Opinión

¿Por qué ganó Trump, un convicto, misógino y racista?

Raúl Rodríguez Cortés

Una primera respuesta a bote pronto: Porque las leyes penales y electorales de Estados Unidos lo permiten y porque en regímenes democráticos gana quien más votos obtiene.

Pero con detenimiento y para tratar de entenderlo a cabalidad, pueden enumerarse más razones, algunas coyunturales y otras de fondo.

Trump, como se sabe, enfrenta acusaciones por 91 delitos criminales derivados de cuatro causas penales: la extorsión -con dinero que hizo pasar como gasto de campaña- a una actriz porno para que callara sus relaciones sexuales, una conspiración para falsificar documentos, la retención no autorizada de secretos de seguridad nacional, la obstrucción de la justicia para recuperarlos y la instigación en enero de 2021 a un asalto al Capitolio de Washington para revertir la victoria electoral del presidente Joe Biden.

No todos los estados del vecino país prohíben a criminales convictos votar o ser votados. Florida -el estado donde la corresponde a Trump ejercer ese derecho- sí lo prohíbe, pero acepta acogerse a lo que al respecto dice la ley del estado emisor de una sentencia. En este caso es un tribunal de Manhattan, en Nueva York, el que lo ha procesado. Y ese estado no prohíbe a los criminales convictos votar y ser votados.

Sobre las acusaciones relacionadas con el escándalo sexual, Trump ya fue declarado culpable y se espera que el próximo 26 de noviembre se le dicte sentencia. No hay claridad de qué pasaría, de cómo gobernaría, si el castigo fuera la cárcel.

El caso es que la campaña de Trump supo utilizar esa coyuntura en su beneficio: su proceso judicial lo mantuvo permanentemente en medios y redes sociales, lo que lo fortaleció y le permitió legitimarse como una especie de Robin Hood que enfrenta a los poderosos para ayudar y volver a hacer grandes a los más necesitados y a quien por eso es perseguido por la autoridad. Un mártir injustamente procesado por venganzas políticas.

Kamala Harris, por su parte, salió muy tarde a la contienda y no fue suficiente su buen desempeño en el único debate presidencial que sostuvo con Trump. Éste ya había confrontado en uno anterior a Joe Biden, un debate que lo exhibió disperso, desconcentrado, en suma, sin la capacidad requerida, seguramente por razones de edad, para continuar por el camino de su pretendida reelección.

Harris se radicalizó para contrastar inequívocamente su candidatura frente al extremismo derechista de la de Trump, asustó a una sociedad con amplios sectores que siguen siendo muy conservadores y se granjeó el excesivo calificativo de comunista por parte del candidato republicano y sus huestes, en medio de una situación económica insatisfactoria con indicadores no vistos en casi medio siglo, como el de una inflación de hasta nueve por ciento.

Mientras, el hoy presidente electo estadounidense recurrió a su ya conocido y virulento discurso contra la migración masiva, mediante el que culpa, sobre todo a la mexicana, de la pérdida de empleos que deben ser para los estadounidenses, y de la pérdida de la grandeza, fuerza y supremacía económica de su país.

Por la experiencia que dejó su pasada gestión al frente de la Casa Blanca (2017-2020), el odio a México siempre le ha dado a Trump buenos dividendos electorales y es la base de la manera en que ha enfrentado y pretende enfrentar temas cruciales de la relación bilateral como la migración, el comercio y el narcotráfico.

De ahí sus amenazas y bravuconerías como las más recientes: imponer aranceles de hasta 25% a los productos mexicanos si el gobierno de Claudia Sheinbaum no frena la inmigración y el tráfico de drogas o favorece la relocalización de empresas a China; deportar masivamente a los migrantes mexicanos; iniciar el desmantelamiento de los mecanismos de integración económica incluso con la cancelación del T-MEC; o declarar terroristas a los cárteles mexicanos de las drogas para que, de acuerdo con sus leyes, deban combatirlos en territorio mexicano.

Pero hay razones aun de más fondo en el porqué del triunfo de Trump. Una es que las relaciones geopolíticas están inmersas en un proceso de cambio hacia un nuevo orden en el que la globalización cede claramente espacio a los nacionalismos; y otra es que el hoy presidente electo de Estados Unidos no es un error o desfasamiento temporal, sino expresión de una identidad, de un modo de ser, de un sistema de creencias que va ganando terreno en el yo profundo del estadounidense.

Trump así, unilateral, egoísta y golpeador, encabeza un movimiento social, no solo una coyuntura política; y eso lo entendió muy bien López Obrador cuando, aun presidente, alargó el reconocimiento y felicitación a la victoria de Joe Biden hasta la última instancia que la oficializara y aun en medio de los reclamos de fraude electoral de Donald Trump y sus enfurecidos seguidores irrumpiendo violentamente en el Capitolio estadounidense.

Acaso en algo ayude al actual gobierno mexicano la prudencia política demostrada entonces, pero el reto que tiene por delante la presidenta Claudia Sheinbaum es enorme. Carga ya con la continuidad del proceso de cambio que encabeza en el país y ahora cargará con las presiones políticas y amenazas descaradas de Trump en un verdadero campo minado.

Para enfrentar esa realidad se requerirá de una bien definida política de Estado sobre la relación con Estados Unidos, que incluya estrategias y herramientas para disminuir el riesgo de que las amenazas del estadunidense se vuelvan realidad y que nos obligará a replantear muchos de sus términos.

No es suficiente que Sheinbaum nos diga que ya conversó telefónicamente con Trump en una llamada que fue cordial y en la que hablaron de la nueva relación que habrá entre Estados Unidos y México.

Instantáneas:

1. FIRMES EN HACIENDA. Con el documento que circuló ayer en el que la Secretaría de Gobernación solicita a la Cámara de Diputados iniciar el proceso para la ratificación de funcionarios clave en la secretaría de Hacienda y Crédito Público, incluido por supuesto su titular, se puede inferir que se acaban los rumores que adelantaban la salida de Rogelio Ramírez de la O y su supuesto relevo por la hoy secretaria de Energía, Luz Elena González Escobar, así como la de otros funcionarios de Hacienda cuyos nombramientos deben ser avalados por el Legislativo: Edgar Amador Zamora, subsecretario de Hacienda; Berta Gómez Castro, subsecretaria de Egresos; Grisel Galeano, procuradora fiscal; Antonio Martínez Danigno; Gari Gevijoar Flores, administración general de Recaudación; Amelia Guadalupe de León, administradora general de Auditoría Fiscal Federal, y Ricardo Carrasco, administrador general Jurídico.

2. EN ENERGÍA. mientras tanto, su titular Luz Elena González avanza en tres frentes: 1) La elaboración y presentación Plan Nacional de Energía, 2) la elaboración de reformas a la legislación secundaria en la materia derivada de su reforma constitucional y 3) el seguimiento de la ya próxima reforma en el Congreso de los organismos autónomos relacionados con el sector.

3. ACABÓ EL PARO. El próximo lunes 11 de noviembre regresarán a laborar los empleados del Palacio de la Justicia Laboral de San Lázaro, casi tres meses después de que iniciaron un paro contra la reforma judicial. El Palacio de Justicia Federal, donde operan 63 tribunales y juzgados de lo civil, mercantil, laboral, de extinción de dominio y auxiliares, era el último reducto del paro iniciado el pasado 19 de agosto, ya que la gran mayoría de los órganos jurisdiccionales ya habían reanudado labores desde el 28 de octubre, luego de que el día 23 de ese mismo mes, el Consejo de la Judicatura federal ordenó que todos los tribunales del país regresarán a laborar, con la instrucción a sus titulares de descontar salario a los faltistas.

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