Rogelia, la rezadora zapoteca que encamina el alma de los asesinados
Rogelia comenzó en el oficio de rezadora hace 41 años, a los 16. Su primer rosario se lo hizo a su madre y en cuatro décadas ya perdió el número de veces que encaminó a las almas al descanso
Juchitán de Zaragoza.— A pesar de ser un alma errante, del más allá, la voz de Romero no suena tenebrosa. Aunque le es desconocida, Rogelia lo escucha tranquila parada frente a un altar lleno de imágenes de santos. No es la primera vez que los muertos le hablan y le ruegan por un rezo, una plegaría que los levante y los encamine al descanso eterno.
“Biticabe na’ xha’na yága tamarindu. Gundísa na’ ti ganda chaa’ ra liidxe’, ne gue’ ti xhiga nisa/ Me asesinaron debajo del tamarindo. Levántame con un rezo para que pueda regresar a mi casa por una jícara de agua” es el mensaje concreto que Romero le dio a Rogelia a través del cuerpo de un curandero espiritualista que frecuenta para espantarse los malos aires y sacarse los sustos del cuerpo.
Rogelia no se negó y en respuesta el espíritu le dio santo y seña del lugar donde lo mataron. También le dio los datos de sus familiares. Sus hermanos del templo espiritistas la acompañaron y dieron con la familia y con el árbol de tamarindo donde Romero fue asesinado.
Como lo prometió, esta mujer zapoteca le dedico varios rezos y nunca más sintió escalofríos cuando pasaba frente al tamarindo, y Romero pudo descansar al fin.
Foto: Roselia Chaca
“Jamás se me va olvidar el nombre de Romero, y no se me va olvidar porque cada vez que pasaba cerca del tamarindo me persignaba y pasaba orando porque sentía algo fuerte allí. Resulta que allí rondaba el alma de este hombre que mataron. Cuando me contactó me dijo que siempre me veía pasar y rezando y me pidió que lo levantara de donde estaba errando, que ya no aguantaba”, narra Rogelia convencida de la importancia de su labor.
“Me lo pidió y lo hice, porque tengo el don de hacerlo” repite esta rezadora tradicional de 57 años, la única encaminadora de muertos de talla pequeña que existe en la ciudas zapoteca de Juchitán.
Rogelia Aquino Vásquez también recuerda nítidamente el caso de Héctor, otro joven que asesinaron en plena carretera federal, donde quedó su cuerpo. Al ser una muerte violenta su alma vagaba sin descanso, hasta que un buen día vino en un sueño a Rogelia, le rogó un solo rezo que pudiera levantarlo de aquel lugar donde no tenía ni cruz ni flores.
Rogelia también aceptó. Siguendo los datos que le dio el muerto dio con la familia y le comunicó la petición. Ellos la acompañaron y realizó el rezo en plena carretera. Rogelia no le teme a los muertos, a vece sueña con ellos, pero los casos de Romero y Héctor son los que mejor recuerda porque murieron asesinados y sufrían errando.
Se necesita valor
Foto: Roselia Chaca
Rogelia comenzó en el oficio de rezadora hace 41 años, a los 16. Su primer rosario se lo hizo a su madre y en cuatro décadas ya perdió el número de veces que encaminó a las almas al descanso, o las ocasiones que iluminó con un sahumerio el camino de los muertos hasta sus hogares en Todo Santos.
Para dedicarse al oficio de rezadora se tiene que tener valor, asegura Rogelia, no cualquiera tiene el alma fuerta. Ella lo tuvo desde el primer día que se sentó con un pequeño librito de rezos frente a un muerto y le habló.
“Antes de que el cuerpo se vaya al panteón, después del rezo que le realizo, le hablo en zapoteco, le digo que se vaya derecho, que no desvié los pasos, que suelte este mundo, que se vaya tranquilo. Ese es mi trabajo, un trabajo que requiere valor, fuerza y un espíritu grande.”, cuenta en el patio de su casa en la colonia Lorenza Santiago.
El Covid-19 afectó los rezos
Foto: Roselia Chaca
Rogelia es de las pocas rezadores que aún usa el latín en algunas partes del rosario. Y también de las últimas que le dan ese tono cantado, doloroso, característico de los rezos. Su rezo dura una hora, por lo que siempre se inflama de las cuerdas vocales. Este oficio se lo está heredando a su sobrina Maura y a su sobrino nieto Yoset Aldair de tan sólo ocho años, que la acompañan siempre a contestar los rezos.
En esta época de Xandú zapoteca, (Todo Santos), Rogelia comienza los rezos desde el 22 y 23 de octubre y durante nueve días los realiza, hasta el 30 y 31 de octubre fechas en las que los muertos bajan a visitar a los suyos en la tierra. Durante este novenario, dice Rogelia, la función de las rezadoras es preparar y santificar el camino de las almas.
En los años anteriores a la contingencia sanitaria por Covid-19, Rogelia realizaba hasta 10 rezos al día y cobraba 150 pesos por rezo. Comenzaba a las seis de la mañana y concluía a las 7 de la noche , al sexto día de rezos sus cuerdas vocales ya estaban inflamadas y terminaba en clínicas para inyectarse desinflamatorios, recuerda.
Foto: Roselia Chaca
Con la crisis que desató las restricciones para contener la proliferación de contagios, y ante la advertencia de los Servicios de Salud de que las reuniones familiares son ahora los principales focos de riesgo, los rituales de Todo Santos disminuyeron en el reino zapoteca, al grado de que Rogelia sólo tiene dos rezos para efectuar.
Todo esto, narra, afecta su economía, pues Rogelia siempre ja vivido de encaminar a las almas y desde que comenzó su emergencia suspendió su participación en los velorios y levantadas de cruz, rituales que aunque están prohibidos, las familias se las arreglan para realizar.
“Desde que comenzó la Covid-19 dejé de ir a levantar muertos, a encaminarlos, a realizar rezos, así que desde hace cinco meses dejé de trabajar. Sólo voy si sé que el muerto no murió de Covid. Así que la crisis también nos pegó a nosostras las rezadoras, porque al menos yo vivo de eso”, comenta esta mujer que se ha convertido en parte de la vida tradicional de esta ciudad y que incluso fue inmortalizada por la fotógrafa Gabriela Iturbide en su libro “Juchitán de las mujeres”.