
El ritmo acelerado de los capitalinos favorece el consumo de productos procesados en los supermercados y disminuye la clientela de quienes muelen los ingredientes para elaborar harinas para tamales o todo tipo de moles. Antes las mujeres hacían fila en estos molinos desde las 5 de la mañana; hoy ya no. A decir de estos molenderos, se pierde la tradición de hacer mole.