Valeria Moy

Sin innovación no hay crecimiento

14/10/2025 |08:20
Valeria Moy
autor de OpiniónVer perfil

Este año, el Premio Nobel de Economía —otorgado por el Banco de Suecia a diferencia de los otros— fue para tres economistas que, desde ángulos diferentes han intentado responder una pregunta tan simple como incómoda: ¿por qué unas economías crecen y otras no? Joel Mokyr, Phlippe Aghion y Peter Howitt fueron reconocidos por explicar —o al menos intentarlo— cómo la innovación impulsa el crecimiento sostenido.

El trabajo, en conjunto, tiene un mensaje importante. No es nuevo, pero la relevancia para México no es menor. Joel Mokyr, a quien se le otorgó la mitad del Nobel, identificó los requisitos previos que tienen que darse para lograr crecimiento sostenido mediante el progreso tecnológico. El trabajo de Mokyr conecta la historia económica con los datos; muestra cómo las sociedades que obtuvieron crecimiento sostenido fue a través del cambio continuo detonado por la Revolución Industrial a diferencia de otras economías que tuvieron episodios de innovación ocasional que no permitieron el progreso de forma sostenida.

Aghion y Howitt, receptores de la otra mitad, recibieron el premio por su trabajo acerca de cómo la destrucción creativa es la que permite el crecimiento sostenido. El trabajo, una vez más, construye sobre las ideas de alguien más, en este caso, de Joseph Shumpeter.

El otorgamiento de este premio nos debería de llevar a otra reflexión: Las economías que progresan no son las que repiten las ideas del pasado, son, en contraste, las que se atreven a reemplazar lo viejo por lo nuevo. La teoría suena menos drástica que la realidad. Pensemos, por ejemplo, cómo cada avance tecnológico destruye una parte del pasado: industrias enteras, empleos, formas de organización. El éxito —podríamos pensar— surgiría de controlar de alguna forma este caos para promover el crecimiento de largo plazo.

En México, hay regiones que adoptan y abrazan lo nuevo. No sin costos, pero lo hacen. Es en esas regiones en las que se ha observado el crecimiento a lo largo de los años. Hay otras, grandes regiones, en que aferrarse a métodos productivos o sistemas de organización de hace décadas, o siglos incluso, las ha llevado a tener rezago en casi cualquier métrica de desarrollo social, pasando también por las métricas habituales de crecimiento económico.

Los Nobel de este año llamarían a más reflexiones. Mokyr muestra que el progreso no surge por accidente: se necesita una cultura —y un sistema educativo— que tolere el fracaso y premie la curiosidad. Aghion y Howitt demuestran, con modelos teóricos, que la competencia —la de verdad, no la simulada— es el motor de la innovación. Sin ella, las empresas dominantes bloquean el cambio con el consecuente estancamiento en la productividad. En México, las barreras a la competencia están por doquier: en monopolios disfrazados, en burocracia que corrompe y se corrompe y en la política que protege intereses en lugar de abrir mercados.

La innovación no se da en un vacío. Requiere instituciones que la permitan y la financien. Requiere educación que forme capacidades y talento. Requiere claridad en las reglas del juego.

Aghion lo dice claramente. Las economías que innovan son las que aceptan el conflicto del cambio, lo gestionan y avanzan. Cuando una nueva tecnología amenaza a un sector tradicional, si la respuesta política es la protección, se construye el estancamiento.

El Nobel de 2025 nos recuerda que el progreso depende de la disposición a cambiar. Si México quiere crecer de verdad, debe dejar de pensar en el corto plazo y empezar a construir un ecosistema donde innovar sea posible, rentable y deseable.

@ValeriaMoy

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