Todo esto se ha puesto en honor a este joven, pues aunque según la tradición zapoteca aún no le toca llegar a convivir con los suyos porque no se han cumplido los seis meses de su partida, su madre Ardalia lo espera.
Estos padres juchitecos recuerdan a su hijo como el excelente Ingeniero en Sistemas Automotrices, responsable en jefe en una empresa japonesa de autos en el Estado de México, y destacado egresado del Instituto Politécnico Nacional (IPN). También lo recuerdan como el feliz esposo de Karla; como un amoroso hijo con un futuro brillante y como el dueño de un perrito llamado Thor.

Foto: Roselia Chaca
Ardalia se quiebra al hablar de Odín, se deshace en llanto. A pesar de ello, dice que lleva muy presente dos fechas con sus horas: el 2 de marzo de 1991, a las 8 pm, cuando nació; y el 22 de junio de 2020, a las 5 pm, cuando murió.
Desde entonces, esta mujer zapoteca cayó en depresión y su corazón se debilitó mucho, y aun cuando está convencida que su hijo se convirtió en un ángel, dice que se siente muerta en vida. Pese a ello, en medio de su tragedia y de una contingencia que limita la participación social, ella y su esposo Marcelino cumplen en privado con todo el ritual funerario que la costumbre dicta.
Odín murió en la Ciudad de México después de luchar una semana en una clínica privada contra el virus que desola al mundo. Ardalia y Marcelino recibieron dos fotografías de él en sus celulares desde el hospital. Se veía bien, los saludaba sonriente, pero todo se complicó y sus pulmones colapsaron.
Destrozados, ambos alcanzaron a despedirse de él antes de que fuera cremado en una funeraria, y decidieron trasladar sus cenizas a Juchitán, al hogar familiar, donde jugó y fue feliz toda la vida. Y donde, aunque no nació, sintió su ombligo enterrado.

Foto: Roselia Chaca
Cuando la familia regresó con las cenizas de Odín a Juchitán, recibió el consuelo de los vecinos, amigos y familiares, nadie lo discriminó por la enfermedad, al contrario les brindaron consuelo, pero debido a la pandemia, llevaron el ritual funerario de manera privada.
Mientras esperan que los tiempos se tranquilicen para colocar la urna con la ceniza en una capilla en el panteón municipal, se mantiene en la mesa de los santos rodeado de los abuelos y los tíos que le antecedieron en la partida.
“Esta noche vendrá mi mamá, los tíos, los abuelos, sé que Odín está con ellos. Sé que cuando los vea con rumbo a la casa él también se les unirá. No le toca aún, pero algo me dice que vendrá con los míos y por eso lo espero con este pequeño altar.

Foto: Roselia Chaca
“Lo espero con su café preferido, su espagueti y lo que más le gustaba en vida, lo esperamos con amor este día. El próximo año, en su primer Todo Santos, tendrá un altar más hermoso y mucho más grande”, cometa Ardalia mientras enciende una vela en el colorido altar.
La vida de Odín se apagó de repente. Sus planes para este años era viajar a Europa y tenía la ilusión de ter un hijo y nombrarlo Thor, seguir observando el cielo con su telescopio, y ver a Ardalia y a Marcelino estas vacaciones. En cambio, atravesará el inframundo esta noche de fríos vientos de la mano de su abuela y sus tíos.
“Tuvo una vida corta pero feliz. Lo recordaremos siempre con amor, lo esperaremos todos los años en el altar con su comida preferida, con los rezos hasta que nos volvamos a ver en la otra vida. Seguiremos llorándolo, nos seguirá doliendo su repentina partida”, dice Marcelino, mientras intenta no llorar y muestra las fotos de un Odín feliz en su fiesta de bodas.