Nereida murió porque no logró abrir la puerta

La anciana de 70 años dormía encerrada por varios candados

El temblor agarró dormida a Nereida, pero la exagerada precaución de dormir bajo “cien candados” le causó la muerte, dicen sus nietas. (ROSELIA CHACA. EL UNIVERSAL)
Sociedad 11/09/2017 15:40 Roselia Chaca Juchitán, Oaxaca Actualizada 09:55

Aunque debería de estar frente al altar familiar, como es la costumbre entre  los zapotecas, el  ataúd de color gris no pudo ser colocado en otro lugar más  que debajo de una lona de plástico en medio del patio. Está ahí, en medio de los escombros, porque un sismo de 8.2 grados sacudió hasta los cimientos la que fuera la casa de la  difunta, quien fue una de las víctimas de toda esa fuerza. 

Una vela blanca entre la vivienda derruida  da la solemnidad al ritual y  un manojo de flores completan la despida de Nereida,  una de las zapotecas que murió sepultada  durante la noche más larga  de Juchitán. Así como ella, muchas más fueron veladas durante este   en el patio de su hogar.

Nereida, una anciana delgada de 70 años,  comercializaba todos los días mandiles de telas que ella misma confeccionaba en los portales del palacio municipal, el mismo edificio  que se convirtió en emblema de toda esa muerte. El temblor la agarró dormida, pero la exagerada precaución de dormir bajo “cien candados” terminó por provocarle la muerte, dicen sus nietas. Son ellas las que narran  que entre la desesperación Nereida no logró abrirla la puerta principal.

No hubo anuncio en los altavoces de su sepelio, la falta de energía dificultó la invitación a los vecinos de su barrio, aun así los más cercanos, los dolidos por la muerte de Nereida la acompañaron. La familia acondicionó el lugar entre las hamacas, sillas y escombros, no esperaban la desgracia, no podían  ofrecer más.

Lo que sí hubo fue el rezo acostumbrado. Nació de la voz chillona de una mujer que  trazó con cánticos el camino de Nereida a la casa de los muertos.  Debía de ir en paz aunque su destino se hubiere cortado de aquella manera, así como le pasó a otras tantas mujeres de su pueblo, el pueblo de los hombres nubes, los binnizá, los zapotecas.

Cargada en andas por los hombres de su casa partió hacia el panteón de su barrio Cheguigo llamado “Miércoles Santo”. Nereida  no llevaba coronas de flores ni  música como  otros muertos. No llevaba porque a su familia no le quedó nada, sólo ese dolor que envuelve al pueblo juchiteco.

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