Mujeres zapotecas luchan para reactivar economía en Juchitán
Algunas mujeres juchitecas no han dejado de trabajar desde el día siguiente del terremoto del pasado 7 de septiembre
Ellas no esperan que llegue el gobierno o los políticos a darles la ayuda. Están dolidas por el terremoto y el olvido, pero dicen que están acostumbradas a ganarse la vida con tenacidad. Son las mujeres juchitecas, indígenas zapotecas que no se arredran ante los embates de la naturaleza.
Poco antes que la oscura y lluviosa mañana sea iluminada por el tibio sol de otoño, el aparato de sonido o bocina colgada de un largo madero anuncia a los pobladores de la colonia Rodrigo Carrasco, que doña Manuela ya tiene a la venta las empanadas de carne y quesillo, las tostadas y garnachas.
Las vecinas de doña Manuela Mendoza López, que en noviembre cumplirá 58 años de edad, descansan en los campamentos formados por lonas de plásticos, que cubren las calles donde pernoctan desde el terremoto del jueves siete de septiembre por miedo a las réplicas que no cesan.
“Abuelita, quiero una empanada”. “Yo una tostada”, piden a gritos sus pequeños nietos que se entretienen corriendo en el pequeño corredor cubierto de ropa húmeda, utensilios de cocina, bolsas y botellones de agua apilados aprisa tras el sismo. “Esperan, ahorita les doy”, les contesta doña Manuela, mientras despacha una orden de cuatro empanadas por 10 pesos.
"No me voy a quedar sentada esperando la ayuda de los políticos o del gobierno. Aquí hay que trabajar para comer. Los niños no preguntan si hay. Sólo piden", dijo en medio del ajetreo para venderle no sólo a sus vecinos, sino también a trabajadores de la CFE o del servicio de televisión por cable o de Telmex, que laboran en la octava sección, para restablecer los servicios.
Na Manuela, como le dicen en esta ciudad zapoteca a las doñas, no oculta sus aversiones contra los políticos y a todo lo que huela a gobierno.
“En campaña vienen y te abrazan, ahora, con perdón de usted, ni un pedo nos avientan”, exclamó molesta en su lengua zapoteca. “La casa de mi papá que antes era oficina del comité de la COCEI se cayó y nadie voltea a verlo”, lamentó.
Pese a la adversidad, Na Manuela se levanta temprano. Pernocta en el patio. Prepara la masa y empieza a preparar las empanadas, tostadas y garnachas. “Vendo como 500 pesos a la semana. De esa venta hemos vivido en los últimos dos años porque mi esposo es conserje en una primaria, pidió un préstamos y solo le pagan a la quincena cien pesos”, reveló.
A la vuelta de la vivienda de Na Manuela, dañada por el sismo, se ubica la casa de Na María Elena. En realidad su nombre completo es María Elena Martínez López. Antes del jueves siete de septiembre hacía tortillas y atole blanco de maíz nativo para vender. El terremoto destruyó su cocina y quebró el horno y el fogón.
Na María Elena no esperó la ayuda del gobierno ni de los políticos. “¿Para qué? “, contestó. Desde el paso del sismo del siete de septiembre, se movió por cuenta propia y consiguió medio fogón para elaborar atole blanco debajo de la banqueta de su maltratada vivienda que resintió los golpes del temblor del sábado 23 en el mes patrio. ― Ya conseguí que una amiga me prestará media olla de barro para hacer tortillas.
Lo voy a intentar, aunque sea para comer con mi familia porque aquí nadie se raja, con temblor o con lluvias, hay que trabajar ―, expresó decidida.
Mujeres zapotecas de Juchitán, como Na Manuela y Na María Elena, no han dejado de trabajar desde el día siguiente del terremoto. Algunas esperaron uno o dos días, pero después, ganaron sus espacios de venta.
El mercado local quedó colapsado. No les importó. Las mujeres ocuparon el parque central. Otras, en las calles, venden tamales, totopos o pescados. Son las incansables juchitecas que nunca se atemorizan.
cfe