“¿Dónde y a qué horas desayunaban? Camino a la montaña, mis compañeros y yo, cada brigada se compone de 10 combatientes, buscábamos un sitio adecuado para desayuna y después a seguir caminando hasta llegar al sitio del incendio y a trabajar sin descanso. ¿Y para comer? Para comer había que esperar unas siete u ocho horas después, ya en la noche.
Allá arriba en la montaña es peligroso, arriesgado, hay zonas escarpadas, puras piedras filosas, a veces nos apoyábamos con otro compañero que sostenía uno de los extremos del rastrillo para subir, a veces creíamos que se había sofocado el fuego entre la hojarasca y de pronto, aparecía de manera traicionera, detrás de nosotros”, narra.
“Llevo tres años como combatiente de los incendios forestales, tengo cursos de capacitación como todos ms compañeros, he ido como brigadista de Conafor y como comunero voluntario y cada que acudo al llamado de las autoridades, me entristece ver la selva ardiendo por fuegos provocados a involuntarios, pero es triste ver cómo mueren los bosques, comenta.
¿Sabe qué otro momento me causa un intenso dolor en el corazón? Los animalitos muertos, calcinados, alcanzados por las llamas, sin oportunidad de volar o de correr. En este incendio de un mes, allá arriba quedaron loros, tucanes, gallina y guajolotes de monte, venados, tapires y jaguares e incluso, vacas que fueron alcanzadas por el fuego en sus potreros.
Todo eso duele y entristece, pero también nos llena de gusto cuando liquidamos un incendio, cuando sabemos que no se reactivará, porque con nuestro esfuerzo y sacrificio, salvamos una parte de la selva”.
“Hoy, en el Día Internacional del Combatiente contra los Incendios Forestales, mis compañeros vamos hacer una pequeña comida a la salud de la vida, nuestra y de la selva”, dice.
Williams Jiménez Miguel confiesa que cuando termina la temporada de incendios forestales, atiende sus cultivos de maíz y frijoles, una parte para vender y otra para el autoconsumo y cuida además de sus vacas, pero también, como ingeniero en informática repara computadoras y teléfonos móviles.
“Entre toda las faenas, me doy tiempo para asesor a los estudiantes del bachillerato y les oriento para que ayuden a la comunidad, que no emigren a las ciudades para que Benito Juárez crezca con sabiduría”.