Visiblemente afectada, Rebeca indica que ante este escenario la comunidad ha decidido protestar, pero piensa que es momento de sentar precedentes para las próximas generaciones y en medio de eso constituirse como organizaciones para realizar acciones estratégicas.
“Si algo hemos aprendido como agrupación es que podemos hacer cosas de manera diferente, porque está de por medio nuestra vida y salud. Nosotras soñamos en que otros mundos son posibles y creemos que la opción es la educación, un centro de estudios que enseñe que lo mínimo que exigimos es contar nuestras historias, escuchar las historias de una comunidad que tiene derecho a ser libre y respetada y evolucionar como sociedad para que deje de existir el desprecio por el ser humano”, enfatiza la activista radicada en Oaxaca.
“En 30 años, díganme, ¿cuántos ministros han sido asesinados en este país en los 32 estado de México? Yo no recuerdo a ninguno, a nadie, Ociel era una persona feliz y tranquila, cómo alguien se va a matar a con su pareja a navajazos y luego se va a suicidar, cómo se van a suicidar una mañana a las 9:00, luego de desayunar y prepararse para irse a trabajar, y menos cuando horas antes en los grupos de WhatsApp platicaban sobre lo bien que habían estado en Oaxaca”, reflexiona.

Rebeca hace silencios profundos mientras cuenta las horas tras enterarse de la muerte de Ociel Baena. Dice que recibió llamadas de su familia y en los grupos fue un teléfono encendido. Pasó de la sorpresa a la consternación por la manera en que las autoridades llevaron el tema y cómo la narrativa que se impuso en casi todos los medios del país fue la del morbo y la criminalización hacía una persona que ella considera compañere de lucha y que horas antes de su asesinato parecía en tranquilidad, porque estaba de viaje en Oaxaca, un estado que ambas consideraban punta de lanza de los derechos de la diversidad sexual a pesar de la discriminación del centro del país.
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A pesar de que Ociel dijo que respetaba la religión, condenó a los “haters” que con ese pretexto lo atacaban, porque le magistrade no tenía duda que se debe defender el derecho a la libertad por encima de cualquier religión.
Sostiene que conocía a Ociel desde el 2012 y muchas veces platicaron lo difícil que era la apertura de los derechos políticos en México y elle lo sabía en carne propia, pues estaba compitiendo para tener la designación directa frente al Senado de su magistratura, porque en los hechos aún era encargade de despacho. “Una magistratura en el poder electoral es de tres personas, Ociel iba a resolver seguramente controversias electorales y con su asesinato se demuestra que cuando creíamos que habíamos avanzado en lo legal y lo electoral, nos damos cuenta que ser visible no garantiza tampoco nada”.
“Una persona no binarie asesinada así, a este nivel, manda un mensaje: es un techo de cristal. Nos dicen: ustedes, la gente trans, sí pueden ser supervisoras, directrices, encargadas, pero a puestos de poder no van a llegar, no pueden llegar a modificar las estructuras de poder político”, reflexiona.
Rebeca es una mujer de 45 años que lleva la más de la mitad de su vida luchando por la igualdad. Ha sido encargada del despacho de la Dirección Ejecutiva de Educación Cívica y de Participación Ciudadana del Instituto Estatal Electoral y de Participación Ciudadana de Oaxaca (IEEPCO) y ha llevado su lucha a países como Perú, Colombia y Chile, además de ser fundadora de Queretrans, una agrupación que busca igualdad de derechos en un estado que ella considera también ultraconservador.
Luisa Rebeca dice que es una mujer migrante. Ha estado ligada a la comunalidad a través de su paso por la Mixteca y una vida comunitaria en Acatlán de Osorio, municipio poblano en la frontera con Oaxaca. Es veracruzana, mixteca e istmeña por una cultura familiar que heredó. Es por eso que admira las luchas de resistencia oaxaqueña y las considera una vanguardia nacional en cuanto a leyes como la identidad de género, el derecho al aborto y el matrimonio igualitario.
Esos temas siempre han sido su motor y recuerda, por ejemplo, que su tesis se centró en los derechos trans, enfocada en trabajar las epistemologías que no son considerados validos por quiénes difunden contenidos y prejuicios hacia ellas. Asegura que la “academia elitista” rechazó su visión, una donde tenía cabida une Ociel Baena como una persona no binaria y a ella misma como mujer trans binaria. Fue por ello que dejó la teoría y pasó a la praxis.
“La lucha trans no surgió en la academia, surgió en la calle, por eso yo decidí documentar las violencia y especializarme en temas electorales, en los derechos políticos que nos siguen negando con mucha violencia y discriminación”, declara con la convicción de su conocimiento comunitario y un pensamiento crítico e interseccional. Habla de su trabajo y el de Ociel, su amigue, como uno que sabían que se levaba a cabo en terrenos minados.
“México ha avanzado en derechos políticos, pero no ha sido porque el Estado lo ha regalado. Los derechos políticos de las personas que integran la comunidad trans que no se reducen a ser candidatas, se trata de los cargos públicos como un derecho político a ser votadas en un país donde los electores no saben ni quisiera el dato de cuántas candidaturas trans hubo apenas el año pasado”.
Rebeca sabe de lo que habla porque conoce el monstruo desde adentro. Fue parte del desaparecido Instituto Federal Electoral (IFE) y en 2012 organizó elecciones en Baja California en medio de amenazas de muerte por las que tuvo que ser aislada de los equipos de trabajo. La violencia que sufrió entonces, recuerda, puso en riesgo su salud física y mental, a lo que se sumó que al interior del órgano electoral recibió hostigamiento y acoso laboral, a tal grado que renunció y logró en tribunales vincular a sus agresores a un proceso sancionador, al que lamentablemente el INE acabó por dar carpetazo.
“En Oaxaca se reportan cifras de discriminación bajas comparadas con estados del norte o el centro que son engañosas, pero hay personas que no sabemos si están siendo violentadas porque el Estado sólo administra el problema, no quiere tocar la dinámica interna de las comunidades porque cree que sería contaminar su identidad propia como si en las poblaciones indígenas la experiencia de la diversidad sexual no existiera”, critica mientras habla del tokenismo del Estado, el cuento donde desde el poder incluyen a grupos minoritarios, pero desde la superficialidad.
“La interculturalidad en la que se ha avanzado mucho en Oaxaca, aún no logra entender que también hay diversidad sexual”, dice la activista previo a lanzar dardos contra las políticas públicas que han romantizado el indigenismo para controlarlo.
“Transicioné en 2006. Mi acta de nacimiento me llevó cuatro años, mi pasaporte dos años, mi título cuatro años, y tres años más buscando que el órgano electoral hiciera justicia al poder interno. Al gual que Ociel las mujeres trans aspiramos a una vida normal, no a una vida despolitizada, pero sí a poder disfrutar de las cosas simples. Yo como mujer trans no quiero judicializar mi vida para poder habitarla”, culmina Rebeca, convencida de que su comunidad no debería ser nunca más silenciada.