Gusiubí aprende de la tierra y los ancianos: su familia le enseña fuera del sistema educativo

Santiago Laollaga.— “Un otómico espera a otro otómico; un otómico  tiene derecho hacer cosas buenas,  pero no cosas malas;  un otómico siempre ayuda a otro otómico; un otómico no se ríe de otro otómico cuando se cae”, éstas  son las principales  reglas de convivencia  que estableció Gusiubí Guerrero Ramos cuando creó su escuela Los Otómicos.  Quienes  busquen  pertenecer a ella tienen que aceptarlas para llevar  una sana relación.

Gusiubí tiene cinco  años y vive en la comunidad montañosa de Guidxixu (“tierra de temblores”). Su nombre en zapoteco significa rayo de viento, y la palabra otómicos salió de  su basta imaginación. Desde el saludo, este extrovertido niño zapoteca muestra una gran inteligencia y habilidad en el lenguaje, lo que siempre sorprende.

En su casa, situada en lo alto de la comunidad y  desde donde se observa la cadena de montañas que atraviesa la Sierra Mixe Zapoteca, Gusiubí recibe una educación doméstica, como la cataloga su padre, el etnohistoriador Gubidxa Guerrero. 

Foto: Edwin Hernández

Hace un año, él y la madre  del pequeño, Juquila Ramos, decidieron  darle  una educación poco convencional durante  sus primeros años: en casa. Esta alternativa educativa la retomaron con más fuerza con el nuevo ciclo escolar en línea debido a la pandemia de Covid-19.

“Su formación seguirá siendo doméstica, como ha sido desde que, como padres, decidimos dedicarnos en cuerpo y alma a su educación,  tarea a la que se ha sumado gente buena como Papá Goyo (su abuelo) y Aurora (su madrina), así como un grupo de amigos escritores, biólogos, historiadores y poetas que forman parte de Los Otómicos”. 

Todos  están en  un  chat especial y  los  consulta  cuando  un tema  le preocupa, les pide información sobre algún animal, una planta o un fenómeno natural, explica Gubidxa sentado junto a su hijo.

 A Gusiubí no lo sientan todos los días frente a un pizarrón, menos frente a un televisor o a una pantalla de computadora, su cuaderno casi siempre es  la tierra;  sobre ella,  sus instructores trazan con una vara las enseñanzas. 

Foto: Edwin Hernández

Tampoco tiene  horarios estrictos  para aprender sobre ética,  números, orientación, medio ambiente o de historia. Todo el día recibe los conocimientos básicos de los adultos que lo rodean, así como de sus padrinos: Juan Iglesias y Crecensia Morales, los últimos curandero y partera del pueblo.

“Sus padrinos le enseñan sobre plantas medicinales, flores, frutas y participa con ellos en la reforestación de la zona. Por ejemplo,  un día escuchó el sonido de un pájaro, lo grabó y lo envió a Vicente, quien es biólogo especializado en aves y miembro de Los Otómicos. Él le explicó que esa ave es también conocida como pájaro péndulo y que suele anidar en barrancas; le envió fotos y videos, y así aprendió sobre éste”, comenta Gubidxa Guerrero.

Foto: Edwin Hernández

Pero su pequeño hijo no sólo tiene a Los Otómicos, también tiene la Escuela Parcela, que no es más que un pedazo de tierra  que le otorgó la comuna a su padre, donde el niño siembra maíz y calabazas. Mientras surca la tierra, sus padres y padrinos aprovechan  la mínima oportunidad para hablarle sobre diversos temas.

“Hoy, por ejemplo, cantamos temas de Agustín Ramírez, compositor guerrerense que nos enseñó a apreciar Papá Goyo. Hablamos de la cadena alimenticia cuando fuimos a una poza cercana llena de mariposas: éstas atrajeron palomas de monte, que a su vez llamaron a gavilanes. Repasamos nombres y propiedades de plantas, según conocimientos de nuestros padres. Hablamos sobre equilibrio, 'nivelacion', nutrición. De la 'coa', bastón sembrador que deriva de la palabra náhuatl Coatl, que significa 'serpiente'... Con el nene hablamos de todo”, comenta el padre mientras el pequeño presume su siembra.