Explica que en los aeropuertos, por ejemplo, suelen contratar un cetrero para ahuyentar a las aves de los aviones, pues una paloma o un ave migratoria dentro de una turbina puede ser catastrófica, por lo que se busca que el ave adiestrada vuele en una zona para dispersar a otras aves, sobre todo en temporadas de migración donde más población se presenta en los aeropuertos.
Actualmente emplea el aguililla en el control biológico, es decir, trabaja para una empresa procesadora de alimentos y utiliza a “Miclo”, como le llama a su Harris, para ahuyentar animales que representan una plaga; principalmente las palomas.
“Lo que hace el ave es hacer un vuelo de marcaje. Normalmente cazan presas de pelo y de pluma, como liebres, conejos”, explica Federico.
El aguililla también tiene un cascabel en una pata, por si pica y atrapa un animal en la maleza, el cetrero puede encontrarlo con el sonido.
Federico menciona que para que un ave empiece a trabajar necesita iniciar cuatro meses después de nacida. El adiestramiento consiste en reflejos condicionados, es decir, que el ave haga lo que tú quieres a cambio de premios. Siempre un refuerzo positivo.
Explica que el ave caza por necesidad, entonces su principal motivación es “mataste, aliméntate”. En el entrenamiento, el animal va registrando repeticiones y sabe que tiene que regresar al puño porque desde pequeños se alimenta desde ahí.
“Se acostumbra a tu presencia, que sepa que no eres un enemigo, que te tolere. Que sepa que tiene alimento en el guante. Te ganas la confianza del animal”, añade.
El cetrero expone que se pueden hacer entrenamientos con vuelos cortos, donde se les ofrece una picada de carne y que brinque al guante. Una y otra vez. “El animal lo registra en el cerebro”, afirma.
En este mediodía templado, Federico quita la caperuza de su Harris y saca de su bolsa el pescuezo de una paloma. Da a comer al aguililla; “mira, sí tiene hambre”, dice. Luego lanza al ave, la cual vuela y se para en la copa de un árbol cercano. Federico extiende su brazo y el animal regresa al guante.
El veterinario comenta que con los animales se trabaja con un grado de su hambre, donde no sea tan duro para que no esté débil, pero tampoco tan minúsculo como para que no respondan. Después emplea una frase como de propaganda política: “si no tiene hambre para qué necesita regresar contigo”.
Después de mostrar el vuelo del aguililla en el terreno, en algún momento Federico avisa que es suficiente. El aguililla ya había comido varias veces en el guante y en un instante comenzó a volar más lejos y más alto. “Creo que ahí la dejamos”, afirma después de que el animal regresa al guante. “Si ya no tiene hambre ya no te necesita”.
El joven cetrero platica que en una ocasión el ave no regresó a su guante y tuvo que irse y volver al siguiente día. El animal seguía en la zona y fue hasta que tuvo hambre y mostró el guante que el aguililla volvió.
“A veces está el error de los cetreros de tenerlos muy castigados, bajos de pesos, se distrae, no te responde. A veces está demasiado débil”, refiere al terminar la práctica de “Miclo” y mientras le pone la caperuza para calmarlo.