“Ahí hay ropa, hasta donde alcance”, les dice con voz alta Javier mientras invita a bañarse a cualquiera que lo desee. “Pero vamos a formarnos de diez en diez. Ahí hay más comida, carnales”, agrega. Algunos se encaminan hacia los baños: “uno, dos, tres, cuatro, cinco… ira, aquí ya somos 10”, ayuda a contar uno de ellos.
Una cajita abierta color naranja con jeringas destaca al costado de una mujer tendida sobre sábanas en espera de recibir comida. Lonas, cartones y sábanas son los materiales principales casas de campaña que se han construido para protegerse de la intensidad de los rayos solares y por las noches del frío.
Fotos: Edwin Hernández
Mientras unos comen, a otros les cortan el cabello y unos más se duchan en los baños públicos, un grupo se concentra y forma un círculo para iniciar el paciente proceso de introducir la heroína en la jeringa que habrán de inyectarse. Otros más prefieren hacerlo alejados del resto. Las inyecciones han borrado las venas de sus brazos y las buscan en el cuello, en el pie o en el tobillo.
Hasta antes de que la pandemia, que no da tregua a ninguna nación, golpeara a Oaxaca esto era una escena cotidiana y parte del trabajo que realiza Javier, un joven de 28 años que desde hace dos brinda gratuitamente asistencia a personas adictas y sin techo, a través de su organización “The Jesus House”.
Foto: Edwin Hernández
La labor de Javier consiste en ofrecer vestido, higiene, servicios de alimentación a personas con problemas de adicciones, y los invita a aceptar ayuda para su rehabilitación y en consecuencia dejen las drogas.
Javier estima que son alrededor de 300 personas, entre hombres y mujeres, quienes han hecho de las calles aledañas o internas de la Central de Abasto su hogar; pero desde que decidió iniciar esta tarea altruista a la fecha, afirma que el número se ha duplicado.
La mayoría de ellos, añade, son adictos a la heroína. Según sus cálculos, quien consume esta droga gasta entre 600 y mil pesos diarios para poder mantener la adicción.
Javier sabe de lo que habla. Alguna vez fue uno más de ellos y vivió alrededor de un año en las calles de la Central de Abasto, donde se perdió en la heroína. Desde los 13 años, relata, comenzó a consumir alcohol, solventes, marihuana y cocaína; después, su adicción fue la heroína. Hasta que su familia lo recogió y lo internó en un centro de rehabilitación.
Foto: Edwin Hernández
“Después de un año – ya rehabilitado – regresé a este lugar para buscar un amigo y llevarlo al centro de rehabilitación y, volví a ver todo esto y me quebró. Dije, no manches. Me acordé de lo que se siente pasar frío, hambre, estar dependiendo de eso, nomás viviendo para drogarte y dije hay que hacer algo, cómo ayudo a mis carnales y pues hice esto”.
“Al principio nada más nos tiraban a locos, pero poco a poco nos ganamos su confianza; como algunos ya los conocía platicaban conmigo, pero no creían que me había rehabilitado, creían que era puro pancho”.
Foto: Edwin Hernández
Ángel Hernández de 25 años y quien desde hace un año se sumó al trabajo que realiza “The Jesús House” es otro de los jóvenes que fue adicto a drogas como marihuana, cocaína y piedra. Su adicción, dice, se acentuó cuando su hijo de un año y ocho meses de edad fue golpeado en la cabeza, lo cual le provocó la muerte.
“Después de eso yo me quedé resentido con la vida y con Dios, decía que no existía y si existía era una persona que para mí no tenía algo bueno. A raíz de eso decidí meterme a las drogas, consumí cristal por dos años, se me fueron diario por estar tomando, alcoholizado, estar drogado”, narra.
Su rehabilitación, cuenta, inició cuando un 24 de diciembre fue invitado a un evento religioso en el que habría comida y algunas representaciones; ahí se convenció que necesitaba ayuda para dejar su adicción.
Posteriormente conoció a Javier, quien lo invita a ir a la Central de Abasto para ayudar a personas adictas. “Afortunadamente hemos visto a personas que han aceptado la ayuda y nos ha tocado ver su cambio radical”, dice.
Foto: Edwin Hernández
En estos dos años que “The Jesus House” les ha acercado una mano, unas 40 personas han aceptado internarse en un centro de rehabilitación con el fin de eliminar su adicción a las drogas; pero sólo ocho de ellos han perseverado y logrado la rehabilitación.
Pese a ello, no han dejado de llevarles alimentos y ante la contingencia, también les han regalado cubrebocas. Para poder seguir con su labor, ahora los integrantes del proyecto han cambiado la dinámica y en lugat de reunir a las personas en un sólo lugar, recorren los pasillos laberínticos de la Central de Abasto para encontrarlos uno a uno.
Foto: Edwin Hernández
Al hallarlos, cuentan, les entregan comida y cubrebocas, siempre siguiendo las medidas sanitarias, pero explica que no pueden quedarse ni reunirlos, como parte de las precauciones.
“En este momento en que pasamos por una pandemia, es uno de los sectores de la población más vulnerables y también sé que muchas personas dirán que ellos están aquí porque quieren o porque ellos tienen la culpa, y es entendible, pero no nos ponemos a pensar que también ellos son seres humanos y que también han cometido un error, que les ha costado caro”.
Para Javier, es importante que las personas y sobre todo las autoridades hicieran algo para apoyar y ayudar a las personas en esta situación, sobre todo en este momento, pues ellos no tienen una casa donde resguardarse del virus. Hay una dependencia, dicen, que se encarga de dar seguimiento y apoyar a las personas con adicciones, pero los chavos que están en la Central de Abasto aseguran que nunca nadie se les ha acercado ni brindado algún tipo de apoyo.
“Sí ha valido la pena el trabajo. Con uno que salga (de las drogas), vale la pena. Lo más difícil es que salgan de la heroína; pero no vamos a desistir ni por la pandemia, seguiremos trabajando con ellos ya que en algún momento a nosotros alguien nos ayudó”, finaliza Javier.
Foto: Edwin Hernández