Opinión

Cincuenta y cuatro (me faltan 10)

Mauricio Meschoulam

Mirar para arriba a los mayores. Conservar la compostura. Comportarse. Hacer lo que se espera de ti. Tienes 19, casi 20, y la vida entera por delante. Eres, siempre has sido, el niñito “modelo”. El estereotipo de los lentes y los libros. El que no sabe patear el balón ni atina a la pelota con la raqueta, pero resuelve, en cambio, complejas ecuaciones, problemas y algoritmos sin titubear. El que hace muchos años dejó de sorprender a nadie y, por tanto, de quien todo se espera. El que no puede ni debe salirse de lo establecido. Te aprieta el entorno. Te asfixia la expectativa.

Entonces, un día, te sueltas. Te rebelas. Te sumerges en la locura de las noches sin fin, en la música disonante. Te lanzas al vuelo sin rumbo. Te presentas, sin saber cómo, ni por qué, una fría mañana de diciembre, preguntando por un menú de carreras. Historia, literatura u hotelería. A estas alturas podría ser cualquiera de esas, o cualquiera otra, si acaso. Sin pensarlo, eliges una que no comprendes, pero que, según tu intuición, podría estar interesante. Vámonos con Relaciones Internacionales, señorita. Con un poco de suerte, funciona. Y si no, no pasa nada, la cambiamos.

Transcurren tus primeros días. Tus primeras semanas y meses. Lees y lees. Piensas. Escribes. Te topas, también, con faros que te guían. Con almas que te inspiran. Colegas que apasionan. Una mañana del 93, José Luis Hoyo, tu mentor, te invita a hacerte cargo de Platón con su enorme grupo de la facultad. Te levantas temprano, tomas un gis, y te sigues por treinta años más.

Pero—lo sabes—en una gama infinita de posibilidades, tu historia fue en buena medida definida por un momento de locura juvenil en diciembre del 88. Un poco, también, de insurrección. En el multiverso, sin embargo, hay otras historias tuyas transcurriendo en este mismo momento. En unas, estás clavado en un laboratorio haciendo ciencia o matemática pura y abstracta. En otras, estás observando colonias de hormigas. En otros relatos, te encuentras en medio del espacio, aunque te den miedo las alturas, recitando, como cuando niño, los planetas y las estrellas sin parar. Esas otras historias paralelas están llenas de personas que no conociste, amores que no se consumaron, mares que no navegaste, tareas que nunca cumpliste.

Acá están, en cambio, las de este universo, las de esta tierra. Las de este sitio, este lugar y este instante. Las personas, las plumas y los amores de esta vida que sí elegiste vivir. Estás aquí, en tu año 54, experimentando cosas que no te crees, que nunca quieres creerte. Porque en ese interminable juego de azares y destinos, no eres salvo una persona de carne, de hueso, de trabajo y disciplina, que terminó con algo de fortuna, haciendo cosas en las que, tú al menos, encuentras cierto significado.

Y pasa que, de vez en vez, los astros se alinean y coincides, por un breve espacio de tiempo, con un grupo de jóvenes que te hacen vibrar. Que en un relámpago te extraen de la pandemia y te salvan. Que te enseñan cómo es que la ruta que esbozaste aquella fría mañana de insubordinación en 1988, al final, sí tenía sentido: venir a encontrarte con ellas y con ellos. La mala noticia es que, así como llegan, al otro día se marchan. Te sonríes. Les abrazas y les dices adiós. Les echas de menos, un poco, desde ya, porque sabes que esto, así exacto, como fue durante estas escasas semanas de coincidencia, es absolutamente irrepetible. Lo sabrás en unos meses, en unos años, cuando todo siga y cuando rodeado por estos ladrillos que siempre son rojos y fríos, otras personas, y otras historias se sigan cruzando contigo y te sigan recordando la paradoja que cargas desde que tomaste conciencia de la edad que portas: cada experiencia que te enriquece y te empodera, también se va consumiendo un poco del tiempo que tienes asignado.

Nada, es solo la nostalgia por las fechas. Hace rato que entiendes bien que, en esta ruleta, te ha tocado estar en el sitio exacto, en el momento preciso, en el mejor país y la mejor ciudad del planeta, con la gente que adoras, haciendo lo que que, en otro diciembre, en otro instante de tu vida, no hubieses siquiera podido soñar.


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