Opinión

Sheinbaum, el Puente de Alvarado y los enredos de la memoria

Héctor De Mauleón

Los grupos en el poder han sufrido la tentación de convertirse en directores de la memoria

Bernal Díaz del Castillo afirma que fue un soldado llamado Fulano de Ocampo quien inventó la patraña de que el sanguinario Pedro de Alvarado había saltado el puente de los Toltecas, durante la huida conocida como la Noche Triste, apoyado en una pica.

En un libelo infamatorio que Fulano de Ocampo difundió entre los soldados, el supuesto salto de Alvarado no era una proeza, sino un acto de cobardía: De Ocampo acusaba al capitán de haber dejado atrás a Juan Velázquez de León y a 200 hombres y de haber pegado el salto “por escaparse”.

Según Bernal Díaz, durante la huida nadie pudo haber visto si Alvarado “saltaba poco o mucho”, porque los conquistadores se hallaban muy ocupados intentando salvar sus propias vidas.

La crónica de Bernal es fundamental porque indica que la acequia donde habría ocurrido el salto era muy ancha y profunda, lo que hacía imposible que Alvarado hubiese podido saltarla “por muy más suelto que era”, pero sobre todo porque revela que en todo el año que siguió a la Noche Triste nadie escuchó hablar nunca de aquel salto.

“Nunca oí decir deste salto de Alvarado hasta después de ganado México”, escribió Díaz del Castillo. Sin embargo, tras la caída de Tenochtitlan, cuando Fulano de Ocampo difundió su libelo, muchos soldados “platicábamos sobre ello”, relata el conquistador.

Esto significa que desde 1522 el tramo de la calzada México-Tacuba en que se hallaba “la triste puente” de la Noche Triste fue conocido con el nombre que lleva hasta hoy: Puente de Alvarado.

¿Podríamos decir que eso la convierte en la primera calle renombrada por los españoles, y es por lo tanto la nomenclatura más antigua de la ciudad de México?

La jefa de gobierno, Claudia Sheinbaum, anunció de este modo su desaparición:

“Nos preguntamos, ¿cómo es posible que hay una calle que se llame Puente de Alvarado cuando Alvarado fue el principal perpetrador de la matanza del Templo Mayor… Por esto tomamos la decisión de cambiar el nombre y quitar el nombre de Alvarado y ponerle Calzada México-Tenochtitlan… También dejamos de nombrar el Árbol de la Noche Triste y hacemos una Calzada de la Noche Victoriosa, porque si bien es cierto que hace 500 años fue la derrota de México-Tenochtitlan también es cierta la resistencia de los pueblos originarios…”.

A lo largo de la historia de la ciudad, los grupos en el poder han sufrido la tentación de convertirse en directores de la memoria, como una forma de imponer sus propios proyectos políticos. Uno de sus recursos favoritos ha consistido en apropiarse de la facultad de nombrar las calles, para volverlas discursos políticos y conformar una determinada forma de memoria histórica.

Durante años, los nombres de las calles surgieron de la imaginación de los vecinos, que las nombraban según existiera en estas un edificio célebre o un personaje ilustre, o bien, si hubiera ocurrido en ellas un acontecimiento que hubiera quedado en la memoria.

Así surgieron las calles de los Alguaciles, de las Arrepentidas, de la Celada, de las Carreras, del Colegio de las Doncellas, de López, de la Quemada, de la Pelota, del Puente del Diablo

Con la Reforma se abrieron nuevas calles en donde durante siglos habían existido conventos: el gobierno de Juárez decidió homenajear a sus propios héroes y les puso calle a Leandro Valle e Ignacio Zaragoza, entre otros. De esos tiempos procede, por ejemplo, el nombre de 5 de Mayo.

A instancias del ingeniero Roberto Gayol, el gobierno de Porfirio Díaz tomó una de las decisiones más absurdas en la historia de la ciudad. Gayol consideraba que los nombres que la capital había heredado eran “caprichosos y ridículos”, estaban basados en edificios desaparecidos y antiguas leyendas olvidadas, y no reflejaban los afanes de progreso y modernidad que Díaz quería encarnar: por el contrario, solo ayudaban a perpetuar ese “aspecto triste y austero de viejo monasterio” que la antigua metrópoli poseía.

A imitación de las ciudades estadounidenses, Gayol dividió la capital en puntos cardinales e impuso a calles y avenidas una nomenclatura numérica: Bucareli se volvió Calle Sur 12; la calle de la Mariscala, Avenida Poniente 5; San Jerónimo, Avenida Oriente 18 (a Puente de Alvarado se le llamó, por cierto, Avenida Poniente 2).

Fue tal el caos que se generó, que durante los años que rigió el nuevo sistema (1888-1893) nadie supo en realidad dónde vivía. La gente siguió empleando los nombres de siempre, hasta que el gobierno decidió que era mejor reinstalarlos. Aún quedan en el centro algunas viejas placas que dan cuenta de aquel desbarajuste.

En 1909, como un gesto de cortesía con España, el Ayuntamiento decidió convertir una serie de calles —San José del Real, Espíritu Santo, Ángel, Alfaro, Tompeate, Puente de Monzón, Caballete, etcétera— en una sola: la larga Isabel la Católica. Era solo el anuncio de lo que ocurriría una década más tarde.

De cara al Centenario de la Consumación de la Independencia, José Vasconcelos sugirió que los antiguos nombres de las calles fueran cambiados por los de las repúblicas latinoamericanas que habían reconocido al gobierno de Obregón. De ese modo, en un chasquear de dedos, se le amputó a la ciudad su memoria: una memoria colectiva que la gente, los habitantes, había construido a lo largo de cuatro siglos. Ahora las calles se llamaban República de Colombia, República de Venezuela, República del Brasil…

Ni siquiera en los días de más exaltado nacionalismo y mayor repulsa al pasado colonial, se pensó en cambiarle el nombre a Puente de Alvarado —tampoco al Árbol de la Noche Triste.

El arqueólogo Eduardo Matos Moctezuma lo ha explicado con claridad: tanto el Salto de Alvarado como el término “Noche Triste” aluden a la derrota de los españoles y sus aliados indígenas: remiten al momento heroico en que el pueblo mexica hizo huir a los autores de la matanza del Templo Mayor. “No creo que venga a cuento cambiar los nombres”, ha dicho Matos.

Como dice Sheinbaum, ya lo han decidido, porque los grupos gobernantes han pensado siempre que la ciudad es de su propiedad.

Sin embargo, tantos años después muchos le seguimos llamando San Juan de Letrán a lo que Hank González nombró, brutalmente, Eje Central. Imagino que muchos seguiremos llamando Puente de Alvarado a esa calle, bautizada hace 500 años, no como homenaje al sanguinario conquistador, sino como referencia al acto de su huida.

Solo politiquería y manipulación de la historia. Nada nuevo bajo el sol.

Comentarios