
“Convertimos la vestimenta tradicional en vestidos y blusas, con hilo de algodón y distintos tipos de telas y así hemos variado. El proyecto de innovación tiene cerca de seis años, cuando junto con mi esposa, la maestra Natividad y yo tomamos la decisión de renovar, de estilizar un poco los bordados de nuestro pueblo, sin dejar de lado nuestra cosmovisión”, explica Jerónimo González López, otro de los integrantes del emprendimiento.
Natividad aprendió a bordar a los ocho años, porque su madre no tenía dinero para comprarle ropa, así que tuvo que comenzar a elaborarla ella misma. “Veía que mi mamá bordaba, entonces agarré un pedazo de tela y empecé a bordar, mi mamá hizo una blusita y le pegó el bordado… Me gustó y así empecé, también sé hacer telar de cintura, pero ya no me da tiempo”, añade.
“No fui a ninguna escuela, ni a ningún curso, ni nada. Sólo pienso en combinar los colores y cuando ya los termino se ven bonitos, y con eso nada más. Cuando empecé con mi esposo no tenía dinero para pagar un curso o algo”, cuenta Natividad mientras sonríe y recuerda que el primer día que, junto con su esposo, fueron a la ciudad de Oaxaca a vender sus prendas, en particular vestidos, los anduvieron ofreciendo a las tiendas, después a algunas dependencias de gobierno. "Ese mismo día se agotó todo, luego comenzaron los pedidos”, detalla.

Ha sido así como poco poco a poco los bordados de Tijaltepec, caracterizados por su colorido y tonos fosforescentes y por la variedad de animales que representan, han lucido lo mismo en fiestas locales que en desfiles nacionales e internacionales, pues derivado de su aceptación, marcas de lujo los han incluido en sus prendas.
Resultado de ello estos textiles viven un “boom” en la comunidad con el surgimiento de más negocios dedicados a elaborar dichos bordados, pero son pocos los emprendimientos locales que se mantienen, como Kintex, la marca de Natividad y su familia, quienes tienen que competir con intermediarios, casas de diseño reconocidas y marcas internacionales.
En consecuencia, uno de los vestidos que ofrece Natividad por entre 3 mil 500 pesos y 5 mil pesos, en algunas de las tiendas de la ciudad de Oaxaca llega a costar más de 11 mil, dependiendo de los diseños.
María de Jesús González, una de las mujeres más jóvenes que se dedica a la elaboración de textiles, explica que debido a la distancia y al no hablar español, muchas artesanas de Tijaltepec son engañadas en la compra de sus bordados, mismos que les pagan a bajo precio. “Yo creo deberían de pagar lo justo a mis compañeras, tías y vecinas, pues es un trabajo que nos lleva mucho tiempo”, expresa.

Entre las marcas internacionales que se han apropiado de las iconografías representativas de San Pablo Tijaltepec destaca Dior, en su Colección “Crucero 2024”, que además no trabaja directamente con las artesanos, sino que lo hace a través de la casa de diseño Rocinante, que no pertenece a la comunidad, y de la que se desconocen los convenios que tiene con las artesanas.
Esto pese a que en México existe la Ley Federal de Protección de Patrimonio Cultural de los Pueblos y Comunidades Indígenas y Afromexicanas, que establece que para la comercialización con personas externas debe de existir “un contrato de autorización con acuerdo de voluntades entre el pueblo propietario del patrimonio cultural y el tercero, para su uso, aprovechamiento o comercialización, mediante una distribución justa y equitativa de beneficios”.
Sin embargo, tanto las autoridades municipales y como las artesanas desconocen el contenido de esta ley que entró en vigor en enero de 2022, ignoran la protección de les brinda.

Los bordados se elaboran a partir de una técnica llamada pepenado fruncido, que consiste en “sacar un hilito, después hacer unas rayas llamadas en Tijaltepec pitiyi y bordar la figura”, explican las artesanas, quienes han heredado este conocimiento por generaciones. A María de Jesús González, por ejemplo, le enseñó su abuela y su madre a bordar a los 12 años.
Para las artesanas de Tijaltepec no todo ha sido justo, pese a la visibilización de sus bordados, pues otra cara del “boom” de sus coloridos iconografías es que existen intermediarios que pagan por debajo de los costos a las artesanas, principalmente a las personas mayores que no entienden bien español o que no saben leer ni escribir.
“Han venido varias personas a comprar los bordados, algunos sólo engañan a las abuelitas, más a ellas porque no saben leer ni escribir, tampoco hablan el español. Ya a nosotras las jóvenes ya no nos dejamos como antes”, expone una de las artesanas.

“Sabemos que existe una ley de protección a las artesanas, pero hasta el momento no se ha podido dar a conocer acerca de la ley, en las asambleas. Algunas artesanas conocen la ley por sus grupos de trabajo, pero es uno de los temas que tenemos pendiente a tratar”, indica el edil.
Al respecto, Jesús Emilio de Leo, titular del IFPA, señala que dicha ley tiene como fin garantizar y reconocer el derecho de propiedad de los pueblos y comunidades indígenas, pero que “es un nuevo paradigma para la legislación mexicana”, debido a que aún no existe una guía que garantice su implementación, además de si le compete a lo penal o a lo administrativo.
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Y agrega que todo ello debe de quedar plasmado en un documento, un convenio de colaboración para que así también que les retribuyan las comunidades, no solamente el dinero, también un esquema de capacitaciones en tema de comercialización. Nada de eso ha ocurrido con los bordados de Tijaltepec.
Sobre la apropiación cultural, De Leo Blanco expresa que pese a lo nocivo de esta práctica aún hay vacíos en la cuestión legal y reconoce que faltan varios años para tener un andamiaje jurídico eficiente y eficaz que permita presentar las denuncias por apropiación y hasta el momento la opción que queda es cuestionar cómo resolver dichas denuncias a partir de la conciliación, pues ni si quiera existe claridad sobre qué instancia debe atender dichos casos.

“En las prácticas artesanales hay que citar quiénes son las autoras o los autores, pero también hay que contribuir en el registro de marcas o declaratorias de Patrimonio Cultural, de lo contrario estamos indefensos jurídicamente. Lo único que nos quedaría por hacer es lo que generalmente se hace: un reclamo a través de las redes sociales de que se reconozca a las autoras y a los autores que realizan esos textiles, sobre todo ante plagios o apropiación”, puntualiza el funcionario.
La legisladora federal también detalla que correspondería al Instituto Nacional de Pueblos Indígenas (INPI) llevar esta información a las distintas localidades y capacitar a los pobladores para que puedan usar dicha ley a su favor, pero lamenta que dicha dependencia carezca de persona y recursos.
“Ojalá les enseñaran y capacitaran para que ellas mismas salgan a vender sus bordados, para que no les regaten mucho su trabajo, pues hay varias intermediarias que no les pagan a las compañeras artesanas, que solo las usan…algunas me han comentado que se llevan sus bordados y no les pagan. Además de que venden caro los bordados sin pagarle su trabajo de forma justa”, denuncia otra de las artesanas de Tijaltepec, quien por seguridad prefiere omitir su nombre.