Más Información

En el embarcadero de San Pedro, Tomás López, uno de los nietos de don Porfirio espera mientras el sol cenizo y ardiente cae en picada. Las aguas de la presa Temasacal, cuyo nombre oficial es “Miguel Alemán” están tranquilas. Mientras la lancha avanza, a lo lejos hay montañas que parecen flotar sobre el estero. El agua está fresca al tacto, pero el líquido por momentos se torna denso cerca de los criaderos de peces que se multiplican con edificaciones metálicas en el paisaje costero.
Tomás tiene 20 años y desde niño se dedica al transporte por las aguas de las islas. Cree que nuestra ruta es un viaje turístico, y quiere mostrarnos el paraíso. La pequeña embarcación se adentra en el agua con un motor que se siente ligero. Desde adentro puede verse en las orillas terraplenes con embarcaciones viejas ancladas y cestas industriales para criar artificialmente mojarras tilapias.
¿Sabes por qué hay zonas donde el agua se ve tan turbia?, se le pregunta.
-Son los criaderos, los desechos de los peces no tienen a dónde ir y se asientan, cuando yo estaba chamaco era un agua clarita, -dice Tomás, quien forma parte de un grupo de 30 lancheros mazatecos que ofrecen viajes en lancha, como antes lo hicieron su padre y su abuelo.
La colonia Cuauhtémoc se ubica a tres kilómetros por la costa de la represa. La llaman colonia, pero son casas amontonadas en un peñasco sin agua corriente. Aunque tienen vista a la presa, parecen torres vigías desde donde puede verse cuando entran y salen los extraños. El pequeño asentamiento tiene escaleras para subir a lo alto del cerro. Desde ahí lo que se ve son embarcaciones: con animales, con cruces religiosas o con electrodomésticos.

“Mi papá sembraba ajonjolí, trabajábamos el campo, pero la inundación se llevó todo y todos se fueron de aquí. Se fueron donde pudieron, antes había naranjas, cocos, pescábamos langostinos grandotes, de todo, ahora ni agua para tomar tenemos”, cuenta Porfirio mientras agacha la mirada.

Según cifras oficiales de la plataforma Data México, que contiene datos del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) Ixcatlán es una comunidad que si algo sabe es de carencias. Registra una alta carencia de acceso a los servicios básicos en la vivienda; al acceso a la seguridad social y a la calidad y espacios de la vivienda.
Los datos del Inegi también lo confirman. Según las cifras, 30.1% de las viviendas de este municipio mazateco tiene pisos de tierra y sólo cuenta con 2 mil 860 casas habitadas, lo que representa apenas el 0.3 % del total de todo el estado de Oaxaca. El 24% de la población sobrevive con agua entubada y sólo 35.1 % cuenta con drenaje ubicados principalmente en la cabecera municipal, además de que únicamente 12.9 % tienen acceso a una cisterna para almacenar agua potable.
Pero todos estos indicadores se quedan cortos para quienes como don Porfirio y su familia se encuentran rodeados de agua, del otro lado del paraíso.

“El límite de los pueblos es donde estaban los panteones y las iglesias que inundó el gonierno”, cuenta Manuel López, hijo de Porfirio y papá de Tomás. Él cree que la publicidad sobre Mil Islas es un engaño necesario. De no ser por los turistas que llegan tal vez no tendrían nada. El problema es que eso sólo ocurre una vez al año, en Semana Santa. El resto de los meses deben vérselas como puedan y es ahí donde el negocio de la pesca industrial ha ido acabando con la salud de las comunidades.
“Hace nueve años salió un proyecto de lanchas, nos dijeron que nos iban a hacer lancheros como los de Tlacotalpan, pero no llegó. Hace siete años dijeron que iban a meter maquinaria para desazolvar el agua, pero también nos mintieron”. Manuel tiene 46 años y desde hace cinco, dejó el trabajo de campesino y lanchero para dedicarse a la pesca, pero también de ese negocio está desilusionado.

“En lo que va del año invertimos para recolectar 30 toneladas de peces, pero sólo pudimos vender dos. El gobierno nos dona a veces crías de alevines y se desatiende, dice que con eso ya nos apoyó, pero de mil crías no se saca ni media tonelada porque el agua de la presa se calienta y mata los peces”.
Manuel cuenta que los gobiernos estatal y federal insisten en decir que el agua de Mil Islas y de los embalses de la presa no está contaminada, pero está convencido que sólo lo hacen para que no muera el poco turismo. “Siempre nos han mentido, mintieron cuando nos inundaron, mienten con los proyectos, mienten diciendo que somos un paraíso para que la gente voltee hacia otro lado”.
El calor ronda los 40 grados a la sombra en San Pedro Ixcatlán, a 547 kilómetros de la ciudad de Oaxaca y en medio de algo parecido a un océano que se calienta forzadamente. En al muelle hay letreros que anuncian pescaderías al lado de consignas ejidales que exigen justicia para indígenas reubicados por la inundación en páramos veracruzanos.
Al volver a tierra firme hay letreros que mandan a Cerro Quemado, para tener una vista panorámica de Mil Islas en cuyo lecho yacen los restos de los pueblos inundados. “Lo que más le dolió a nuestra gente es que nos dejaron sin un lugar donde enterrar a nuestros muertos”, resuenan las palabras de don Porfirio.