Paola Rojas

El odio letal de los célibes involuntarios

29/09/2025 |08:39
Paola Rojas
autor de OpiniónVer perfil

Fue muy impactante lo que ocurrió en el Colegio de Ciencias y Humanidades el 22 de septiembre pasado. Un joven encapuchado entró con un cuchillo a la escuela ubicada en el sur de la Ciudad de México y atacó a un estudiante. Jesús Israel, de solo 16 años, no sobrevivió a la agresión. Un trabajador de 65 resultó herido al tratar de frenar al atacante, quien se lanzó desde un balcón y fue luego detenido con lesiones de consideración.

Las advertencias estaban ahí. Lex Ashton, de 19 años, había publicado en medios digitales su intención de causar un baño de sangre. En sus redes sociales se describía como una persona sola y resentida. En su perfil había fotos de armas y de la vestimenta negra que usó el día de la agresión. Su caso tiene similitudes con muchos tiroteos escolares en la Unión Americana. Pero en México, donde tenemos otros tipos de violencia, no habíamos visto algo así.

Explorar sus publicaciones y los sitios digitales que frecuentaba es crucial para tratar de entender lo que hizo. En uno de los grupos a los que pertenecía, el tema era la crisis de la masculinidad por la “feminización” del mundo. Él se lamentaba por no haber tenido jamás el cariño de una mujer y expresaba su desprecio por quienes tenían mejor suerte en el amor. Por eso, se ha planteado que podría tratarse de un incel.

El término incel viene del inglés involuntary celibate. Los célibes involuntarios son jóvenes que se lamentan por no tener relaciones amorosas ni sexuales. El fenómeno inició en un foro virtual que tenía la intención de compartir la frustración emocional para desahogarse y sanar. Una joven canadiense, llamada Alana, lo lanzó en los 90 para hablar empáticamente sobre soledad sexual. Lamentablemente, estos foros atrajeron a personas llenas de odio que han incentivado ataques no solo en el mundo virtual.

El resentimiento y el miedo están en el centro de la polarización. Hay demagogos que saben movilizar esos sentimientos con una retórica que divide y confronta. Sobran ejemplos de ello en la actualidad. Pero cuando se trata de adolescentes, hay otro factor importante que es el sentido de pertenencia. Ese que los lleva a unirse a grupos en los que están dispuestos a lo que sea para sentir aceptación; grupos en los que la violencia no solo se normaliza, si no que se promueve. El agresor es algo así como un “vengador” celebrado por quienes comparten sus frustraciones.

Muchas organizaciones han levantado la voz para exigir a las plataformas que detengan la difusión de este tipo de contenido. Amnistía Internacional incluso ha pedido que se detenga el modelo de negocio que comercializa datos personales. Denuncian que los algoritmos, que dan prioridad a lo que genera más interacción, terminan siendo aliados de los discursos violentos. Mientras que los contenidos educativos o los mensajes que promueven la igualdad, resultan segregados.

Pero no solo hay que hablar de medios digitales. Cuando el agresor del CCH anunció en sus redes sociales que se quitaría la vida, advirtió que mataría a más personas: “No pienso irme solo, voy a retribuir a todas esas malditas y todos lo van a ver en las noticias”.

Quería notoriedad y la obtuvo. Eso amerita, por lo menos, una reflexión profunda entre quienes trabajamos en medios masivos de comunicación. La difusión de una noticia es para algunos únicamente información; pero para otros puede ser inspiración, positiva o negativa. Urge cuidar los temas que difundimos y, sobre todo, cómo los abordamos. El reto es inmenso, pero hay que asumirlo.

@PaolaRojas

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