El 25 de noviembre de 2006 fue un día normal para el maestro Felipe Sánchez Rodríguez. Empezó sus labores mientras escuchaba las noticias en la estación Radio Hit, en donde informaron de una marcha pacífica de la llamada Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO) que conformaron organizaciones de la sociedad civil en respaldo a la Sección 22 del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE).
La convocatoria a la movilización señalaba que iniciaría a las 11:00 horas de la mañana en la casa de gobierno ubicada en Santa María Coyotepec, un municipio que forma parte de la zona metropolitana de la capital del estado. Felipe Sánchez decidió asistir a la marcha, pero antes debía llevar su ropa a la lavandería, depositar dinero que había sido donado para continuar con su trabajo.
No pasó en ese momento, que iba a ser detenido por hombres vestidos de civil, torturado y posteriormente encarcelado en el penal de Tanivet ubicado en Tlacolula de Matamoros, y después, trasladado al Cefereso número 4 de Tepic, Nayarit.
En ese momento era una de las etapas finales del movimiento magisterial de la Sección 22 del SNTE y la formación de la APPO. Ese 25 de noviembre, hace 19 años, fue el último acto de represión violenta por fuerzas federales y estatales contra quienes apoyaron y simpatizaron con la lucha social que se había levantado en Oaxaca, durante el gobierno del priísta Ulises Ruiz Ortiz.
Felipe Sánchez tenía entonces 44 años de edad, puericultor de profesión titulado en la ciudad de Munich, Alemania, en junio de 1991, y fundador de un proyecto educativo ubicado en la colonia Lomas de San Jacinto de la ciudad de Oaxaca denominado Centro de Apoyo para la Educación y la Creatividad Calpulli.
Después de llevar la ropa a la lavandería, se dirigió a una de las sucursales del banco Banamex en el Centro Histórico de la capital, pero como se encontraban cerradas, se dirigió hacia la sucursal de Periférico para realizar su depósito. Luego, abordó un taxi para unirse a la marcha.
“Decidí integrarme atrás del contingente de mujeres y así desde ese lugar y hasta el crucero de Símbolos Patrios esquina con Periférico, marché detrás de ellas, en forma silenciosa, ya que las consignas que ellas coreaban no las conocía. Al comenzar el Periférico la secuencia que traía la marcha se descompuso por lo angosto de la calle de Fiallo que va hacia el centro de la ciudad, por tal motivo se revolvió el contingente a la altura de donde yo iba”.
El maestro recuerda que al llegar a la esquina de Fiallo y Arteaga encontró a Edgar Alejandro Molina Cuevas a quien ya tenía algún tiempo que no veía. Edgar se integró al contingente y platicando caminaron hasta el final de la marcha, en el jardín Labastida.
Alrededor de las 16:30 cuando Edgar Alejandro y él se dirigieron al mercado 20 de Noviembre para comer; una hora después, caminaron a la casa de Edgar que se ubica en la calle de Xicoténcatl, en el centro de la capital.
“Ahí permanecimos por espacio de media hora conversando con los integrantes de su familia. Después de tomarme un ponche salimos, Alejandro y yo, con rumbo a la terminal de autobuses de primera clase ADO, con el objetivo de comprar un boleto con destino a Cintalapa, Chiapas, a donde tendría que asistir a una reunión de una red, la cual se denomina Grupo de Trabajo sobre la Infancia, Educación y Educación Indígena”.
Al salir de la casa de su amigo y al pasar por la calle de Pino Suárez y por el parque El Llano, atrás de la iglesia de Guadalupe, fueron interceptados por un grupo de hombres vestidos de civil quienes iban a bordo de una camioneta blanca sin placas, de la cual se bajaron varios de los tripulantes, y uno de ellos sacó una pistola, cortó cartucho y lo golpeó en la cien con el cañón del arma. Lo agarraron del cabello, lo golpearon en diferentes partes del cuerpo y lo subieron por la fuerza a la batea de la camioneta.
“No supe a dónde nos condujeron, ya que teníamos que ir acostados y nuestros captores iban sentados sobre nosotros, nos iban pisando las extremidades. A mí me pisaron los dedos de la mano y por el dolor me iba quejando, a lo cual me ordenaron que no me moviera y que dejara de hacer ruido. Después de circular por las calles de la ciudad, el vehículo llegó a un lugar a oscuras. Se me bajó de la camioneta obligándome a mantener la cabeza agachada y no levantar la mirada para nada.
“Como tenía el pelo largo (hasta media espalda) me agarraron del cabello y la ropa, y fui conducido a través de los vehículos que se encontraban estacionados en el patio. Con las manos me cubrí la cabeza lo cual me protegió en repetidas ocasiones para no lastimarme, ya que intencionalmente trataban de que chocara contra los vehículos estacionados. Al llegar a un cuarto me soltaron y me ordenaron mantener los ojos cerrados y despojarme de mis pertenencias personales como son: la cartera, el cinturón y las agujetas”.
Felipe Sánchez narra que le quitaron sus lentes, las llaves de su domicilio, 790 pesos que llevaba consigo en su cartera; revisaron su morral, en el que encontraron una revista de análisis, copias de un libro, un periódico y su agenda.
Después lo desnudaron, a excepción de la trusa, y empezaron a interrogarlo sobre sus datos personales, nombre, dirección, lugar de origen, lugar de trabajo, pero sobre todo pusieron especial énfasis en saber si conocía a algún “pez gordo” de la APPO.
“Acto seguido, me vendaron los ojos con cinta masking y volvieron a repetir las preguntas sobre mis datos personales un par de veces más. Nuevamente me volvieron a preguntar si conocía a dirigentes de la APPO, pero en esta ocasión me aplicaron toques en la nariz lo que sentí insoportable. Grité, lloré y les pedí que ya no lo hicieran. Vehemente les dije que no conocía a ningún dirigente de la APPO y que ninguno de ellos era mi jefe, como ellos lo afirmaban”.
En una ocasión, recuerda, abrió sus ojos llorosos y vio frente a él a una persona un poco más alta que él y de ojos rasgados.
“Fue todo lo que pude ver de él ya que tenía el rostro cubierto con un pasamontañas. Cuando se cercioran que no sabía nada de importancia para ellos me ordenaron, así en calzoncillos como estaba, acostarme boca abajo sobre el piso de cemento. En esa posición me amarraron las manos hacia atrás y con un lazo delgado me amarraron los dedos pulgares amenazándome que me los iban a cortar. En ese momento creí que sí lo iban a hacer y les supliqué que no lo hicieran”.
Finalmente, relata que le ordenaron que se vistiera y cuando estuvo listo, dejaron que se sentara en el suelo recargado en la pared, con las piernas recogidas, los brazos sobre ellas y su cabeza entre las rodillas.
“Se oían pasos que entraban y salían del lugar donde me encontraba y después un silencio. En esa posición estuve un buen rato hasta que el dolor en los glúteos fue insoportable y tuve que moverme. Al hacerlo una voz fuerte me ordenó no hacerlo. En ese momento me di cuenta que no estaba solo, que alguien nos estaba vigilando. Las próximas vece, cuando volví a moverme, recibí golpes en la cabeza, costados y piernas. Sentí un gran alivio cuando me ordenó alguien que cambiara de posición y que me pusiera de rodillas de cara a la pared”.
Pero la tortura no terminaba. Después de un rato en esta posición se volvió nuevamente insoportable y al moverse los golpes se volvían a repetir, para después quedar todo en silencio.
“No sé cuánto tiempo pasó hasta que llegó alguien que me ordenó ponerme de pie y, junto con mi amigo Alejandro, fui sacado del lugar. Nuevamente me condujeron entre vehículos estacionados hasta llegar a una camioneta donde nos subieron a nosotros dos y minutos más tarde a otros detenidos más. Dos custodios iban con nosotros y en sus pláticas comentaban que nos iban a violar.
El viaje no duró mucho tiempo y nuevamente los bajaron de forma apresurada caminando algunos metros en forma agachada hasta que recibieron la orden de detenerse y ponerse de rodillas en el suelo y sin hacer ruido. Por lo que se oía, parecía que estaban a la orilla de una carretera ya que de vez en cuando se escuchaba pasar el motor de un carro. Felipe Sánchez creía que los habían sacado para ejecutarlos.
“Me imaginaba que en cualquier momento escucharía un disparo e imaginaba ver cómo uno de los cuerpos de nosotros dos caía pesadamente sobre el piso y, enseguida, el otro, lo que por ratos me causaba un miedo espantoso.
“Así, hincados como estábamos, nos preguntaron nuestros nombres lo cual me alegró al escuchar que se encontraban más personas con nosotros y sentí un gran alivio cuando tuve que decir mi nombre, el cual grité para que escucharan los demás para que en caso de que me quisieran desaparecer alguien supiera que había sido apresado”.
Con violencia, los subieron nuevamente a la batea de la camioneta y para entonces ya eran un número más grande de personas detenidas, los cuerpos se hacinaban los unos sobre los otros.
“Nuevamente, algunas personas nos fueron cuestionando, pero en esta ocasión uno de ellos me puso una bota sobre la cara, pisoteándome la oreja y mejilla derecha. El dolor era intenso y si trataba de moverme me apretaba más con la bota. En esa posición me transportaron durante alrededor de una hora hasta llegar a donde más tarde sabría que era el reclusorio Tanivet en Tlacolula, Oaxaca.
Cuando por fin llegaron al penal, Felipe Sánchez señala que había perdido un tenis, y los obligaron a ponerse de rodillas y en esa posición avanzar algunos metros.
“Después, conforme fueron mencionando nuestros nombres nos pusimos de pie y nos formaron. Yo todavía me encontraba con los ojos vendados. Cuando tocó mi turno empecé a avanzar y de repente sentí que una mano me arrancaba la venda de los ojos. Lo primero que vi fueron los reflectores y una fila de personas con uniforme azul. A empujones, golpes, burlas y amenazas, avancé entre ellos para que al final de la valla fuera agarrado de los brazos, los cuales tenía amarrados hacia atrás y fui conducido al interior de este penal”.
Felipe Sánchez fue detenido, torturado y encarcelado junto con otras 141 personas más, quienes fueron trasladados al Cefereso número 4 de Tepic Nayarit.