Una de las cuatro creadoras del proyecto e ingeniera en Recursos Naturales, Cinthya Méndez Santiago, sostiene que experiencias en otros países latinoamericanos revelan que los huertos urbanos pueden ser una solución para evitar la crisis alimenticia y la escasez durante una pandemia.
“Hay ventanas de oportunidad para poder tejer redes colectivas de producción local, con lo que se reduce, además, la emisión de CO2 [dióxido de carbono] al transportar alimentos de un lugar a otro. Al sembrar en pequeños espacios, permitimos la biodiversidad y el equilibrio ecológico”, explica a EL UNIVERSAL.
Indica que el equipo que creó la propuesta está conformado por personas de diferentes disciplinas que complementan las necesidades del espacio. “Estar en contacto con otra vida que no habla es difícil, pero, para poder entenderla, hay algo muy importante que es la observación”, dice.
Recuerda que, en un principio, el Huerto Urbano Jako fue ideado tras tomar conciencia sobre la contaminación ambiental en la entidad. Fue así que Cinthya se instruyó sobre la elaboración de lombricomposta, con restos orgánicos de su hogar, iniciando con la separación de los desechos, a fin de evitar la generación de fauna nociva.
Tras iniciar la elaboración de lombricomposteo, la actividad principal del huerto, decidieron abrir un espacio en el Fraccionamiento El Rosario para trabajar con la lombriz roja californiana, a través de la que se realiza el compostaje. Además, ésta puede emplearse como alimento de peces, aves o roedores.
“Observamos que en el proceso de lombricomposteo se pueden germinar plantas, pues entre los residuos hay semillas, y podemos aprovechar los frutos que se generan”, precisa.
Con el tiempo, los iniciadores del huerto recuperaron un espacio en inmediaciones del fraccionamiento mencionado, donde la gente tiraba basura o se reunían a ingerir bebidas alcohólicas. La labor convirtió el predio en un reservorio para aves, lagartijas, ranas, luciérnagas, víboras ratoneras e insectos que son parte del ecosistema.
Actualmente, el huerto mantiene sinergia con un grupo de biólogos, a fin de convertir el espacio en un lugar de educación ambiental para que quienes lo visiten tomen conciencia sobre su beneficio e inicien la recuperación de espacios para transformarlos en “verdes” y, en consecuencia, obtener alimentos.
“El huerto funge como una herramienta educativa, nosotros lo consideramos como un laboratorio vivo, además de ser un espacio de vinculación con personas dedicadas a la educación ambiental”, puntualiza.
Al respecto, Cinthya resalta que el espacio también colabora con tres productoras de hortalizas, que participan en la siembra de diversos productos. Al menos una veintena de personas conforman la red de producción de conocimiento y de frutos de la tierra.
En este espacio también se encargan de la producción de semillas, las cuales, por medio del trueque, se proporcionan a las grandes productoras de la capital de Oaxaca: “Entregamos las semillas para que produzcan en volumen y les consumimos a ellas directamente”, comenta.
Cinthya indica que los productos que se siembran en el solar recuperado son variados, hay plantas ornamentales, especies alimenticias, un cafetal que produce al menos tres veces al año, entre otros productos aptos para sembrarse en pequeños espacios.
Este espacio también produce lombriabono lixiviado [abono líquido] y abono vegetal para autoconsumo y venta.
Asimismo, los integrantes del Huerto Urbano Jako imparten talleres los fines de semana y en algunas bibliotecas de la Fundación Alfredo Harp Helú. No obstante, por la cuarentena, el espacio otorga asesoría en línea y telefónica a quienes deseen obtener conocimiento sobre los huertos urbanos o productos vegetales en existencia.
“Es un poco complicado por la contingencia, por eso nos sujetamos a la asesoría en línea a través de Facebook e Instagram, para poder hacer frente a la situación y evitar correr riesgos”, afirma Cinthya.