La lucha por levantarse del cáncer, pese a la pobreza
Al año se detectan entre 600 y 700 casos, en su mayoría tarde; Costa e Istmo, regiones con más registros: Corazón Rosa
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A Lilia Zuñiga el cáncer se le apareció en 2015 como una bolita en el seno izquierdo. El hallazgo la alertó, pero cuando acudió a consulta al centro de salud del municipio de Santiago Textitlán, de donde es originaria, donde le dijeron que se trataba de grasa. Pero se equivocaron.
El abultamiento continuó creciendo y cada vez era más doloroso para la mujer de 55 años. Seis meses después de su primer síntoma, Lilia consiguió una cita con un especialista y el diagnóstico acabo con la incertidumbre: tenía cáncer y la espera agravó la enfermedad.
Para comenzar el tratamiento, a Lilia le ordenaron estudios de sangre y una mastografía. El costo de estas pruebas, según el Sector Salud, alcanzan hasta mil 200 pesos, por cada uno de los estudios.
Lo que siguió en la vida de Lilia fue reconstruirse a partir de la noticia y afrontar la carga económica necesaria para sobrevivir, una carga que se vislumbraba difícil de superar para una familia que vivía de trabajar en el campo.
Migrar para vivir. Como Lilia, en Oaxaca se detectan entre 600 y 700 casos de cáncer de mama al año. La mayoría de ellos se detectan en etapas avanzadas, debido a una escasa cultura de prevención, según el Instituto Nacional de Cancerología.
Además, la geografía también influye, pues según datos recopilados por la asociación Corazón Rosa, en las regiones de la Costa y el Istmo de Tehuantepec es donde históricamente se han registrado más casos de cáncer de mama y cérvico uterino, de la entidad.
Lilia no vive en estas regiones, pero el aislamiento de su comunidad es similar. Ella y su familia son originarios de Santiago Textitlán, un municipio de la Sierra Sur, una comunidad donde no pudieron brindarle la atención que necesitaba, por lo que migró a la capital.
Sentada al fondo del terreno donde improvisó un vivienda de madera y lámina, Lilia narra que desde hace 10 meses ella y su familia habitan en esta casa levantada en un terreno comunal que le prestaron las autoridades de su pueblo, para que evitaran los gastos de traslado durante su tratamiento. Aunque la vivienda no cuenta ni con los servicios básicos, aquí se instalaron Lilia, su esposo, quien perdió una pierna a los 18 años, y su hija, de 22, quien tuvo que dejar el bachillerato para cuidar a su mamá.
Por la condición de su esposo, cuenta Lilia, nadie le ofrece un trabajo, por lo que se sostienen con el dinero que las autoridades municipales les pagan por cuidar el predio donde viven; el equivalente a un salario mínimo.
A pesar de ello, los tres se impusieron una misión: salvar la vida de Lilia, por lo que su esposo siembre milpa en una pequeña parcela del terreno y ella se dedica a bordar servilletas multicolores.
“Es una enfermedad cruel, difícil, que requiere de mucha fuerza de voluntad y apoyo de la familia”, dice la mujer, mientras observa como su esposo labra la tierra del terreno que vigilan.
Lilia tuvo suerte porque no sólo fue apoyada por su familia, también Corazón Rosa le tendió la mano. Esta asociación civil se dedica a brindar tratamientos y mastografías a un número incontable de mujeres, quienes también reciben tratamiento psicológico.
Lilia llegó a Corazón Rosa a través de uno de sus conocidos que la contactó con Sixto García Castañón, el presidente de la asociación. Sixto cuenta que el proyecto nació hace seis años a iniciativa de María Eugenia Aguilar Arango, quien fue esposa de Sixto y falleció víctima del cáncer de mama. Por iniciativa de Corazón Rosa, Lilia obtuvo atención médica en el Centro Oncológico ubicado en la Colonia Estrella de la capital oaxaqueña. Tras entregar los análisis, el diagnóstico fue demoledor: cáncer de mama en la etapa III.
La enfermedad se había instalado sin dificultad en el cuerpo de Lilia, la detección tardía ocasionó que el cáncer avanzara al grado que fue necesario extirparle el seno izquierdo. Antes, tuvo que recibir ocho sesiones de quimioterapia. “Quedé blanca, sin cabello, sin cejas, como un papel”, explica.
El 12 de octubre de 2016 fue intervenida para retirarle 16 ganglios cancerosos, luego recibió 25 radioterapias. Desde entonces, ha pasado poco más de un año y aunque ya se recupera, los chequeos aún son constantes para evitar que la enfermedad regrese. A nivel mundial, este mes fue decretado como de Sensibilización del Cáncer de Mama, con el fin de crear conciencia y fomentar la cultura de prevención en las mujeres.
Tratamientos para algunos. En la entidad, el Centro Oncológico, el Hospital Civil y el Hospital de Especialidades atienden casos de este tipo de cáncer. Las mujeres con seguridad social reciben el tratamiento de forma gratuita; sin embargo, aquellas que no cuentan con ello, necesitan invertir entre 75 mil y 150 mil pesos para combatir la enfermedad si se detecta en una etapa temprana.
Si se detecta en un estado tardío, el costo puede ser de millones de pesos, de acuerdo al Instituto Nacional de Cancerología.
En el caso de Lilia, el tratamiento fue costeado por la fundación, pero no todas laqs mujeres cuentan con la misma suerte. “He visto a compañeras y vecinas que por desinformación, por pobreza, no lo han logrado. Cuestiones religiosas y creencias le han quitado la vida a mujeres que han llegado tarde al hospital”, lamenta Lilia.
El presidente de Corazón Rosa explica que en Oaxaca, además de centros suficientes que brinden atención, también faltan albergues y lugares donde las personas que viajan para librar tratamientos puedan hospedarse.
Para evitar que el cáncer sea detectado en estadíos tardíos, dice Sixto, deben identificarse los factores de riesgo que pueden ir desde la alimentación, la falta de ejercicio y el factor genético —el que más riesgo conlleva—; no obstante, indica que el factor de riesgo principal es ser mujer. Sixto García destacó que la autoexploración es la medida más importante, también realizarse mastografías periódicas para revisar el estado de los senos y si hay alguna irregularidad.
Han pasado dos años desde que a Lilia se le atravesó el cáncer y sigue en la lucha. En su nieta y su esposo, dice, encontró fuerzas para continuar asistiendo a los tratamientos largos, dolorosos y agotadores, relata, al tiempo que muestra las quemaduras de las radioterapias que aún son perceptibles en algunos espacios de su cuerpo. “Lo más difícil es sobrevivir”, afirma.
Poco a poco ha ido recuperando la movilidad de su brazo y dedos, asiste a terapia y gracias a ello ha podido volver a bordar servilletas en uno de los sillones que le regalaron. “Quiero ver que mi nieta cumpla 15 años, que mi hija estudie, no quiero que esta enfermedad me gane”, finaliza.