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En esa mesa, precisa Zósimo Hernández, “vamos a ratificar que los ganaderos de Cal y Mayor, así como los del ejido chiapaneco Canaán, concilien”. Ellos, recuerda el dirigente zoque, tuvieron la oportunidad de conciliar entre 1991 a 1993, pero no sólo desistieron, sino que alentaron a otras comunidades a rechazar la propuesta de los chimalapas, que buscaban pacificar la zona noreste.
Además de los 200 ejidatarios de Cal y Mayor, cuyo desalojo exigen Los Chimalapas, están 150 pobladores de Canaán que se resisten a ser reubicados de tres mil 900 hectáreas que pertenecen a Santa María. “Ambas localidades perdieron su oportunidad de conciliar”, reitera el comisariado Zósimo Hernández
En opinión de Miguel Ángel García Aguirre, del Comité Nacional para la Defensa de Los Chimalapas, el gobierno de Oaxaca debe acompañar a los zoques para que lo más pronto posible inicien los trabajos de brecheo y amojonamiento en la delimitación de la zona noreste, para evitar confrontaciones.
“Las familias de las comunidades chimalapas se han entrelazado con las de los ejidos chiapanecos, unos de acá se han casado con las de allá, y eso ha ayudado a mantener la paz, pero debe hacerse el brecheo, por un lado, y por otro debe plantearse la nulidad”, dice doña María García, activista de San Antonio.
En esta comunidad, adelanta, hay un espíritu de conciliación con todos los ejidos, “y esperamos que si procede la nulidad de ellos, podamos conciliar para que acepten vivir bajo el estatuto comunal de San Miguel Chimalapa y nadie sea desalojado de sus predios. Será un proceso muy duro”, admite.
Desde que las comunidades chimalapas rechazaron con firmeza la pretensión del gobierno de Chiapas de crear en el ejido Rodulfo Figueroa el municipio Belisario Domínguez y luego del fallo de la SCJN, las relaciones entre los pobladores han mejorado, tanto que comparten familias y también necesidades.
“En cuanto a las necesidades, el gobierno de Oaxaca tiene otro reto mayor. Estamos olvidados. No tenemos un buen servicio médico, la educación es deficiente, la vida es precaria y el hambre pega duro entre todas las familias. Ni siquiera contamos con un buen camino. Cada que llueve quedamos incomunicados”, dice doña María.