Nacer en otra patria y en espera de refugio

Un matrimonio de salvadoreños salió de su país porque eran víctimas de amenazas de los grupos delictivos que operan en la capital

Sociedad 17/12/2019 01:56 Alberto López Juchitán de Zaragoza, Oaxaca Actualizada 14:32

Yoselín y su esposo José llegaron a México en junio del año pasado, procedentes de la capital El Salvador. En territorio nacional, echaron raíces en tierra oaxaqueña, específicamente en el Istmo de Tehuantepec.

Tras una estancia de un año y cinco meses en Ciudad Ixtepec, una localidad que ha sido históricamente paso de migrantes,  la familia creció con el nacimiento de Joshep, el hijo menor de la pareja que espera que el gobierno mexicano les facilite la condición de refugiados.

Como la mayoría de los migrantes centroamericanos que piden refugio en México, Yoselín y su esposo José abandonaron su patria, El Salvador, porque eran víctimas de amenazas de los grupos delictivos que operan en esa nación, en su caso, relatan, de las pandillas que controlan la capital.

“Teníamos un taller mecánico y nos pidieron un pago semanal de 60 dólares”, revela José en entrevista con EL UNIVERSAL.

Ahora, en suelo oaxaqueño, el hombre trabaja  en una ferretería. Joshep, el hijo de ambos, nació el pasado 9 de diciembre en el Hospital Civil Macedonio Benítez Fuentes, ubicado en  la ciudad de Juchitán: “Nació bien, sin complicaciones. Y ahora ya regresamos a Ciudad Ixtepec”, explica Yoselín.

Esta familia, que a su llegada fue asistida por elementos del Grupo Beta,  ya no vive en el albergue Hermanos en el Camino, fundado por el sacerdote Alejandro Solalinde, si no que es una de las tantas que han comenzado a arraigarse en otras localidades del Istmo de Tehuantepec. “Rentamos una casita”, dice contenta  la pareja.


Disminuyeron partos  

Yoselín no es la única migrante de Centroamérica que ha dado a luz en el territorio mexicano. De acuerdo con datos de los Servicios de Salud de Oaxaca (SSO), hasta octubre de este año al menos 67 partos de mujeres en tránsito habían sido atendidos  en hospitales de la entidad oaxaqueña.

El número es mucho menor a las cifras del año pasado, cuando había menos restricciones de tránsito para los extranjeros. En los 12 meses de 2018 fueron 197 los partos atendidos  que se registraron en Oaxaca.

El año pasado, en el marco de las caravanas masivas que ingresaron al territorio mexicano, mujeres como Olga Suyapa, originaria de Guatemala, dieron a luz en el Hospital Civil de esta ciudad juchiteca.

67 partos de migrantes se han registrado en Oaxaca hasta octubre de este año

La pequeña hija  de Olga fue registrada en Juchitán, con el nombre de Alisson Guadalupe, recuerda el oficial del Registro Civil, Francisco Javier Anzueto Hilerio. 

Meses después, Alejandrina Elizabeth Ajanel Coxha, también de Guatemala, tuvo a su hija el 17 de julio de este año en el mismo hospital.

En ese entonces, vivía en el albergue migrante que fundó Solalinde, en espera de que el gobierno de México le otorgara la condición de refugiada. Pero no todas las mujeres han logrado dar a luz sin complicaciones de salud.

Odili Linares, de El Salvador, perdió a su bebé el pasado mayo, cuando recibía atención médica. Los doctores le salvaron la vida, tras las complicaciones de salud que presentó.

Yoselín y su esposo  no se enteraron de ninguna de esas historias, pero desde el nacimiento de su pequeño Joshep han conocido el amargo sabor de la nostalgia, lejos de su patria, distantes de su familia y muy cerca de la incertidumbre.

Esa incertidumbre se debe a que no saben si el gobierno mexicano finalmente les otorgará  la condición de refugiados, estatus con el que se podría quedar a vivir en algún punto del territorio oaxaqueño.

De ello depende que puedan formar un hogar al lado de su primera hija de cinco años de edad, con la que viajaron en autobús desde la frontera sur hasta la capital de Oaxaca, y luego regresaron al Istmo para acomodarse temporalmente en el albergue.

Mientras tanto, y ya con el nuevo integrante de la  familia, Yoselín y José tratan de adaptarse a su nueva vida. No es una tarea fácil.

El trabajo de José en la ferretería, donde “no es buena la paga”, apenas alcanza para pagar la renta de una vivienda y comprar los alimentos diarios, mientras cuidan que los menores no se enfermen en estos días de viento frío en esta franja que conforma el Istmo.

Aún así todos los días  acuden a la oficina administrativa del Instituto Nacional de Migración (INM), en espera de que por fin  les  puedan otorgar esa  la visa humanitaria que necesitan. Aún no hay ninguna noticia.

 

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