Jardinería, puerta de inclusión frente a la discapacidad
Realizar actividades cotidianas, aprender un oficio y alcanzar la autosuficiencia son los objetivos del Celdim, el cual lucha por la inclusión de los alumnos en la sociedad

Hasta los 24 años, José Luis no había dicho una sola palabra. Se necesitaron 24 meses de asesoría médica y pedagógica para que este joven aprendiera a escribir su nombre, a conversar con otras personas y a vestirse por sí mismo, debido a que vive con retraso mental.
—El diagnóstico se debió a una negligencia médica. Él es mi tercer hijo y en la clínica a donde fui me obligaron a regresarme a mi casa aunque había iniciado la labor de parto. A él le faltó oxígeno, relata Natividad Cárdenas, la madre de José Luis.
Dos años después, este joven es uno de los 10 que se atienden en el Centro Educativo y Laboral para la Diversidad Mental A. C. (Celdim), un espacio ubicado en la capital oaxaqueña destinado a impulsar que personas con discapacidad puedan incluirse en el mundo laboral, pero sobre todo a que alcancen la autosuficiencia y puedan “vencer sus propias barreras”, explica María del Carmen Castañeda Ruiz, fundadora y directora del lugar.
María del Carmen sabe de lo que habla. Dice que fue la necesidad la que la impulsó a crear un espacio con esta misión, pues su hijo David, ahora de 28 años, nació con discapacidad intelectual y durante el proceso de búsqueda por una mejor atención fue que decidió abrir un lugar, donde los niños se sintieran como en casa y desarrollaran sus habilidades.
“Me costó mucho trabajo que mi hijo fuera admitido en el sistema de educación regular”, dice María del Carmen y, aunque a las escuelas poco a poco se incorporaron las Unidades de Servicio y Apoyo a la Educación Regular (Usaer), siempre fue un problema trasladarse de su casa a los planteles que brindaran ese servicio.

Foto: Edwin Hernández
David, por ejemplo, asistía al Centro de Atención Múltiple en El Tule, y por la tarde realizaba otras actividades terapéuticas, siempre acompañado de su mamá, hasta que el sistema de atención pública dejó de otorgarle atención suficiente. Lo que siguió fue enfrentar el rechazo de las instituciones, pese a sus avances y a que su familia costeaba el apoyo pedagógico personalizado.
“Como mamá, me preocupé de la inclusión laboral de mi hijo y de sus compañeros, porque en muchas escuelas les dan la capacitación, pero no la oportunidad de insertarse en un trabajo”, relata sobre el nacimiento de este espacio que se consolidó en 2016 y poco después se convirtió en una asociación civil.
Antes de dedicarse de lleno al Celdim, María del Carmen se dedicaba a la administración de empresas, carrera que abandonó para dedicarse al proyecto. Para hacerlo realidad, buscó el apoyo de la trabajadora social Juliana Caballero Jiménez y de Jesús Cruz, sicólogo y responsable del área de formación laboral, también fundadores de este espacio.
Juliana y Jesús tenían planes de abrir una escuela para dar apoyo a niños con discapacidad en edad escolar, por lo que no dudaron en sumarse a María del Carmen y decidieron enfocarse en apoyar a las madres de familia de los niños con discapacidad.
A tres años de distancia, el lugar continúa gracias a la cooperación voluntaria de los padres de los niños que asisten y funciona en la casa que los padres de María del Carmen le heredaron y que ella quiso compartir con niños y madres que han enfrentado las mismas dificultades que ella y su hijo.
Una mano de oportunidades
A pocas semanas de asistir a Celdim, Crisálida ya coopera con labores del hogar y muestra iniciativa para realizar otras tareas.
Magdalena Castellanos, una enfermera jubilada del IMSS, dice que a un mes de su llegada a este espacio ha notado cambios relevantes en la conducta y procesos de aprendizaje de su hija, quien nació a las 31 semanas y fue diagnósticada con un síndrome que causa deformaciones.
Procedentes de la Cuenca del Papaloapan, ella y su hija buscaron diversas opciones de rehabilitación en otras regiones y estados, hasta que dieron con el Celdim.
Pensando en casos como el de Magdalena y Crisálida, fue que María del Carmen, Juliana y Jesús pusieron manos a la obra y decidieron que el proyecto se enfocaría en atender a niñas y niños en edad escolar con discapacidad intelectual, puesto que son escasas las oportunidades de que puedan ser incluidos en una escuela regular.

Foto: Edwin Hernández
Y si lo son, dice Juliana, sólo concluyen la primaria, pues en Oaxaca, sólo hay cinco telesecundarias donde podrían continuar estudiando. Fue también pensando en ello que los fundadores del Celdim decidieron que, además de brindar formación académica, otorgarían capacitación laboral, para que los asistentes pudieran tener una oportunidad de inclusión y darles herramientas para subsistir.
La jardinería fue el camino que eligieron para hacerlo, por ello los alumnos reciben clases de este oficio, las cuales están divididas en tres niveles: inicial, intermedio y avanzado.
Antes de iniciar los cursos de este oficio, los alumnos vendían manzanas con chamoy; sin embargo, tras un análisis de las ganancias, se decidió capacitarlos en jardinería. El único requisito es que sean mayores de 15 años, para que la actividad se considere legal.
El curso tiene un periodo de duración variado, que puede ir de uno a dos años, dependiendo del grado de discapacidad con el que viven los alumnos.
“De acuerdo a sus habilidades, se asignan áreas en específico, para que desarrollen hábitos y generen independencia, pues en Oaxaca existen muy pocas personas que ofrecen trabajo a personas con discapacidad”, refiere Jesús Cruz, el sicólogo.
Lo anterior es grave si se considera que hasta 2010 en Oaxaca vivían 198 mil 324 personas con discapacidad, de las cuales 14 mil 394 tenían alguna limitación mental; 16 mil 785 dificultades para hablar y comunicarse y 7 mil 523 impedimentos para garantizar su propio cuidado personal.

Foto: Edwin Hernández
Pensando en este panorama y para darles un primer empujón, desde hace casi dos años los jóvenes que terminan la capacitación en jardinería en el Cedim son empleados por el Hotel Fortín Plaza, que los incluye en su plantilla laboral tres días a la semana: los lunes, martes y miércoles.
“A pesar de que ya tiene casi dos años que empezamos a asistir, no hay mucha aceptación por parte del personal del hotel. Aunque platican con los alumnos, aún existe temor ante lo desconocido y permea la cultura del rechazo hacia las personas con discapacidad”, platica Jesús.
Otro de los retos es que, a pesar de que el proyecto de inclusión laboral está fundamentado en el ejercicio de los derechos de las personas con discapacidad, han recibido críticas, pues muchos creen que al enseñarles a trabajar se les está explotando.
“Con ellos no existe la excepción, tienen los mismos derechos, aunque no tengan las mismas oportunidades. Somos una asociación en pro de la inclusión y a favor de la diversidad mental, por ello buscamos opciones para ellos y estamos luchando porque sean incluidos allá afuera”, completa Juliana Caballero.
Rumbo a la independencia
Pero no sólo lo laboral es la prioridad, la meta es que los alumnos alcancen la autosuficiencia. Por ello todas las actividades que realizan los ocho hombres y dos mujeres que actualmente se forman en el Celdim están enfocadas en fortalecer hábitos de independencia y autonomía personal, impartidos por auxiliares educativas.
“Ellos recogen su cama, sus trastes, tienden su cama, se bañan, se cortan las uñas y, llegada la edad, los varones aprenden a afeitarse”, indica Juliana. Las capacitaciones han dado resultados y por ello algunos de los alumnos ya puedan trasladarse solos a la escuela desde su casa.

Foto: Edwin Hernández
Pero no todos tienen esa posibilidad, pues la mayoría de las madres de familia que asisten con sus hijos llegan de comunidades lejanas, por lo que el centro cuenta con una habitación equipada para que los niños o sus mamás puedan dormir ahí.
“Aprendemos mucho de los chicos. Tener un hijo con discapacidad te cambia la vida, conoces el amor, la humildad y la paciencia. Esto que nosotros hacemos es un servicio para ellos y sus mamás”, concluye María del Carmen.