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Durante varios años, Lorenzo iba y regresaba de Estados Unidos a su pueblo natal; sin embargo, en la última ocasión que intentó cruzar la frontera, la policía migratoria de ese país lo detuvo por nueve meses y lo regresó a territorio mexicano.

“Lo que pasa es que llegó el momento en que dije me voy a casar, voy a ver a mis hijos crecer y ahorita gracias a Dios ya los estoy viendo crecer; veo cómo están trabajando, veo más que nada el cariño de ellos porque ha habido muchas personas que emigran a los Estados Unidos y cuando regresan ya no es el mismo cariño del hijo”.
La abundancia de agua, incluso a ras de tierra, permitía la producción de caña, pero el recurso empezó a escasear y los campesinos abandonaron los cultivos. Los trapiches empezaron a entrar en desuso y el empleo también disminuyó.
En Ciénega, la siembra inicia en enero. Los campesinos seleccionan las cañas que van a sembrar, las cuales “botan” sobre la tierra; a diferencia de otros años, el número de empleados se redujo por la introducción del tractor, que facilita el trabajo y reduce los costos.
En el nudo de la caña está lo que los campesinos conocen como “llemita”, la cual se coloca sobre la tierra; de ahí saldrán los retoños, que pueden ser de cinco a ocho. Cuando alcanza una altura de metro o metro y medio, empiezan a “deshijarlas”; retiran la caña más pequeña para permitir el crecimiento y ensanchamiento de las otras.

“Se le da mantenimiento porque requiere limpias, fertilizante y después vamos y le empezamos a dar la deshijada, es decir, quitar la caña más chica para que las demás se engruesen”.
Para Lorenzo Galván, no sólo se trata de sembrar la caña como una actividad económica, también de recuperar las tradiciones y que vuelva a ser un distintivo de la comunidad, al igual que los trapiches.
“Ahorita, lamentablemente, somos dos productores de caña, pero hago la invitación a la gente para que se dedique a esto y no se pierdan las tradiciones”.
