la mayoría puede endilgársele ambas etiquetas. No cuentan con un decálogo. Les basta una oración: “No cuestionarás”. Cuando los políticos actúan cobijados por creacionismo, el brete crece en forma geométrica. México, Hungría y Polonia son ejemplos vivos de ambas devociones; sumar fe política y fe religiosa deviene populismos fuertes.

Pocos hubiesen dicho hace décadas que el creacionismo contemporáneo contaría con habilidades y recursos suficientes para competir, y en no pocas ocasiones, desbancar a la ciencia y al conocimiento. Avanzado el siglo XXI, el creacionismo no ceja. Sus adeptos se multiplican y sus argumentos buscan sepultar a la ciencia. Ejemplo vivo y cruento es el cambio climático. Los creacionistas descartan la actividad nociva de nuestra especie sobre la Tierra mientras los científicos afirman y comprueban con argumentos demostrables lo contrario. Los primeros, además de su consabida postura en contra de la evolución y de las ideas de Darwin, sostienen que las teorías de los segundos son pseudocientíficas.

Cuando los políticos utilizan credos creacionistas, los peligros se multiplican. Una suerte, no de fantasma sino de enfermedad cancerosa recorre el mundo: léase Bolsonaro (Brasil), Trump (sigue vivo), Andrzej Duda (Polonia), sin obviar nuestro México: Don Fox utilizó a la Virgen de Guadalupe como estandarte durante su campaña y López Obrador se alió con el Partido Encuentro Social, evangelista, para sumar votos.

El problema no es creer en Dios. El libre albedrío es derecho inalienable. El brete es, como en múltiples rubros, el fanatismo. El creacionismo es fanático: ¿cómo olvidar a Sarah Palin? Si bien es casi imposible dialogar con creacionistas, es urgente que mentes avezadas replanteen sus metas con tal de encontrar argumentos para contrarrestar a los creacionistas. Por ahora, lo lamento, no hay vacunas contra creacionismo.

Negar, y después de negar, volver a negar. Evidencias, hechos, razones, lógica, ¿para qué?: Negar, y después de negar, volver a negar.

Médico y escritor
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