No obstante, advierte que esta ley no deberá ser solamente declarativa, como lo es la actual ley federal, sino que deberá “tener dientes”, es decir, que implique la orden de construir el inventario del patrimonio biocultural inmaterial de los pueblos indígenas y afromexicano, así como establecer el juicio de protección al patrimonio cultural inmaterial.
El 17 de enero de 2022 entró en vigencia la Ley Federal de Protección del Patrimonio Cultural de los Pueblos y Comunidades Indígenas y Afromexicanas, a fin de reconocer y garantizar la protección, desarrollo del patrimonio cultural y la propiedad intelectual colectiva de estos pueblos y comunidades.
La ley local que se promulgue con este mismo objetivo en Oaxaca, a diferencia de la ley federal, explica Carlos Morales, deberá establecer la creación del inventario para que todos los pueblos y comunidades inscriban continuamente sus creaciones y saberes.
Esto para que marcas y diseñadores “sepan que los bordados e iconografías tienen dueños colectivos, que no son susceptibles de apropiación”.
Pero también sostiene que deberá ser biocultural, para proteger plantas y animales sagrados, así como los saberes, medicina y gastronomía, porque señala que hace años robaron a los mayas el kuuxum (penicilina) y a los arhuacos (en Colombia) el barbasco (tubérculo).
De la misma manera, señala que la ley que surja en el estado contemple el juicio de protección para que sean las propias comunidades las que acudan ante la Sala de Justicia Indígena a defenderse contra la voracidad de los depredadores culturales. “Es hora de llevar ante los tribunales a quienes se enriquecen con nuestra cultura”, dice.
“Los huipiles y la indumentaria indígena no son simples prendas de vestir desde la perspectiva occidentalizada”, dice, pues “la ropa occidentalizada está creada con fines estrictamente comerciales. Hay una industria de la vanidad que se aprovecha de la necesidad de aceptación de los seres humanos.
Carlos Morales recalca que las aves, coyotes, tortugas, flores, hojas y símbolos dibujados en el telar o con la aguja, así como los hilos de colores, no sólo tienen fines estéticos, sino un propósito que consiste en relatar historias, testimoniar sueños y construir mundos alternativos sobre la tela.
“Los textiles son los códices que el invasor no pudo destruir. Cada vez que usamos nuestras prendas indígenas o nos curamos con nuestra medicina tradicional o hablamos nuestra lengua o exigimos que en los procesos judiciales se tome en cuenta nuestra especificidad cultural estamos haciendo un acto de resistencia. No es moda, es un movimiento contrahegemónico”, insiste.
Esa es la razón, afirma, de que los plagios de textiles tradicionales han ocasionado tanta indignación contra las empresas de la llamada “moda étnica”, pues pretenden lucrar con las prendas indígenas.
“Se autollaman diseñadores, pero sólo son plagiadores de las ideas de los artesanos. Recortadores de la iconografía que adhieren a telas descontextualizando la ancestralidad”, acusa.
“Nos quitaron los territorios, concesionaron nuestro subsuelo, vendieron nuestro aire, nos relegaron a los territorios más inhóspitos, nos negaron los servicios de salud, nos excluyeron del sistema educativo, pero cuando vieron que nuestra indumentaria podría generar dinero ahora también pretenden apropiarse de ello”.