La Ixhuateca, una marisquería en la Cuenca de Oaxaca que sirve como refugio contra la violencia doméstica

A orillas del río Valle Nacional, Ignacia y Norma ofrecen alimentos del mar con recetas originarias y generosas, pero también se han convertido en un espacio seguro que emplea a madres solteras y mujeres dispuestas a no ser víctimas de hombres violentos

La Ixhuateca, una marisquería en la Cuenca de Oaxaca que sirve como refugio contra la violencia doméstica
La Ixhuateca, una marisquería en la Cuenca de Oaxaca que sirve como refugio contra la violencia doméstica. Fotos: Edwin Hernández
Sociedad 07/04/2023 09:39 Antonio Mundaca Actualizada 09:40

Valle Nacional.— Comer animales del mar a la orilla del río de Valle Nacional se acerca a la experiencia de tener una fuente inagotable de vida, que surge del pequeño restaurante de Ignacia Cabrera Francisco, quien te revela que a la comida de las grandes ciudades les falta el calor del fuego original, para que los alimentos no tengan el sabor de las cosas que consumes muertas.  

Detrás de la receta secreta de mariscos con sal espesa y ajo bramante, hay una mujer que hace 28 años tuvo un sueño sencillo, cuando llegó a la Cuenca del Papaloapan, proveniente del Istmo de Tehuantepec, para ser maestra en los pueblos de Cerro Armadillo Chico y Santa Fe. 

Al jubilarse, Ignacia se dedicó entonces a su otro sueño: el de cocinar y vender pescado de puerta en puerta, de rancho en rancho, hasta que abrió una marisquería que se convirtió no sólo en su negocio, sino también en una casa de defensa comunitaria que da trabajo a madres solteras. Un espacio que es refugio para mujeres que han sufrido abandono y diversos tipos de violencia doméstica.

Hay varios requisitos para trabajar con Ignacia Cabrera en la marisquería La Ixhuateca, el primero es que sus trabajadoras amen la cocina, otro es que den el servicio más justo a sus clientes, en la manera en que ella entiende la justicia culinaria: con excesos, mucha carne, mucho asado, muchos ostiones, mucha salsa. Es una mujer generosa.  

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También pide que sean mujeres que peleen por vivir, que no sean “corderos débiles sometiéndose en las brasas”, porque su cocina necesita mujeres de manos delicadas, pero lo suficientemente fuertes para envolver pescados grandes y, si la situación lo amerita, enfrentarse a hombres violentos. 

Ignacia se ha convertido en una precursora en esta zona,  emergiendo del monte con una especie de amor al prójimo dedicado a mujeres, en un municipio catalogado como foco rojo por sus agresiones contra grupos vulnerables.

Esta iba a ser una crónica sobre la cocina cuenqueña, pero la vida de Ignacia y su lucha es algo más que una carne movediza tirada al fuego entre pimientos. 

Ella es como una mujer lumbre saliendo del mar. Debe ser porque nunca ha dejado de ser una pescadora que nació en San Francisco Ixhuatán, lugar desde donde sigue trayendo los camarones secos a los cuenqueños. 

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Estudió en la Normal de Ixtepec y se pagó sus estudios trabajando en las noches y los fines de semana: con 12 hermanos fue difícil sobrevivir. Casi todos decidieron ser maestros, algunos de ellos también vivieron en Valle Nacional, otros se casaron con tuxtepecanas y tras jubilarse, decidieron dedicarse a la siembra del mango, pero ella no quiso irse del pueblo.

“No me fui por el negocio del marisco”, dice en un primer momento. Una cerveza después, confiesa que extraña el mar. Ha hecho una casa con esfuerzos que comparte con otras mujeres que han necesitado ayuda cuando huían del maltrato. Ignacia prefiere la sombra calurosa de la selva, en el Papaloapan no la matan los zancudos, no hay aire caliente marino ni cabello en el polvo. 

Se quedó porque un dermatólogo le dijo que en el Istmo de Tehuantepec iba a estar llena de granos; se quedó por amor posiblemente, aunque esto no lo cuenta, pero lo revela entre guiños, distraída, nerviosa. 

Ignacia Cabrera es una matriarca de piel morena, de palabra fácil. Lleva ocho años viviendo y trabajando con Norma Miguel Lozano, con quien vendía pescado en una camioneta. En el camino se fueron dando cuenta de los sufrimientos de las mujeres, la falta de trabajo, los hogares abandonados por la migración, de pequeñas sin padre que sufrían violencia en el noviazgo. Norma dice que le dan trabajo a mujeres violentadas, porque ella padeció lo mismo. 

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“Yo vengo de ahí, porque me fue mal con mi pareja, entonces Ignacia me dijo que trabajáramos juntas, le dio clases a una de mis hijas en Armadillo, llevamos ocho años luchando juntas por la marisquería, por un refugio digno para mujeres que quieran trabajar”, sostiene Norma con los ojos orgullosos.

La hija mayor de Norma estudia idiomas en la ciudad de Oaxaca. La venta del pescado paga sus estudios. Cuando ambas empezaron su proyecto de vida, la niña tenía ocho años.

Esta iba a ser una crónica sobre la cocina cuenqueña. Pero se habría quedado corta, en una decisión indolente, quitar la mirada de dos mujeres que viven libres y dignas donde principia la Sierra Juárez de Oaxaca. Hubiera sido dejar de lado la historia de Ignacia, Norma, Diana y Chabelita, dos de sus empleadas rescatadas por el trabajo. 

Nombrarlas es sacarlas un poco del secreto, ir más allá de cenar, probar, deducir, sin pasar de largo frente a ellas: dos mujeres que ayudan a muchas otras mujeres, mientras siguen yendo a pescar.

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