Más de medio siglo al rescate del zapoteco

Toledo comenzó su trabajo de rescate y preservación de la lengua con la creación de la Casa de la Cultura. Desde allí apoyó a la edición de revistas, libros y discos en "lengua de los suyos", y creó el Premio de Creación Literaria en Lengua Zapoteca

Sociedad 21/09/2019 07:00 Actualizada 07:54

El hombre de cabello alborotado  y pantalones arrugados camina sin pisar casi el suelo por lo rápido de las zancadas. Sobre sus hombros carga a su hija Cielo Min,  cuyas piernas le llegan más allá de la cintura. No está en edad de ir en hombros. Pero él  la complace. 

El señor de aspecto extraño equilibra el peso sujetándole las extremidades mientras sortea a los marranos que hacen de su hogar el callejón Los Pescadores en la Séptima de Juchitán

Ella sonríe, es feliz. Él no se cansa. Sin parar avanza hacia el parque del pueblo con la niña a cuesta. 

Así recuerda siempre Natalia Toledo a su  padre en Juchitán, ese Chico Min  que sentado en el pretil de la casa materna  la hipnotizaba con su larga cabellera.

Lejos tiene Natalia las ausencias del padre, del Toledo que vivía en Paris y Nueva York ocupado en su arte, porque siempre se compensaron con los libros.

En muchas de sus entrevistas reconoce que empezó a escribir para llamar su atención, lo cual agradece, porque eso propició su formación literaria y carácter.

Un trozo de historia personal, de la herencia familiar,  de la sangre indígena de los Min está “desgranado” en el tercer libro que Natalia Toledo y Francisco Toledo aportaron  al acervo literario zapoteca; Ba’du’ qui ñapa luuna’/ El  niño que no tuvo cama.

En el libro editado por Conaculta para su colección Alas y Raíces, la poeta recuerda que está basado en Francisco, su abuelo, uno de los ocho hijos de un zapatero de Juchitán de principios del siglo XX  conocido como Min Puli (Benjamín Apolinaria). Un artesano que le hizo a Lázaro Cárdenas un par de zapatos durante su visita al istmo.

Eran tiempo austeros. El niño Chico no tenía  una cama, así que dormía sobre la piel de la vaca con el que su papá  utilizaba para sacar los zapatos encomendados por los clientes. Conforme se recortaba la piel, la especie de cama se empequeñecía hasta desaparecer. Entonces Francisco no tuvo una cama hasta que fue hombre y los medios económicos para comprarse una. Ese es básicamente el argumento de la historia que cuenta en primera persona, en voz de su abuelo.

La historia se lo contó el abuelo  a su papá, éste a ella en su niñez y forma parte de la tradición oral familiar de los Toledo. 

Francisco Toledo creció entre dos variantes del zapoteco del Istmo de Tehuantepec; la de Ixtaltepec, que era de su madre Florencia Toledo  y la de Juchitán, de su padre Francisco López, aun así nunca lo habló en un cien por ciento, toda su vida dijo que sabía poco, que entendía todo, quizás cuando se ponía borracho se soltaba, con su hija Natalia siempre recordaba la lengua de los suyos.

Durante su infancia, la familia  fue migrante, primero en Chiapas, después  al sur de Veracruz, específicamente en Minatitlán. De ese periodo el artista siempre sintió la diferencia que se hacía entre los zapotecas y los chochos, los nativos de Minatitlán, enorgulleciéndolo de su raza.

Cuando se regresaron a Oaxaca, su padre  quería que fuera abogado, que estudiara, pero siempre reconoció que nunca fue bueno para la escuela, así que se inclinó por la pintura a los 14 años.

En 1960 viaja a París. Estando allá, invita a su padre a pasar dos meses con él, ahí sabe  de su  abuela Antonina Orozco y la  estrecha relación familiar con el revolucionario Che Gómez.

En esa etapa la nostalgia lo abrazó, recordó su niñez en Juchitán. Entonces dejó París y regresó con el objetivo de casarse y hacer familia. Estuvo a punto de contraer nupcias hasta que conoció a Olga de Paz y con ella tuvo a la poeta Natalia, su primera hija.

Durante su estancia en Juchitán en los años 70, Toledo comenzó su trabajo de rescate y preservación de la lengua con la creación de la Casa de la Cultura, espacio que formó a muchos artistas zapotecos. Desde allí apoyó a la edición de revistas, libros y discos en zapoteco. También reimprimió el Arte del idioma zapoteco de 1886, el Vocabulario en lengua zapoteca de Fray Juan de Cordova de 1578.

Cuando se regresó a la ciudad de Oaxaca, repitió  la misma experiencia  que comenzó en Juchitán, pero en la capital del estado duró  más  con el Instituto de Artes Graficas de Oaxaca (IAGO). Con  el tiempo se creó el Premio de Creación Literaria en Lengua Zapoteca, en donde participan zapotecos del Valle, el Istmo y la Sierra.

Desde el Centro de las Artes de San Agustín (CaSa) tiene Los caminos de la Iguana, talleres de literatura y lectoescritura para niños hablantes. Ha sido un éxito y ahora ya se implementa en otras variantes.

También editó la anatomía del cuerpo humano en zapoteco, los colores en zapoteco, así como juegos didácticos que ayudan a la enseñanza del zapoteco con niños

Cuando Natalia empezó a escribir en zapoteco se aliaron para unos proyectos editoriales bilingües como “Conejo y Coyote”  “La  muerte pies ligeros” “El niño que no tuvo cama” y Pinocho.
 

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