Cansancio. Sobrevivir 30 días sin un hogar

En al menos 5 localidades del Istmo los damnificados del sismo viven entre lonas, sin trabajo, sin dinero y bajo las lluvias

Fotos: Yuridiana Sosa / EL UNIVERSAL
Sociedad 08/10/2017 18:37 Roselia Chaca Juchitán, Oaxaca Actualizada 18:37

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Lonas de color verde, naranja, blanco, azul y hasta de colores chillantes; algunas mal amarradas, otras rotas, muchas más como carpas de circo. Pequeñas con logos grandes y lisos; otras de tamaño mediano con rostros de políticos. La variedad es grande, hay de donde escoger.

Miles de lonas de naylon en por lo menos cinco ciudades del Istmo deTehuantepec sólo cumplen una finalidad desde hace un mes: proteger del sol y la lluvia a los zapotecas que viven en la calle.

Manuela, Amelia, Alma Rosa y Francisca, además de ser vecinas del barrio “Cheguigo” tienen algo en común: perdieron sus casas con el terremoto del 7 de septiembre y viven bajo un mosaico de lonas; no tienen otra opción por el momento, la rapiña puede ir por lo poco que no se rompió, así que están en vela frente a sus casas y en alerta por las casi seis mil réplicas que no les da tregua y fractura más lo poco que aún queda en pie.

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Manuela y Amelia

Na Manuela Gómez Rosado apenas y logró mover su pesado cuerpo de 85 años de la cama durante la sacudida de 8.2 grados Richter, la casi media noche del jueves 7 septiembre, su hija Amelia despertó de golpe y corrió abrazarla, los pedazos de tejas de la vieja casa de ladrillos cayeron sobre ellas.

Amelia se desmayó sobre el cuerpo de su madre, los murillos de madera del techo se desprendieron y uno de estos hizo el famoso “triángulo de vida”, dejando a salvo a las dos mujeres debajo.

Na Manuela rezó todo el tiempo a todos los santos de su altar familiar que se caían. Después del sismo, los hombres de la casa y los vecinos las rescataron; sólo tenían leves heridas en el cuerpo.

“Vivir en la calle es un privilegio”

“Vivimos de milagro, no sé qué santo hizo, pero mi madre le rezó esa noche a todos los que conocía. Yo me desmayé de los golpes mientras la abrazaba, nos quedamos atrapadas debajo de los escombros de la casa. Hoy estar viviendo en la calle es un privilegio, estamos vivos, estamos agradecidos con el cielo. Por varios días no me pude levantar. Ahora uso una faja por los golpes que tuve en la cadera, pero estamos vivas”, recordó Amelia, que se dedica al comercio de huaraches en el mercado principal, en donde también perdió gran parte de su mercancía.

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Las dos mujeres ahora se recuperan de los golpes, debajo de dos enormes lonas que hacen una especie de carpa de circo frente a su vivienda, pero mientras sanan, la angustia por los constantes sismos no las deja dormir. El insomnio es parte de su ritual nocturno y las lonas, la zona más segura del mundo.

Francisca

“Na Chica”, como llaman a Francisca Luis Guendolay, se la pasa desde hace un mes frente al fogón de leña en la cocina comunitaria que se instaló en el cruce que hace el callejón que lleva a su vivienda y a la calle principal, la cual se mantiene del apoyo de un grupo de lingüistas que realizan trabajos de rescate y preservación de la lengua zapoteca en Juchitán.

Ella es la cocinera principal, su sazón la colocó en esa posición, otras cinco mujeres le siguen el ritmo y obedecen sus indicaciones haciendo equipo.

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Una lona de color anaranjado y otra de olor azul la resguardan todo el día del intenso sol mientras menea los cazos de arroz, frijol o maíz. Ella no se queja, es más, agradece la ayuda de la sociedad civil porque no tiene una entrada económica desde el día del sismo; además de perder completamente su casa y cocina, la venta de sus abanicos de palma desapareció por la paralización de la economía local, “no hay venta”, se repite la mujer.

Al final del callejón se ubica su casa de teja que está en la ruina, al igual que las casas de la mayoría de sus vecinas.

Francisca durmió por más de 15 días cubierta por una lona rota que su hijo y esposo colocaron debajo de un árbol de chicozapote en medio de su patio, después de tanto batallar le donaron una nueva y la colocó sobre la que ya tenía.

Su dormitorio y sala es la misma, sólo se adapta a la hora del día a pesar de llevar una vida sin lujos, esta artesana está al límite como todos los que viven sobresaltados por los rugidos de la tierra que no cesan y mantienen alarmados y temerosos a los vecinos.

“Es un castigo vivir así, es difícil estar bajo el agua día y noche. No hay trabajo, no hay dinero, no hay venta, por eso es bueno la cocina, ayuda mucho. Es un castigo estar en la lumbre todo los días, pero lo hacemos porque de ahí comemos todos, todos los vecinos estamos unidos por la cocina, pero es difícil la convivencia, es difícil vivir bajo unas lonas, es un castigo cocinar bajo una lona con el sol y con la lluvia”, explicó la anciana, en su lengua madre, el zapoteco.

Alma Rosa

Las lonas medianas perfectamente se embonaron cubriendo la estructura de una casita de desechos de madera de cuatro metros por cinco. Remachadas con clavos y fichas se logran ajustar sin que el viento ni la lluvia logre moverlas de su sitio.

Alma Rosa Jimenez Blas tiene dentro de las lonas a su hijo Yahir, de 11 años, convaleciente de su homodiálisis por el complicado problema renal que tiene desde que nació.

A unos cuantos pasos del refugio de naylon, los restos de la casa de ladrillo de su suegra, Nereyda Martínez Castillo, que murió durante el terremoto de hace un mes, siguen intactos y mojados; sobre estos escombros, sus nietos a veces juegan.

La situación, de por sí crítica, de esta vendedora de comida en el mercado municipal, el cual también desapareció, se complica con la falta de trabajo de su esposo Fabián Sánchez Castillón y la enfermedad de su hijo.

Esta zapoteca que ya no tiene nada material que perder, sólo la vida de su hijo si no sigue con las homodiálisis que a la semana llegan a costar 3 mil 600 pesos, o mil 200 cada una; ya que hasta el último día del mes de septiembre dejó de ser válido su seguro médico al no contar con un trabajo, su esposo, en una empresa eólica de esa zona.

“Mi esposo se quedó sin trabajo, yo no puedo vender porque ni tengo con qué invertir, además no hay ventas, todo está muerto en el centro, en el mercado. Lo que más nos preocupa es el costo de la homodiálisis de mi hijo, no tenemos ni un peso y para rematar ni casa segura tenemos, vivimos en una choza de naylon donde intentamos que Yahir esté resguardado. La situación es desesperanzador para todos”, comenta Alma Rosa, mientras coloca el desayuno en una caja de madera que hace la función de mesa.

Manuela, Alma Rosa, Amelia y Francisca, además de la desgracia que comparten junto con cientos de damnificados, todos los días logran sobrevivir tomando fuerzas de los que dependen de ellas, sus familias, y anhelan dejar muy pronto las lonas multicolores que las abriga del sol y la lluvia, pero a la vez las desespera.

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